Me deshice de la cota de malla rota. Mía vio mi herida y se ofreció a desinfectarla y vendarla, mientras que los demás consiguieron cocinar unos trozos de carne haciendo un delicioso estofado con las expensas que mi madre tenía guardadas. Una vez acabado el trabajo de sanación, todos nos sentamos a comer a la mesa, donde las palabras eran escasas debido a que ninguno quitaba la concentración de su plato.
‒ ¿Usted lo sabía? – le pregunté a Támesis mientras se formaba un nudo en mi estómago. Su cabello cano estaba más largo en comparación a la primera vez que lo había visto. Oscuras bolsas aparecían bajo sus ojos.
‒ Si, lo sabía – respondió secamente sabiendo a lo que me refería.
‒ ¿Por qué no me lo dijo? – cuestioné fúrico.
‒ Si tu madre no te lo ha revelado, no debía ser yo quien lo hiciera, en cambio, si tú lo descubrieras por tu cuenta...
‒ Nada hubiera cambiado – contesté.
‒ Aprecio demasiado a tu madre como para ir en contra de sus deseos, si no sabías nada de tu magia, fue porque no quiso involucrarte, y yo no iba a ser quien te lo diga, punto.
‒ ¿De dónde conoce a mi madre después de todo? – este era el momento de obtener algunas respuestas. Todos estaban atentos a nuestra discusión, sin embargo, seguían comiendo
‒ Tu madre – suspiró resignado – al igual que Mía lo es ahora, fue mi aprendiz hace mucho tiempo.
Su respuesta me había dejado perplejo, al igual que lo estaba Mía, ella no había sido la única.
‒ La madre de Nekash, tu abuela, Beomia, fue una hechicera muy poderosa, y una gran amiga. Cuando Beomia dejó este mundo, y aunque ya le había enseñado a Nekash mucho, me encargó como último deseo que terminara de adiestrar a su hija en la magia, y así lo hice.
Todos permanecían en un incómodo silencio que también decidí compartir. Ahora que sabía la verdad del origen de mi magia, volví a comer lo que había en mi plato. La cena no duró mucho más, y al terminar, limpiamos los restos y comenzamos a idear el plan para recuperar el alma.
‒ ¿Cómo entraremos? – preguntó Desmond comenzando por lo más problemático. Era claro que no podíamos entrar por la puerta grande, nos detendrían y deberíamos luchar contra todos los guardias en el castillo.
‒ Quizá tu hermano pueda ayudarnos – le respondí recordando que Gareth había servido en el castillo del rey por un tiempo.
‒ Tendríamos que averiguarlo – dijo poniéndose de pie – el resto del plan puede esperar.
‒ Descansemos aquí por un rato – sugirió Mía sentándose en el sofá. Todos coincidimos en que estábamos lo suficientemente cansados, acordando quedarnos allí hasta la noche, el momento perfecto para escabullirnos por las calles sin ser vistos.
Al ponerse el sol, salimos de mi hogar dejando a Támesis de nuevo al cuidado de mi madre. La noche ya había cubierto el cielo por completo mientras que la anaranjada luz de las velas y antorchas se escapaba por la ventana de todos los hogares, haciendo que el camino y todo en el fuera visible. Sabía el camino a al hogar de Desmond de memoria, como si lo ya hubiese hecho miles de veces y así era. Cuando por fin llegamos, luego de caminar por largo rato, tocamos a la puerta. El hogar de Desmond era exactamente igual que el mío, y al igual que todos los hogares circundantes. La puerta se abrió dejando ver a Gareth en el umbral.
‒ ¿Dónde demonios estabas? ¿Sabes lo preocupados que están nuestros padres?
‒ También te extrañe hermanito – respondió riendo y tomando la cabeza de su hermano bajo su brazo, comenzando a revolver su cabello.
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Aro - El Alma del Príncipe Adrián
FantasyLuego de una terrible guerra de la que nadie sabe la causa, Aro Callaham pierde a su padre Octavian y a su hermano Isaac quedando al cuidado de su madre Nekash. Los años pasaron y la vida de Aro volvió a la normalidad, pero no todo estaba tan bien c...