Capítulo uno: no importa tu decisión

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Las manecillas del reloj no dejaban de moverse. Las horas pasaban y  no veía el momento en que mis padres entraran por la puerta y me dijeran la razón por la cual me habían llamado, mi cabeza estaba recargada en el escritorio junto con mis brazos tratando de hacer un almohadón y dormir un poco, intentado que el tiempo avanzará más rápido.

Mi boca estaba entre abierta, salía poca saliva de ella, la cual se quedaba pegada a mi brazo izquierdo.
La puerta se abrió en un momento rápido, el sonido hizo que despertara con brusquedad, casi cayendo de mi asiento, aún adormilada giré mi rostro hacia los señores que venían caminando hacia mi.
Me senté bien y cuando lo hice mi mano derecha se encargó de tocar mi cara sintiendo algo pegajoso en ella, hice una gran mueca al igual que mis padres.
El presidente se sentó frente a mí, tomando una buena postura y mi madre parada detrás de él con su mano arriba del hombro izquierdo, ambos se encontraban serios.

—No les tomarán una foto— Me burlé cuando desperté un poco más.

Todos éramos muy unidos, pero de un día a otro la separación de hijos a padres que nunca existió en nuestro hogar logró presenciarse muy claramente.

—Eso lo sabemos muy bien Mega—habló mi madre con tranquilidad y sin quitarse de la posición que se me hacía muy absurda.

—Entonces ¿pueden sentarse los dos como alguien normal?— pedí dando una pequeña sonrisa burlona.

Ninguno respondió, desvíe mi mirada y me concentré en quitar la saliva seca que tenía en mi mejilla.

—¿Podrías prestarnos atención?— dijo mi padre tratando de guardar la calma. Sabía muy bien que se molestaba cuando no le hacía caso y quería decirme algo importante, como en esos momentos, pero no era algo que me importara mucho.

—No me queda otra opción— volví a sentarme bien en la silla, puse mis codos en el escritorio y lo miré directo a los ojos con mi típica sonrisa.

—Al parecer no te importa lo que te digamos, así que te lo diré sin dar alguna explicación.

—Me parece excelente— Me burlé

Lo estaba cansando con todo lo que decía, pero cuando yo deseaba hablar con ellos sobre algo importante simplemente no me prestaban atención y seguían con lo que estaban haciendo, ellos debían sentir lo mismo que me pasaba a mi. Hace mucho me dejó de importar lo que pensaran acerca de mi persona.

—Te hemos contratado un guardaespaldas— dijo un poco victorioso al ver mi cara.

Mi rostro cambió radicalmente, no lo vi, pero estaba segura de que me encontraba roja. Los odié con solo saber eso, quería ir y tirarme del último piso o simplemente hacer que todo volviera a hacer como antes, cuando era feliz y no me preocupaba de nada.

Era demasiado frustrante ser la hija del presidente, vivir con demasiadas reglas acerca de todo y siempre estar rodeada de esas personas, no quería que uno solo se dedicara en mi.

—¡No!— grité levantándome con rapidez de la silla—¡No quiero a una persona estúpida cuidándome!

— ¡Cuida tu vocabulario señorita!—gritó un poco más bajo mi padre y se levantó de su cómoda silla de la misma manera que su hija, recargando todo su peso en las dos manos que tocaban el escritorio.

—¡No cuidaré nada!— Mi madre me miraba diciendo que solo guardara silencio y aceptara lo que me había dicho, pero estaba cansada de hacer todo lo que me ordenaban— ¡Así que no contrates a nadie!

Mi Protector ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora