Capítulo once: pido ayuda

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Sin esperar a que alguien me dijera algo me encaminé a la habitación de Liam, donde pensaba que debía encontrarse.
Mis pies dejaron de caminar al estar frente a la puerta, sin pensármelo un segundo más la toque, seguí haciéndolo hasta que llegó mi hermano he intento quitarme de ahí.

—¿Dónde está?—pregunté con los ojos llorosos cuando él me encaminaba de nuevo a mi habitación— ¿y Chad?

Sólo guardó silencio hasta que llegamos a la recámara que ya estaba vacía, mi amiga se había ido a buscar a su primo, de eso estaba segura.

—No tengo idea de donde está Megan—dijo mi hermano al ver la mirada asesina que tenía para que me hablara—, más probable es que lo hayan sacado.

Recargué mi cabeza en la cama dando un enorme suspiro. Las cosas se habían puesto peor de lo que ya estaban.
Con sólo pensar en el problema que se metió Liam me daba jaqueca, estaba segura que lo primero que harían era despedirlo, después de todo lo que había vivido conmigo no quería que sucediera aquello. Meses duré con él como mi guardaespaldas haciendo que me acostumbrará a lo impertinente que era.

Él era un total estúpido al ponerse a pelear con su hermano de aquella manera, todavía no comprendía con exactitud que fue lo que sucedió en cuanto los dos chicos se miraron. Ambos se odiaban y no sabía porque.

Despeine mi cabellera desde la cama y cerré los ojos concentrándome en una canción que me gustara para olvidar los problemas, empecé a tararearla sola, estaba segura que mi hermano se había retirado al verme de esa manera. Mi sencilla forma de soportar los problemas era evitarlos, ocultarme de ellos, pidiendo que no me encontrarán o se cansaran de buscarme, tristemente sabía que eso no iba a suceder ahora, tendría que enfrentarlos, todos los que se presentarán frente a mí. Ya era mayor de edad, algún día mi padre tendría que dejarme ser libre, crear mi vida y saber como manejarla, pero ese momento aún no llegaba.

Levanté mi cuerpo para sentarme en la cama, observé a todos lados buscando algo que me dijera que tenía que seguir con lo que tenía en mente, que no me equivocaba y sería lo correcto.

Y lo hice, recordé algunos momentos en que él me había ayudado, esos mínimos detalles que él había hecho por mí, por la chica que lo odiaba.

Salí de la habitación con rapidez escuchando al guardia diciéndome que tenía que regresar, lo ignoré, pero escuché como corría para alcanzarme y seguía insistiendo que regresara a donde había estado hace unos minutos. Nada me haría cambiar de opinión.

Había llegado al despacho de Damien, el encargado de toda la mansión, la segunda persona que mandaba en el lugar y el hombre que me había ayudado en tantas cosas.

La puerta se abrió en cuanto toqué por primera vez, se sorprendido demasiado al verme ahí parada frente a él, yendo a buscarlo por mi propia cuenta.

—Damien—pronuncié su nombre y de inmediato me dejo pasar, dejando al guardia afuera.

—¿Qué sucede Megan?—preguntó alarmado tomando asiento en un cómodo sofá que tenía ahí, me lo apuntó con la cabeza animándome a estar a su lado. Le obedecí.

—Por favor no lo despidas—pedí suplicante. Él quedo demasiado sorprendido, más de lo que lo había visto nunca.

—No puedo hacer eso Megan—dijo, mi rostro cambio a decepción con intenciones de llorar—, lo lamento, cruzó el límite, agarró a golpes a una persona, no puedo hacer nada.

—¡Claro que puedes hacerlo!—grité levantándome caminando de un lugar a otro agarrando mi cabello con ansiedad—Tú puedes impedirlo, puedes dejarlo que siga siendo mi protector.

Caminó hasta donde estaba para tomarme de los hombros y hacer que me detuviera de caminar.

—¿Si lo hago te encontrarás mejor?—preguntó con esperanza en sus ojos.

Bajé la mirada pensando en sus palabras. ¿Por qué había ido a pedirle que no lo despidiera?

—Si, si lo haces no empeoraré—aseguré caminando a la puerta para retirarme de ahí. Odiaba todos los despachos.

—Está bien, mañana regresará.

Abrí la puerta, pero antes de retirarme le di una gran sonrisa de agradecimiento y la cerré. El salvaguardia seguía caminando detrás de mí,  pero se detuvo en la puerta de mi pieza, entré y la cerré.

Hice distintas cosas para distraerme, no quería salir de mi refugio.

Tomé mi móvil y coloqué mis audífonos en los oídos, decidida a escuchar música hasta dormir y despertar al siguiente día, tal vez todo mejoraría al menos un poco.

Cerré los ojos con la música a todo volumen cantando todas y cada una de las canciones que se reproducían, intentando engañarme a mí misma y no estar tan deprimida.

Sentí como alguien tocaba mi brazo y retiraba su mano con rapidez, abrí los ojos sentándome en la cama pegando mi cuerpo a la pared asustada, pero la tranquilidad regreso al ver quien era. Observé por la ventana y ya era de noche.

—Gracias señorita Stone.

Le sonreí.

Mi Protector ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora