Capítulo II

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Pasaron alrededor de cuatro semanas hasta que encontré trabajo en una pizzería cerca de la casa de mis padres

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Pasaron alrededor de cuatro semanas hasta que encontré trabajo en una pizzería cerca de la casa de mis padres. En ese tiempo bastantes cosas habían cambiado. Para comenzar, Poncho ya formaba parte de la familia, no sólo me había robado el corazón a mí, sino que poco a poco se fue ganando a mis padres, por no decir cómo se alegró Juan, de tener una mascota. Pese a todo, quise cumplir con el deber de anunciar la desaparición del perro, así que una tarde recorrí toda la ciudad colgando carteles con una foto de él seguido de la dirección de correo electrónico y el teléfono de casa, pero a medida que pasaban los días nadie hizo nada por ponerse en contacto con nosotros así que se podía decir que nadie echaba en falta al perro quien finalmente pasó a formar parte de nuestras vidas. Y sin lugar a dudas fue un gran compañero, ya que a cualquier lugar al que iba él me seguía, ¡era imposible estar sola!

Cada día iba a la pizzería y trabajaba a media jornada, me dieron el turno de tarde que terminaba a las doce de la noche, y así durante el día podía dedicarme a buscar trabajo.

Al volver de la pizzería, pese a estar cansada, sacaba a pasear a Poncho que me estaba esperando al otro lado de la puerta. Era satisfactorio poder hacer algo que fuera de utilidad, y el trabajar me ayudaba a tener la mente ocupada y a dejar de pensar en Esteban, porque habían pasado bastantes días, pero no los suficientes como para olvidarle.

Olvidar ni mucho menos era una cuestión tan simple.

Como si fuera una hormiga, fui guardando todos mis ahorros y un mes más tarde encontré un piso perfecto para mí. Contaba con dos habitaciones (una más espaciosa que la otra), el salón-comedor, la cocina y un pequeño baño. Era un piso sencillo, que no estaba demasiado alejado de la casa de mis padres,a menos de diez minutos a pie se podía llegar y no necesitaba de nada más. Cuando a mis padres les comuniqué la noticia de que me iba a independizar, sobretodo mi madre comenzó a decirme que no era el momento, pero yo creía que a mis casi veinticinco años ya había llegado el momento de encarrilar mi vida por mi lado.

Debido a que Poncho y yo desde que nos habíamos visto, éramos inseparables, me lo llevé conmigo. Era increíble cómo parecía que me entendiera a la perfección sólo por mis gestos.

Los días iban pasando, y comenzaba a investigar acerca de qué trabajo podía desempeñar. Pero una cosa era la teoría, y otra era la hora de la verdad. Y es que los planes a menudo no salían como se ideaban en un principio, y mi caso no fue una excepción. Es cierto que había estudiado para criminóloga, pero llegó un momento en el cual hasta me planteé dedicarme a la docencia. Existían muchas salidas, pero la cuestión era, ¿cuál encajaba más conmigo? Tras informarme de distintas salidas profesionales, empecé a pensar en las oposiciones para funcionaria de prisiones.
Siempre me había gustado estudiar, así que pensé en que si tal vez me aplicaba lo suficiente, lograría sacarme las oposiciones en aproximadamente un año.

Sin embargo, no pude evitar pensar: ¿Es esto lo que quiero hacer en mi vida? Trabajar en la cárcel, revisar las celdas y así día tras día... ¿Era aquel el verdadero camino que quería escoger?
Estuve bastante rato preguntándomelo, y a falta de tener tantas dudas, decidí hablar con mis padres, principalmente, para poder tener el aporte de opiniones extras, pues en aquel momento me sentía realmente confundida y ya no sabía si era o no lo correcto.

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