Había pasado un mes y dos días desde la última vez que había visto a Eduardo, ya había llegado a un punto en el cual me había hecho una mayor idea de que éste no volvería, de que ya no me estaría esperando para empezar a ir a revisar las celdas, por el momento, el revisor que a veces me acompañaba era Santiago, un muchacho un tanto taciturno, que con los días parecía aún ignorarme más. A veces hacía algún intento de conversación pero fracasaba inútilmente, así que sólo éramos compañeros de trabajo que se decían "hola" y "adiós" y sólo por respeto y cordialidad.
En la cárcel cada día era una réplica del anterior, con pequeñas variaciones que tenía por seguro de que recordaría siempre. En algunos momentos, a medida que avanzaba por los interminables pasillos, hacía memoria, recordaba mis aspiraciones cuando era pequeña, y sabía que mis sueños estaban muy alejados del lugar en el cual me encontraba, pero sorprendentemente, había logrado encontrar mi lugar y ser feliz en un mundo muy alejado de las expectativas, quizás había encontrado mi hueco porque aquel era el mundo real, un lugar en el que los días eran grises a causa de conflictos, unos días que con el paso del tiempo iban cambiando.
Así como también lo hacía mi mentalidad y la forma en la que tenía de percibir el mundo.
Aquella experiencia, me ayudó a cambiar sobretodo los prejuicios fijados que llevaba conmigo anteriormente.
Pude comprender el mundo desde otros horizontes que jamás había explorado.En los turnos en los cuales me tocaba estar mientras era la hora de recreo de los reclusos, me fijaba en detalles que me gustaba tener en cuenta. Seguía de cerca la trayectoria de algunas personas, desde el día en el que ingresaron a la cárcel hasta el presente, y me gustaba comparar cómo algunas habían cambiado. Hasta habían personas que habían encontrado algo muy parecido en la amistad, y desde que estaban allí habían pasado a ser inseparables de otros reclusos.
Contrariamente, también habían las personas que lejos de establecer algún lazo afectuoso a cada minuto que pasaban entre rejas se rebelaban un poco más contra el mundo, algo que era perfectamente entendible, no obstante, no era la mejor solución, ya que un mal comportamiento iba en su contra y no les beneficiaba en absoluto.
En ese grupo de presos aún se encontraba Uriel.
Aquel chico cada día me suponía una mayor incógnita. Principalmente por su estado de aislamiento, a veces la gente hablaba con él, pero no respondía, les ignoraba, como si en medio de aquel caos quisiera desaparecer y sentir que él no forma parte de aquello. Inequívocamente, le comprendía.
Por el mediodía, después de comer, se encerraba en su cela, algunos celadores hasta le insistían en salir a tomar el aire, pero él no hacía caso, sólo cuando yo prácticamente le ordenaba de que saliera de allí. Simplemente, aquello no podía ser sano. Ya que a su estado de fastidio por estar allí se le sumaba el hecho de que a cada día que pasaba adoptaba un aspecto de alguna forma más mortecino, como si estuviera exento de vida. No sabía qué le estaba pasando y comencé a preocuparme.Pese a que mi deber era preocuparme por los reclusos, mi mente no entendía al deber sino al hecho de que Uriel y en general todos los presos eran personas reales, de carne y hueso, que habían cometido atrocidades o tan sólo errores que habían marcado el rumbo de su vida, y ahora les había llegado el turno de pagar por ello.
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¿Qué ocultan sus miradas?
Mystery / ThrillerMaia ha terminado la universidad y ha conseguido el título de criminóloga pero a la hora de la verdad, deberá demostrar que tiene lo que debe tener para enfrentarse a un mundo complicado. La pregunta es... ¿Estará dispuesta a ver el mundo desde otro...