Capítulo XX

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Abrí los ojos sintiendo los párpados pesados y lo primero entre todo aquel remolino de pensamientos que destacó por mi mente fue mirar en dirección al trozo de papel que aún sostenía

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Abrí los ojos sintiendo los párpados pesados y lo primero entre todo aquel remolino de pensamientos que destacó por mi mente fue mirar en dirección al trozo de papel que aún sostenía.  Seguramente me había desmayado al leer el contenido, del mismo modo que me ocurrió en el día en que supe que Eduardo no volvería.
Volví a mirar hacia la carta, sentía las manos entumecidas y la cabeza adormecida. Estaba soñando, ¿verdad? Alguien me diría que todo había sido una broma, -de un mal gusto increíble-, pero que estaría bien, pero a medida que pasaban las horas vi que no, que nada era así.
Llamó Marcos para preguntarme porqué estaba faltando, algo impropio en mí, que pese a todos los obstáculos intentaba no olvidarme de ir a trabajar bajo ningún concepto, pero aquel día decidí hacer una excepción. Eran demasiadas cosas para digerir y en mi cabeza se libraban demasiadas batallas.
Le devolví la llamada diciéndole que tenía una indigestión y él me dijo que podía quedarme en casa dos días o cuantos fueran de los que precisaba. Supongo que la excusa no le pareció conveniente, pero mi voz ahogada se escuchaba realmente enferma y aquello sí que le aportó mayor realismo. Como fuere, agradecí que me diese el tiempo que necesitaba para reflexionar.
No todos los días recibes una nota anunciando tu muerte.
Cuando lo dije, pensé que era algo que ni en un millón de años hubiera llegado a esperar, parecía una pesadilla, pero sabía que no despertaría de aquella insufrible pesadilla, sabía que era imposible abrir los ojos, porque aquella era la realidad.
Intenté serenarme, ya que una de las últimas cosas que me podía permitir era perder la cabeza. No, debía mantener la suficiente sangre fría y confiar y rezar para que todo aquello fuese un malentendido o si más no, una mala etapa de mi vida que conseguiría dejar atrás.
Pero miraba una y otra vez al papel manchado con odio y me daba cuenta de que seguir adelante se me antojaba algo por encima de mis posibilidades.
¿Debía llamar a la policía? Pero, ¿les diría que me habían dejado en el buzón una nota amenazante? No, por el momento debía tranquilizarme y pensar calmadamente cuáles serían mis próximos pasos.
Pero tenía claro que por encima de todo, no me eliminaría de aquella partida.
Tenía que encontrar al asesino y removería cielo y tierra por ello. Estaba segura.
Para empezar, intenté convencerme de que aquella nota no iba dirigida a mi persona, estaba claro que no iba hacia quien era yo, sino hacia lo que yo conocía. Por lo visto, el asesino o quien fuese tenía unas tácticas bastante particulares, pensé recordando la quema de la fábrica o la macabra manera de la que se había deshecho de Hernán Caballero. Casi parecía que se regocijara en el crimen y el momento de matarles fuese un gran momento placentero para la persona que sostenía el cuchillo.
Ahora más que nunca, debía escuchar a Uriel, parecía que el misterio estaba hecho un remolino, pero en mi cabeza, de un modo semiinconsciente se iban desentrañando todas aquellas lagunas de información confusa.
Mi mente ya ideaba posibles hipótesis en referencia a lo que me había dicho Uriel.
Quizás el asesino estaba relacionado con el pasado de Uriel, y eran más conocidos de lo que pensaba, y ¿por qué no podían ser hasta de su misma familia?
Por el momento todo eran dudas, que necesitaba despejar cuanto antes.
Volví a mirar hacia la nota, era un papel DINA4 como el que me enseñó Rocío, las puntas estaban arrugadas en unas ligeras dobleces, la caligrafía era la misma que creía recordar y el contenido sonaba tan amenazante como lo que había leído con anterioridad.
Entonces, reparé en la combinación numérica y un pensamiento asaltó mi mente. No era ninguna combinación numérica, ¡era una fecha! Vi hacia los números 12216102. ¿Cómo no podía haberme fijado antes de que claramente indicaban una fecha?
Según pensé si giraba los números –de derecha a izquierda-, anotados obtendría la siguiente fecha: 2016, 12, 21. Si lo ordenaba correctamente, tendría 21 de diciembre de 2016.
Es decir, en un mes, miré al calendario y confirmé que estaba a día 21 de noviembre.
Y aquello, ¿no significaba la posible fecha de mi muerte? Es decir, el asesino, me daba una tregua de un mes para acabar con todo.
Seguramente sabía que la espera es lo que más perturba, a veces, la espera a un inminente y trágico final es lo peor.
De repente, un sudor frío me invadió y en un desespero bajé las persianas, como si así pudiese impedir la entrada rompiendo el cristal de una ventana, pero en aquellos momentos de ansiedad no supe encontrar solución a aquella situación.
Entonces, me convencí de que tenía que alertar a la policía, pero me sentí paralizada. Trabajando en la cárcel, ¿cómo podía tener miedo de una simple notita que recibía? Por Dios, ¡aquello no tenía sentido! Aunque, claro está, lo que sí que me provocaba miedo era el pensar que el asesino sabía dónde vivía.
Eso significaba, que seguramente, estaría en alguna parte de Ciudad Real y aquello me brindaba más posibilidades de encontrarle de una vez por todas. Pero en un lugar con muchos habitantes, es casi como buscar una aguja en un pajar, así que si me tomaba la justicia por mi propia mano, seguramente tardaría meses, sino años en encontrarle, y aquello en la situación tan precaria en la que me encontraba, era un error fatal.
Si no actuaba deprisa, mi vida podía terminar en menos de treintaiún días y no podía permitirlo, tenía un futuro que me cargaba de esperanza, tenía que luchar porque había encontrado a la persona con quien ansiaba pasar el resto de mi vida sin que me importase el desenlace.
A medida que había estudiado los procedimientos actuales de algunos asesinos, tenía la impresión de que eran personas terriblemente inteligentes, nada más ver algunos procedimientos que llevaban a cabo para encasillar a sus víctimas. Era de admirar ver la maestría que solían emplear sobretodo en la preparación previa a algunos asesinatos que parecían estar calculados al milímetro. Sin embargo, el caso de Uriel podía ser la excepción. Él no correspondía a algunos de los cánones que había estudiado, si no fuese por su pasado un tanto incierto y problemático. Estaba claro que si todo el mundo cosechaba sus propios traumas, Uriel no se escapaba y había claramente una parte de su vida que se negaba a descifrar y que salía a borbotones, cuando él quería hablar, sólo cuando él se atrevía a mediar palabra.
Ya desde que le conocí supe que era alguien un tanto frío con quien conversar era algo bastante delicado, y pronto aprendí que si él no quería hablar, no tenía porqué forzarle.
En aquel momento pensando en qué podría hacer para salir de aquella pesadilla sostuve el móvil en las manos, hasta que me di cuenta de a quien podría llamar: Daniel.
A fin de cuentas, sí que podría ser positivo que hubiese aparecido en mi vida de nuevo. Si bien no había hablado con Daniel desde hacía mucho tiempo, ahora era la oportunidad para retomar aquella amistad que en su día hubo pero con el tiempo se fue perdiendo.
-Maia, qué sorpresa-Dijo y no reparé en si en su tono de voz había sarcasmo o no, de tan concentrada como estaba en mi propio paraíso de problemas.
-Daniel, tienes que ayudarme-Solté e intenté tranquilizarme por segunda vez en el día.
-Dime qué puedo hacer por ti-Respondió un tanto confuso.
-No quiero decirlo por teléfono, ¿puedo verte en la comisaría?
-Si es un asunto serio, sí, no hay problema-Dijo aún más confuso.
Quedamos en media hora, me cambié de ropa rápidamente y sin más, salí de casa.
Al verme, pareció alegrarse pero no dejó de banda su estado de asombro.
-¿A qué debo tu visita?-Dijo haciéndome pasar hacia su despacho.
-Tienes que ayudarme, mi vida corre peligro, el asesino sabe dónde vivo y me ha dejado esto en el buzón de casa.-Hablé apresuradamente como si cada palabra fuese decisiva y ni yo misma me entendí al mismo tiempo en el que le entregaba la carta. Su cara pasó de la sorpresa al pánico en apenas unos segundos.
-Primero de todo, debes tranquilizarte, Maia, ¿de acuerdo?-Dijo mientras miré hacia alrededor del despacho y no pensaba en que nuestros caminos se irían a cruzar al salir de la universidad-A ver, cuéntame de qué asesino se trata.
Pasé a relatarle toda la historia, en algunos puntos de mi relato sentía que el aire me fallaba y me sentía obligada a callar.
-Bien, todo esto es bastante confuso. Pero me gustaría saber tú qué tienes a ver con el asesino. No has trabajado en la fábrica y ¿qué motivos crees que podrían estar relacionados?
-Sin quererlo, me impliqué demasiado en el asunto, y en uno de los asesinos que llegó a la cárcel.
-¿Qué tipo de implicación?-Preguntó mirándome inquisitivamente.
-Emocional. –Decir aquella palabra una vez se escapó de mis labios me sonó algo terriblemente alocado. Sin embargo, vi que él volvía a fundirse en aquella expresión pensativa y no decía nada durante unos segundos.
-De acuerdo, está bien, no te preocupes por lo que ha pasado. Piensa en lo que puede pasar si corres riesgos innecesarios. A partir de ahora, deberías salir al vigilar de casa, al subir al coche, bueno, recibir una amenaza de muerte es algo realmente serio.
-¿Qué debería hacer?
-Sinceramente, llevo bastante tiempo preparándome para esto, pero no lo sé. No sé qué es lo que tendrías que hacer y no se me ocurre nada que hacer que algún oficial de policía te escolte hacia donde vayas para protegerte, podría ser yo mismo. Pero la cuestión es muy compleja, y por lo que me has contado de la fecha, hay la posibilidad de que todo quede reducido a aquel día. Tal vez sólo quiere asustarte, ¿lo has pensado?
No, no lo había planteado, pensé antes de continuar hablando:-Aunque todo son suposiciones, ¿verdad? La fecha de muerte, todo es una duda constante y no sabemos si atacará antes o después o qué pasará los otros días antes del día veintiuno de diciembre.
Pareció frustrado y compartí su situación.
-No te dejaré irte sin saber que estarás bien, porque es algo muy serio así que hasta que no llegue la fecha, me encargaré de verte cada día. Ahora tengo que comentarlo con los demás a ver si entre todos encontramos mejores soluciones de las que ahora te puedo dar...-Me dijo con verdadera preocupación y yo por toda respuesta asentí, mientras me dispuse a abandonar la comisaría.
Y de repente, ya ni en casa me sentía cómoda, quizás estaba alucinando y cada hora que pasaba me encontraba sumergida en un delirio más, pero tenía la sensación que me observaban todos y cada uno de mis gestos. Hasta percibí que Poncho estaba más tenso, por las noches ladraba y cuando miraba por la ventana no encontraba nada fuera de lo normal.
Pero aquella sensación prevalecía y cada día me sentía un poco más asfixiada.
Finalmente, me sinceré con Marcos, quien no creía ni una sola de las palabras. Y es que visto en perspectiva, era algo tan increíble para ser real, pero era lo que me estaba pasando en aquel momento y me creaba unos dolores de cabeza terribles.
Durante una semana dejé de ir a ver a Uriel, siempre ponía excusas y hasta alargaba las revisiones a otras celdas hasta que llegaba mi hora de irme y evitaba ver a Uriel.
Por ello, no me sorprendió cuando pidió un vis-a-vis. Lo último que quería en aquel momento pero aún así, no me opuse a ello.
-¿Por qué me esquivas estos días? Ha pasado algo-Sentenció como si lo supiera.
-He recibido una amenaza de muerte-Solté y se quedó callado unos instantes.
-Huye ahora que puedes. Viaja, ve a algún lugar durante unos días. –Me instó de repente y pensé que tal vez, huir aunque a mi parecer fuese de cobardes, era lo único que necesitaba, pero por eso me contradije cuando negué sus palabras.
-No puedo irme.-Dije con tristeza.
-¿Por qué?-Preguntó asombrado de mi valentía o de mi estupidez, o de ambas cosas.
-Tengo que encarar el miedo directamente. Necesito encontrarle y que no arrebate ni una vida más.
-Te matará-Dijo con una calma que me hizo sentir helada.
-Necesito que me digas todo lo que sepas, nunca había sido tan urgente. Por favor, necesito saberlo-Dije sintiéndome al borde de las lágrimas pero luchando por no demostrarlo.
-Si te lo digo me matarán a mí también. A los dos.
-Debes ayudarme. Sé que puedes ayudarme-Imploré mientras le miraba fijamente y caía una lágrima.
Me miró durante unos instantes y vi que suspiraba debatiéndose consigo mismo, pensando en qué debía hacer. Pensó largo y tendido, me llegó a exasperar a medida que el silencio suplantaba el ruido que había al otro lado de la cárcel.
-Di algo-Pedí mientras sentía que las paredes cada vez nos oprimían más. Volvió a mirarme fijamente, como si quisiera aprenderme de memoria, o como si quisiese descifrar un secreto.
-Hay momentos en los que una promesa no vale nada.
-¿Qué estás diciendo?-Pregunté sin saber a qué se refería.
-Me refiero a que en estos momentos, tú eres más importante que cualquier promesa que pueda formular nunca jamás.
No supe cómo debía tomarme aquellas palabras, sino como una alerta o como un alago, simplemente las ignoré.
-Te quiero, y el amor que siento por ti, puede más que la promesa que hice y por la que juré dar mi vida. –Le abracé y finalmente lloré.
-Ayúdame-Dije entre sollozos, ¿cómo había llegado a aquel punto? Pensé para mis adentros.
-¿Podrías hablar con tus supervisores para pedir un juicio?-Dijo y sus palabras me sorprendieron tanto que sorbí las lágrimas de repente y le miré sin comprender nada-A veces la verdad ahoga y sale a la luz. Llevo esperando demasiado tiempo a que ésta verdad encuentre la luz.
-Estoy de acuerdo contigo. –Dije mientras veía que los revisores iban por el pasillo, había pasado la hora establecida.
Me despedí con él un poco fríamente, pero en aquel momento no me importaba la formalidad.
Él ni siquiera me dijo adiós, ya habíamos dicho demasiado aquella tarde.

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