Capítulo XIV

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Habían pasado ya seis meses desde que Uriel había entrado en prisión

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Habían pasado ya seis meses desde que Uriel había entrado en prisión. Para mí, el tiempo era algo que ya había dejado de contar. Al principio tenía en cuenta cada día que pasaba, a medida que los días se sucedían los unos a los otros, inevitablemente, dejé de contarlos.

Yo no sabía que habían pasado ya seis meses desde su llegada, pero un día, mientras Uriel estaba en el patio junto con los demás reclusos se acercó a mí y me dijo:

-Hoy ya hace seis meses que estoy aquí, no estoy seguro de poder aguantar otros seis más-Me quedé paralizada ante sus palabras, porque en un principio no fui consciente de los miles de significados que se ocultaban tras aquellas simples palabras. Era más bien su mirada la que me decía que en algún lugar, quizás en su cabeza, todo andaba mal y todos los pensamientos se arremolinaban sin control alguno.

No supe qué responderle. Era cierto que hacía tiempo desde que había ingresado en prisión, pero aún no había cumplido ni una mínima parte de su condena. Aún le quedaban por delante bastantes años en los que todo serían dudas y quizás bastantes peleas. Pero esperaba que por su propio bien se alejara de las peleas con los demás presos.
Aquellos actos, sólo hacían que empeorar una situación que ya de por sí sola era realmente inestable.

Por el propio bien de Uriel tenía que integrarse entre los presos, de otra forma, ¿cómo vivir durante tantos años en la más absoluta soledad? El ser humano por naturaleza necesita de relacionarse con otra gente aunque a veces sólo sea para conversar unos minutos. En el caso de Uriel, permanecía todo el día reservado y callado.
Hasta los celadores se extrañaban que hablase conmigo. A veces yo también me preguntaba qué me había visto a mí, tal vez se debía a que era una de las funcionarias más jóvenes que trabajaba en prisión, pero entonces, recordaba sus palabras cuando un día me dijo que yo era belleza. Pocas veces escuchaba del todo sus palabras, porque su humor era tan cambiante que un día era capaz de decir que me admiraba y otro decir que me odiaba con toda su alma.
Así que nunca podría tener la oportunidad de saber qué era lo que en el fondo sentía.

Por otra parte, las actitudes de Uriel a veces me dejaban muy desconcertada. Sus acciones eran tan impredecibles que sólo a veces lograba adivinar qué haría. Por ejemplo, estando en el patio con los demás, se sentaba en el mismo árbol de siempre, tal vez allí se sentía protegido, quise pensar, y de repente, sin que nadie le dijese nada, se levantaba rápidamente y volvía a su celda con una expresión que casi podía parecer de consternación.

Un día, estando en el patio escuché una conversación que nunca debería haber llegado a mis oídos.

-¿Quieres casarte conmigo? Le dirás a aquella princesita que se hace llamar funcionaria... ¿Marisa? No, perdón, Maia. –Decía alguien y se burlaba. Me giré y vi a Uriel que estaba hablando con otro preso que se burlaba de él. Aquello terminaría en pelea, pensé al instante y me acerqué deprisa ante la inminente catástrofe.

-Que te den asqueroso amargado, que ya te gustaría a ti amar a alguien, pero que no sabes ni el significado de la palabra de lo ignorante que llegas a ser-Contraatacó Uriel y me quedé sorprendida como una de tantas veces en las que hablaba y con sus palabras lograba confundir a todo el mundo.

¿Qué ocultan sus miradas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora