Capítulo XXI

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Narra Uriel

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Narra Uriel

Jugaba con las esposas mientras evitaba mirar más allá del lugar en el que me encontraba. Una promesa había marcado unos años en mi vida, una promesa me había hecho callar, pero al final sabía que de nada serviría seguir callando.
A unos metros de distancia podía ver a Maia sentada en un banco, y a veces me miraba y en sus ojos percibía tal desespero que sin necesidad de decir nada sabía que me estaba diciendo: «Habla, habla de una maldita vez».

Yo sólo quería levantarme de la silla e irme hacia la celda. Olvidarme de todo aquel asunto. Dejar de pensar en mi pasado o en las malas decisiones que había tomado. ¿De qué servía mi pasado en el lugar en el que me encontraba? Estaba luchando por mi futuro.

Si por mí hubiese sido no habría dicho nada. Sabía que cuando llegara a la cárcel, me recluiría en mí mismo y nadie me haría hablar. Lo había logrado durante un tiempo. Hasta que todo cambió.
Jamás conté con llegar a enamorarme. De hecho, jamás había amado a alguien, hasta que la vi a ella.
La chica que me acompañó a la enfermería y me vio despertar después de cada pelea. La chica que estaba a mi lado y con quien podía hablar. La chica que me miraba con dulzura y no me trataba como si fuese un animal que mataba por divertirse. La chica que sabía mirar más allá de las rejas tras las cuales estaba enterrado en vida. La chica por quien soportaba todos aquellos días de tortura en los que no sabía si era de día o de noche. La chica por la cual seguía abriendo los ojos. La chica por la que mi corazón aún recordaba cómo latir. Y por último, la chica por quien daría mi vida con tal de preservar la suya.
Amaba a Maia. No sé cuánto tiempo necesité para entenderlo, no sé ni siquiera si tardé meses y años o si directamente necesité de unas pocas miradas para caer en una cárcel de la que no podría salir nunca más.

Y por ello, viéndola sentada me pareció un ser tan frágil pero a la vez tan fuerte por todo lo que había hecho, y a pesar de todas las caídas siempre había seguido adelante. Seguía estando en la cárcel y donde muchas otras personas hubiesen huido, ella seguía acorde con sus principios.
Admiraba a Maia. Definitivamente, lo significaba todo para mí en medio de aquellas paredes de ladrillos grises en las que el cielo no existía, pero el infierno tampoco. En medio de aquellos días muertos, que pasaban sin emoción alguna, en medio de aquellos días en los que no sabía qué día era y tampoco tenía necesidad de saberlo porque qué me importaba, si cada día era el mismo que el anterior.

Sólo ansiaba que pasasen los días, los años, que la condena finalmente llegase a su fin, que todo quedase atrapado en el recuerdo, el igual a una mala acción y a uno de los muchos errores que cometí en su día y por los cuales pagué un alto precio. Un precio que jamás llegué a pensar que pudiera ser tan alto.

Quería decirle que se alejara de mí, que no se implicara más con algo que estaba fuera de su alcance. Al fin y al cabo era mi vida, pero sin saber cómo, nuestras vidas habían colisionado y ya no sabía ni dónde terminaba y empezaba nuestras vidas de tanto que sufría por no verla más que unos minutos al día.

¿Qué ocultan sus miradas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora