Capítulo IX

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Habían pasado algunos días desde que habían accedido a darme la segunda oportunidad

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Habían pasado algunos días desde que habían accedido a darme la segunda oportunidad. Los días iban siguiendo su transcurso, algunos pasaban más rápido que otros, pero finalmente, los días pasaban y yo me sentía animada al pensar en que había tenido una segunda oportunidad que no podría desaprovechar. Tras una exhaustiva semana Marcos me concedió un día de fiesta. Mi único plan era descansar, simplemente poder pasar tiempo tranquila, tal vez iría de compras, pensé. O quizás iría a visitar a mis padres. Comencé el día leyendo un libro de misterios, estaba en el capítulo final:

"La niña gritó.
Delante de ella yacían unos cuerpos ausentes de vida que latían con sus últimos suspiros de vida. Ella vio al asesino. Nada pudo destacar salvo la mirada psicótica que presidía en su rostro y el cuchillo ensangrentado que aún estaba en su mano. Aún de pie en el umbral de la puerta, la niña de diez años abría y cerraba los ojos, intentando olvidar las imágenes que sus retinas gravaban con avidez. Se sintió desfallecer. La repugnancia subía por su cuello en forma de arcadas, pero hizo un esfuerzo por no vomitar. Le era imposible no caer allí mismo, en aquellas circunstancias.
La persona con el cuchillo, había escapado pero en algún momento había dejado caer allí su cuchillo.
La ventana rota en mil pedazos hacía entrever la claridad de la luna en aquella funesta hora. Las lágrimas aparecieron en sus ojos y parecían diminutos diamantes que no se atrevían a salir de sus ojos.
Su primer impulso fue huir de la escena en la que había ocurrido el crimen. Temblaba y se estremecía de puro terror.
Quería escapar de aquel horrible lugar, donde el olor ácido de la sangre se mezclaba con el dolor de la niña. Pensaba que no era suficientemente fuerte para presenciar la escena, aún así lo miró.
Con estupor y miedo al sentirse desamparada.
A unos pocos metros de ella, sus padres estaban tumbados en el suelo, parecían dormidos, pero al observarles con atención se vislumbraban las vísceras que se encontraban desparramadas por el suelo.
La sangre goteaba por las grandes heridas que se adivinaban tras la ropa de sus padres, teñidas de un intenso rojo carmesí. Temerosa, se acercó. Les miró con unos ojos cargados de espanto y sufrimiento.
Primero cerró los ojos de su madre que en su día estaban plagados de vitalidad, de alegría y frescura y ya no pudo hacer más que reprimir una lágrima. Recordó la sonrisa afable de su madre, y tenía la certeza de que les querría siempre. Después bajó los párpados de su padre. Él que era el hombre más paciente que hubiera conocido jamás. Ya nada volvería ser igual.
-Ellos están durmiendo.-dijo en un débil susurro. Se agachó en el suelo, manchándose completamente de la sangre que salía de sus cuerpos.
Se sentía mareada, ella que en miles de ocasiones a pesar de su corta edad se había mostrado fuerte. Desde aquel momento, ya no lo era. Estaba desprotegida, sola contra la inmensidad y la frialdad del mundo.
Con desconfianza, sujetó el cuchillo en sus manos. Utensilio frío de metal que la sangre de sus padres había calentado. Suspiró y miró con una sonrisa repleta de tristeza sus cuerpos muertos.
-Ahora yo también dormiré.-Susurró y dudó apenas unos segundos que le parecieron eternos mientras apretaba el cuchillo con demasiada fuerza y sus manos temblaban pero no vaciló cuando se encajó el cuchillo en el pecho, a la altura del corazón.
Ahogó un gritó y cayó en medio de los cuerpos de sus padres..."

¿Qué ocultan sus miradas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora