La comida transcurrió apaciblemente y aunque ambas mujeres compartieron la mesa en silencio, fue un silencio grato, la clase de callada serenidad que sólo surge entre personas que en verdad se aprecian y que saben disfrutar de la mutua compañía sin necesidad de palabras.
Cyan llevaba apenas tres días en su antiguo hogar y dos de ellos los había pasado trabajando en la huerta, preparando la tierra para sembrar algunas semillas que Gad había conseguido con los vecinos, quienes se mostraron bastante interesados en saber quién era la hermosa joven que varios de ellos habían visto entrar y salir del patio trasero de la que aún conocían como "la casa D'Rella".
No obstante, la astuta anciana había sabido esquivar las preguntas con la maestría de los más taimados diplomáticos y negociadores de HOuçç y Thrauumlänt y lo más que alguno de los curiosos consiguió sacarle fue la vaga insinuación de que quizá aquella chica fuera la hija de una pariente lejana que había venido a visitarla desde una aldea a varios días de camino... a caballo.
Aunque la rubia no le había dicho nada, Gad había notado desde el principio la discreción con que la joven se había comportado en aquellos días y estaba determinada a ayudarla a pasar lo más desapercibida posible durante el tiempo que decidiera seguir ahí.
Sin embargo, algo en su corazón le decía que ese tiempo llegaría pronto a su fin.
Una vez terminada la comida, Gad sirvió el postre: manzanas cocidas con miel y especias (su receta secreta), acompañadas con una rebanada de un pan algo duro ya, pero que serviría a la perfección para limpiar la miel del fondo del plato.
-Tu padre hacía exactamente lo mismo-
Cyan se detuvo a la mitad de la mordida, para volverse a ver a la anciana, quien la contemplaba con infinita ternura.
-¿Qué?-
-No hablamos con la boca llena- la reconvino la redonda mujer mientras alcanzaba la servilleta de la joven y con paciencia y gran cuidado le limpiaba las pegajosas migajas de la comisura de los labios -Casi casi abrazaba el plato como si estuviera guardando un tesoro... o algo así-
Sólo entonces, la hermosa rubia se dio cuenta de que estaba prácticamente recostada sobre la mesa, con un brazo rodeando el plato mientras con el otro limpiaba hasta la última gota de miel con el último trozo de pan.
-Curiosamente sólo lo hacía con mis manzanas, igual que tú, y nunca supo explicarme por qué-
La joven se incorporó lentamente, mientras se llevaba el pan a la boca y dejaba el plato, no sin antes echarle una última mirada para asegurarse de haber barrido hasta con el último vestigio del delicioso dulce.
-Lo extraño tanto-
Conmovida, Gad se acercó a su ahijada y la abrazó, haciéndola recostar la rubia cabellera sobre su generoso pecho.
-Yo también y él también te extrañó, hasta el último día-
-¿Osea que él está...?-
Las palabras se hicieron un nudo en la garganta de Cyan, quien trató, sin éxito, de contener una lágrima que resbaló hasta la mesa.
-No... no exactamente... bueno... no lo sé...-
Extrañada, la hermosa guerrera se volvió a ver a su madrina, quien lucía bastante confundida, algo muy raro en ella, y antes de que la joven pudiera preguntarle algo, la anciana se encaminó hacia la puerta de la cocina, desde donde la llamó con un gesto de la cabeza.
Los pasos de Gad la guiaron hasta el centro de la pequeña estancia, donde la anciana se agachó y levantó un ralo tapete hecho (según el padre de Cyan) de pelo de chita lanudo y tras dar un par de golpecitos en diferentes lugares, el suelo de tierra le devolvió una extraña respuesta: el característico sonido de la madera.
La anciana despejó el polvo para revelar una desvencijada trampilla que abrió jalando de una cuerda para descubrir un nicho poco profundo, del tamaño y forma de un cofre, de donde extrajo una pequeña cajita de madera, más o menos del tamaño de un libro, la cual extendió a la joven.
Mientras Gad cerraba el escondrijo y colocaba el tapete de vuelta en su lugar, Cyan se sentó a examinar la caja; era de lo más sencilla, sin ningún tipo de adorno, pero barnizada con gran delicadeza, tampoco se apreciaba ninguna clase de broche ni cerradura, sin embargo no pudo abrirla.
-Tu padre- dijo la anciana al tiempo que se sentaba en una de las destartaladas sillas de la estancia -se sentaba cada viernes en la noche en la mesa de la cocina para escribirte; cada vez las lágrimas se le escapaban de sus ojos, pero no dejaba de escribir y cuando terminaba, envolvía la carta, la sellaba y luego ponía una copia dentro de la cajita-
-¿Hizo copias de todas las cartas?-
-Sí, de cada una-
-¿Y las guardó todas aquí?-
Gad se limitó a asentir, mientras Cyan observaba con detenimiento el pequeño objeto, comparándolo mentalmente con el gran paquete de cartas que le habían "comprado" a aquel knomm en Coeur Rouge y que ahora viajaban en poder de Blange rumbo a casa de Nemahureru-more-noviyo, de quien esperaba pudiera revelarle algo más que lo que las simples palabras decían.
Por un momento, la joven consideró la posibilidad de forzar la caja con un cuchillo o algún martillo, sin embargo, desistió al ver el exquisito trabajo y prefirió no arruinar el esfuerzo que algún hábil artesano había puesto en aquella delicada caja.
Bajo la tierna mirada de la anciana, la rubia tuvo que hacer la pregunta que tanto temía, aquella por la cual había regresado a Viform I'tnaijt y aunque el temor a la respuesta no le había permitido hacerla, por fin le fue imposible contenerse más tiempo. Necesitaba saber.
-¿Y él?-
-Nunca perdió la esperanza- por un momento, las lágrimas amenazaron con rodar por las rollizas mejillas, sin embargo, la mujer consiguió dominarse y, con un nudo en la garganta, por fin logró explicarse -pero poco a poco se fue apagando, con cada día que pasaba sin noticias de su niña y con cada carta sin respuesta se fue consumiendo-
Cyan no se atrevió a preguntar más, pero tampoco despegó los ojos de la mujer, a la espera de saber, finalmente, el destino de su padre.
La anciana suspiró, era evidente que le dolía recordar todo aquello, pero más le dolía ver la mirada impaciente de aquella joven a quien todavía veía como la niña a la que 12 años antes le habían arrebatado, de modo que, haciendo de tripas corazón, finalmente continuó.
-Por fin un día o, más bien una noche, lo vi entrar a la cocina a escribir su carta de esa semana y...-
-¿Y qué?- la apremió Cyan tomándola fuertemente por los brazos.
-...y ya no lo volví a ver más-
-¡¿Así, sólo así?! ¡¿Desapareció, lo atacaron, lo secuestraron?! ¡¿Qué?! ¡Qué pasó!-
-¡Lo siento! Lo siento mi niña... no lo sé. Sólo sé que a la mañana siguiente que me desperté él ya no estaba, su cama no estaba destendida y su ropa y todas sus cosas aún están aquí, pero ya no volví a verlo ni a saber nada de él-
-Alguien tiene que saber algo, la gente del pueblo...-
La anciana negó con la cabeza.
-No, nadie sabe nada, nadie lo vio salir de la casa, ni alejarse del pueblo... nada-
Desconsolada, Cyan salió corriendo y fue a refugiarse bajo el manzano en el patio de enfrente, exactamente como la niña que solía vivir en aquella casa, la jovencita que creyó que podía volver a su hogar, sin darse cuenta de que ella ya no era la misma pequeña y de que, a pesar de su apariencia, aquella casa tampoco era la misma.
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Phantasya. El camino de Cyan
FantasyHuérfana, esclava, guerrera, ángel guardián o demonio de venganza; eso y más ha sido Cyan D'Rella en un mundo que se desgarra desde sus cimientos, víctima de fuerzas oscuras que amenazan la existencia misma de una tierra que solía ser una utopía, pe...