El sol caía a plomo y a la hermosa rubia no le quedó más remedio que dejar el azadón y meterse a la casita para buscar un vaso de agua; llevaba trabajando toda la mañana, la sexta desde su regreso a Viform I'tnaijt, y necesitaba un descanso.
-No tienes que hacer eso ¿sabes, mi niña?- la voz de la anciana la recibió desde un rincón de la cocina, donde se había sentado para limpiar algunas semillas que utilizaría para la comida.
-Lo sé, Gad, es sólo que... me gusta hacerlo-
-Mentirosa-
La sonrisa de la rechoncha mujer era todo lo que Cyan necesitaba para sentirse reparada por la ingrata jornada en el huerto detrás de la casa. El polvoriento suelo de aquella árida sabana era apenas suficiente para cultivar algunos cuantos vegetales y el arduo trabajo quizá ni siquiera valiera la pena si no llovía pronto.
Lo llamaban el "Gran Hechizo", sin embargo, a la fecha nadie estaba seguro de si aquello había sido un desastre natural o producto de una maldad más allá de su comprensión, del mismo modo que no podían saber si el infernal clima que ahora sufrían era consecuencia directa de aquella calamidad o era meramente un efecto secundario.
Y cómo podrían saberlo, quedaban ya pocos sobrevivientes de la generación que había visto a los cielos oscurecerse, la tierra temblar y el mar alejarse, como si ellos mismos estuvieran aterrados por el sonido de su mundo al fracturarse y el aterrador aullido de la realidad siendo desgarrada a su alrededor en una oleada de viento y lamentos que recorrió Phantasya de extremo a extremo, destruyendo a su paso la utopía que era su vida.
Desde las blancas torres de Âmaor-iod, en el muy lejano este, hasta los verdes templos de UHrb ZAmarggduç, en el oeste, el plano entero se trastocó en una oscura imitación de sí mismo; la naturaleza dejó de ser tolerante y benigna para volverse caprichosa e indiferente e incluso razas enteras cambiaron o, simplemente, dejaron salir la oscuridad que las consumía por dentro, convirtiendo las vidas del resto de los habitantes del reino en un continuo infierno.
Por si fuera poco, eran ya muy pocos los que podían recordar a la Phantasya original y Gad'm Odder era una de ellos; gracias a personas como la apacible anciana, la generación de su padre había tenido una esperanza a la cual aferrarse, sin embargo, para jóvenes como Cyan, el oscuro y peligroso reino que habían "heredado" era todo cuanto conocían.
Mientras Gad trabajaba, con Mauz echado a sus pies, Cyan sacó un pequeño envoltorio de entre su equipaje y lo colocó en la mesa, frente a la mujer, quien con cierta timidez desenvolvió las verdes hojas para descubrir un gran pedazo de carne roja, perfectamente conservada tanto por la habilidad de los aelfs como por las bendiciones del shamán. Casi al instante, el enorme mastín a sus pies alzó la cabeza olfateando el aire con deleite anticipado; la anciana, en cambio, dirigió a la chica una mirada ligeramente ofendida, a la vez que comenzaba a envolver de nueva cuenta el paquete.
-No... no, Gad, por favor, tómalo- la rubia se estiró para tomar con sus manos las de la mujer y evitar que le devolviera el envoltorio -no es que no quiera compartir tu comida... o que no me guste, es, simplemente, que la carne no va a durar fresca tanto tiempo y sería una pena desperdiciarla-
Sin embargo, la anciana no cedía y en su mirada podía verse que consideraba un grave insulto aquel ofrecimiento de su ahijada.
-Además- pero Cyan tampoco se rendía fácilmente -la gente que me la dio se sentiría profundamente ofendida si llegara a enterarse de que semejante tesoro fue desperdiciado-
Sólo así cedió.
Gad (y seguramente Mauz) comprendía a la perfección lo que era batallar hasta el cansancio por apenas un bocado y también entendía muy bien el significado de compartir el preciado botín con alguien necesitado, de modo que, a final de cuentas, aceptó.
Con gran cuidado, casi con reverencia, la anciana llevó el gran trozo de carne hasta la estufa de leña en el extremo opuesto de la habitación y, luego de cortar un generoso pedazo para Mauz, comenzó a sazonar el resto para que estuviera bien macerado para la ya cercana hora de comer.
Mientras tanto, Cyan volvió a salir al huerto, retomó la azada y se puso a aflojar la dura tierra bajo la inclemente mirada del sol de las primeras horas de la tarde en Wunderlänt, mientras a su mente acudían los vívidos recuerdos de aquellos 12 días que había pasado con la comuna aelf. Según sus cálculos, la tribu debía ya encontrarse mucho más allá de las fronteras de Kwiin O'Jartz, casi con seguridad en los lindes de las Tierras Ásperas, si acaso su ruta migratoria los llevaba tan lejos hacia el este.
Y mientras trabajaba bajo el ardiente calor, la rubia se dio cuenta, con todo el dolor de su corazón, de que se acercaba el momento de partir y, al mismo tiempo, comenzó a trazar, mentalmente, la siguiente etapa de su viaje, una etapa tan peligrosa que, muy en lo profundo, era una de las causas por las que había demorado tanto su estancia en su antigua aldea.
La otra razón, la que habría admitido ante todo el mundo, si acaso alguien le hubiera preguntado, eran los recuerdos de su infancia, los cuales, antes confusos y dispersos, desde que había regresado se habían vuelto brillantes y coloridos, sobre todo las memorias de su pequeña pero unida familia: la tibia lengua de Mauz limpiando los restos de comida de su cara, las firmes manos de Gad limpiándola antes de cenar... el cálido abrazo de su padre antes de irse a dormir.
Las carreras del descontrolado chiquillerío que subía y bajaba a lo largo de la calle, los juegos, las canciones, incluso las peleas por alguna golosina o algún juguete se habían removido desde lo más profundo de su memoria, regresándola, aunque fuera por unos momentos, a los felices días de su infancia.
Sin embargo, el tiempo había llegado, sólo esperaba poder terminar de arar la tierra para dejarla lista para que las expertas manos de Gad dispersaran las semillas, con la esperanza de, en algunos meses, levantar una cosecha que ayudara a la anciana y al enorme mastín a pasar los duros meses del invierno.
Esperanza... antes del Gran Hechizo era casi innecesaria, ahora, en cambio, era tanto un artículo de primera necesidad como un lujo que muy pocos podían permitirse en la oscura tierra en que se había convertido Phantasya.
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Phantasya. El camino de Cyan
FantasíaHuérfana, esclava, guerrera, ángel guardián o demonio de venganza; eso y más ha sido Cyan D'Rella en un mundo que se desgarra desde sus cimientos, víctima de fuerzas oscuras que amenazan la existencia misma de una tierra que solía ser una utopía, pe...