La sombra de la serpiente. Parte II

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El sol de la mañana sorprendió a la pequeña tropa en furiosa cabalgata a campo traviesa hacia el sur, luego que un nutrido grupo de arreva-nants los sorprendiera en la madrugada en el campamento. De alguna forma, quien quiera que los estuviera cazando había logrado encontrarlos en medio de la vastedad de las Tierras Ásperas y ahora los mantenía bajo un constante acoso que no tardaría demasiado en quebrarlos.

Después de salir de la hostería, la infanta y su escolta habían seguido pequeñas sendas y retorcidos caminos vecinales, alejados de la Gran Calzada Este-Oeste, con la esperanza de perder o por lo menos confundir a sus enemigos, sin embargo, guiados por la experiencia del capitán Bachiergnils y el ojo experto de Cyan, nunca habían dejado de encaminarse hacia el este, en busca de la tropa de cavaleri que podría representar la única esperanza para la sobrina del MHagg OThouçç... y para ellos mismos.

Ahora, no obstante, batallaban por abrirse paso a través de la alta hierba que rodeaba los peñascos que tapizaban la inmensidad de las Tierras Ásperas y ocultaban la vista más allá de 100 metros, con Surtfamatheas gravemente herido y luchando por mantenerse sobre su caballo y seguirle el paso al resto de la tropa, la cual huía del horror de una discordante voz que parecía alzarse detrás de ellos, entonando un canto que IRizoç DHeuro calificó de "malévolo y sacrílego".

Una afilada garra había destrozado el hombro derecho del soldado en la refriega que habían sostenido apenas unas horas antes y ahora una especie de infección o maldición había hecho que la piel alrededor de la herida se cubriera de delgadas líneas negras o púrpuras, que se expandían con cada minuto que el hombre pasaba sin la atención adecuada y aunque seguramente IRizoç habría podido curarlo, el incesante acoso de su o sus perseguidores hacía imposible que se detuvieran por más de unos segundos.

De repente, algo más ocurrió, la voz pareció cambiar su tono grave y cavernoso a un estridente chillido espectral que sacudió el aire e hizo no sólo que los caballos se encabritaran, sino que IRizoç, con un agudo grito de dolor, se cubriera los oídos, con lo cual fue arrojada al piso y aunque cayó sobre el denso pasto característico de aquellas regiones, también rodó sobre algunos arbustos cuyas espinas le causaron profundos y dolorosos arañazos que destacaban rojizos sobre su pálida piel.

Sin embargo, la pequeña tropa tenía preocupaciones más graves que unos cuantos rasguños en el rostro y los brazos de la eelph, incluso la herida de Surtf' se convirtió en una preocupación menor cuando vieron el horror que la sobrenatural voz había arrojado sobre ellos.

A lo lejos, alzándose amenazadora desde más allá del horizonte, una oscura nube se acercó rápidamente a los fugitivos, quienes habían desmontado para atender a la infanta y no pudieron hacer nada más que ver aquella aterradora aparición acercarse veloz a través del rojizo resplandor del sol matutino.

Conforme la "nube" se acercaba, Cyan y sus compañeros comenzaron a escuchar una serie de agudos y discordantes chillidos que, a pesar de su vasta experiencia en la guerra, lograron crispar los nervios de Bachierg' y Kalaensendraa, quienes empuñaron sus armas al tiempo que clavaban la vista en la mancha oscura que, sólida al principio, parecía fracturarse conforme la distancia se reducía.

El primer instinto de todos ellos había sido huir, sin embargo, no habían logrado siquiera que IRizoç pusiera un pie de vuelta en el estribo cuando "¡tump!" fue el turno de Surtf' de rodar por la tupida hierba.

El veneno o la maldición en la garra del arreva-nant por fin le había pasado la factura al fornido soldado, quien quedó tendido sobre el suelo en toda su corpulencia, justo al mismo tiempo que la oscura nube se abatía sobre ellos, rodeándolos no sólo de oscuridad, sino de un cacofónico coro de graznidos y chillidos producidos por grotescas criaturas parecidas a cuervos putrefactos.

Casi al mismo tiempo que el infernal ruido, un nauseabundo olor inundó el aire a su alrededor, llenando sus pulmones y arrancándoles lágrimas de los ojos, mientras las afiladas garras y picos de las aves no-muertas se clavaban con fiereza en su piel, causándoles un dolor que ninguno de ellos había experimentado jamás.

Ninguno de los tres guerreros aún en pie estaba preparado para enfrentar algo semejante. A lo largo de sus violentas y peligrosas vidas habían sido partícipes de innumerables batallas, sangrientos y brutales conflictos que sacaban a la superficie tanto lo peor como lo mejor de humanos, elvians, orūk y tdwarvan, sin embargo, en cada ocasión el enemigo había sido algo que sus armas o sus puños habían sido capaces de cortar, golpear... o matar.

Ahora, en cambio, aquellas demoniacas criaturas se limitaban a pasar veloces por arriba o abajo del filo de sus espadas, burlonas evitaban puñetazos y patadas e incluso cuando alguna era alcanzada por la diamantina punta de un sable o por la casi rocosa solidez de un puño, era como golpear una insignificante gota de agua en medio de una tormenta.

Ni siquiera la espada de Cyan y su habilidad para absorber la magia conseguía hacer una diferencia, envuelta por completo en una nube de oscura energía que sobrepasaba su capacidad de absorción. De hecho, la única que parecía lograr algo era IRizoç.

La infanta había renunciado a cualquier intento de trepar a su caballo y, por el contrario, se había arrodillado en medio de la alta hierba y con voz firme y clara, la cual había sido reducida a un sordo murmullo por las voces de las diabólicas aves, había entonado uno de los largos y complejos himnos de alabanza dedicados al MHagg.

En medio de la vorágine de picos, garras y oscuras plumas, la plateada cabellera de la eelph brillaba como un girón de nube iluminado por la brillante luz del recién ascendido sol y casi cualquier ave que se atreviera a acercarse a menos de tres metros de ella caía como fulminada, desprovista de la grotesca imitación de vida que la voz de su amo le había imbuido.

No obstante, aquello no duró mucho, poco a poco, la voz de la joven fue cediendo terreno tanto a los agudos graznidos de los cuervos, como a la otra vez grave y cavernosa voz de su perseguidor que, en esta ocasión, resonó apenas a unos cuantos pasos de ellos.

Mientras una nueva "ráfaga" de los emplumados enemigos la derribaba, indefensa, al suelo, Cyan alcanzó a ver a Kalaensendraa caer a su lado, el hermoso rostro surcado por un aterrador rasguño y la brillante y corta cabellera negra empapada en sangre; no obstante, parecía respirar, lo mismo que el capitán Bachiergnils, quien se había derrumbado sobre un espinoso arbusto.

Y justo antes de que las últimas luces de la conciencia se apagaran en su cabeza, la rubia guerrera vio aparecer, como creada por las revoloteantes criaturas, una delgada y alta figura envuelta en pieles de animales y cuya cabeza estaba cubierta por lo que parecía ser la desplumada calavera de un dundun.

La figura de larga barba dorada se aproximó con lentitud a la infanta, quien yacía exhausta sobre manos y pies en la alta hierba de aquel amplio espacio rodeado de peñascos y quien, altiva, clavó su desafiante mirada en la de aquel extraño hombre, en tanto éste se acuclillaba a un lado de ella y levantaba con brusquedad la delicada y blanca barbilla, como tratando de asegurarse de no ser engañado otra vez.

-¡No sabes con quién te estás metiendo, salvaje! ¡El MHagg te hará pagar con sangre esta afrenta!-

Sin arredrarse ante la pétrea mirada del hombre, la joven lanzó un rápido zarpazo que alcanzó a su enemigo en el pecho y aunque de las plateadas garras que adornaban la punta de los dedos de la infanta escurrían gruesas gotas de sangre, el enemigo apenas se inmutó. No obstante, rápido como un rayo, volvió a erguirse y antes que la joven alcanzara siquiera a levantar otra vez la mano, una brutal patada la impactó de lleno en el mentón, acallando cualquier otro intento de rebelión.

Al mismo tiempo, lo último de sus fuerzas abandonó a Cyan, quien se desmayó sobre la hierba, aterrada, por primera vez en años, por las sombras que cubrían su destino.


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Phantasya. El camino de CyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora