La noche del cazador. Parte IV

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El túnel era alto y amplio, de hecho, era evidente que los thuarfs habían encontrado aquella cueva natural al construir su fortaleza y lo único que habían hecho había sido emparejar el suelo y apuntalar las paredes y techo en los lugares adecuados; en una muestra más de la maestría de los enanos en el arte de la edificación.

No obstante, el abandono ya le había pasado la factura incluso a la sólida construcción; en varios puntos, los poderosos arcos de piedra habían sido atravesados por las gruesas raíces de los árboles mientras en otros, las fuertes vigas de madera yacían carcomidas o derribadas, con lo cual parte de la tierra y piedras del techo habían caído al suelo y ahora dificultaban el avance de los fugitivos.

Por fortuna, o por gracia de Morrigan, el mecanismo que movía una enorme plancha de madera y herrería para sellar la entrada al corredor aún funcionaba, con lo cual se libraron, al menos de momento, de la feroz persecución.

-Por lo pronto estamos a salvo-

En un principio, la voz de Jac los alcanzó desde la más absoluta oscuridad, sin embargo, una chispa repentina, hija del pedernal y el acero, pronto dio paso a una temblorosa pero muy bienvenida luminosidad, proveniente de una de las antorchas estratégicamente colocadas a la entrada del pasadizo.

El exhausto grupo se derrumbó sobre las frías losas de piedra que recubrían el suelo, pero no había triunfo ni gozo, ni siquiera alivio, tras el casi imposible escape. Lejos de cualquier sentimiento de consuelo, Phàmke primera Esposa de Hwvart, se derrumbó en el suelo agitada por el más desesperado de los llantos, el cual ni siquiera el cálido abrazo de la joven Guryl, su "hermana de hogar", era capaz de tranquilizar.

Por su parte, Hwvart hijo de Vrète se limitó a tomar un puño de tierra suelta de una de las paredes y lo esparció sobre su cabeza, al tiempo que, entre sollozos, intentaba recitar una de las recién aprendidas oraciones al MHagg.

-¿Y ahora qué?-

En medio de la pesadumbre provocada por una victoria con sabor a derrota, ARaman le lanzó una dura mirada a Ozz, quien ni siquiera se molestó en voltear a ver al arrogante jovenzuelo.

-Ahora descansamos unas horas, falta poco para que amanezca y eso nos dará cierta ventaja sobre los loupohz- dijo Jac, quien era el único de todo el grupo que permanecía de pie, al borde del círculo de luz y con la vista clavada en las profundidades del oscuro túnel.

-¡Ventaja! ¡¿Qué ventaja se puede tener sobre esas... esas... bestias?! Si Méntor PHeilyp estuviera aquí...-

-¡Incluso tu maestro reconoció el valor y la habilidad de estos guerreros!- en medio del profundo dolor por la pérdida de su hijo mayor y cansado de la insolencia del joven eelph, Hwvart se alzó en toda su estatura y avanzó hasta quedar apenas a un palmo de distancia del muchacho -y si de verdad quieres honrar su sacrificio, y el de mi valiente Dhoron, entonces te sugiero que tú hagas lo mismo-

En realidad, Cyan había convivido poco con PHeilyp de UHrb ZUrozum, pues, en general, el anciano caballero se mantenía alejado del grupo, aunque la rubia guerrera nunca estuvo del todo segura de si lo hacía debido a su carácter silencioso y mesurado o si era la natural arrogancia de la raza eelphen.

Cualquiera que fuera el caso, el cavaler y su aprendiz se habían pasado apartados del grupo la mayor parte de las dos semanas en que ella los había acompañado, ya fuera practicando el arte de la espada o repasando los complicados códigos y rituales que regían la vida de la llamada Sancta Orden Cavaleren, el grupo de monjes guerreros (o fanáticos religiosos) encargados de proteger a los fieles al Mhagg.

Ahora, dos o tres metros bajo tierra, amontonados dentro del pequeño círculo iluminado que formaba la luz de la antorcha, el recuerdo del caballero le parecía a Cyan difuso o, incluso, inadecuado.

En cuanto al resto, ErroTaih-jac, cuya piel color púrpura lo hacía casi invisible en la penumbra, se encontraba en el borde del círculo que daba hacia lo que se suponía era la salida; detrás de él, recargada contra la inestable pared del túnel, OzzahRotecu-pac arreglaba la delgada capa que, de algún modo, parecía contener un arsenal suficiente incluso para una tropa de R'ngrx älvean y aun así se conservaba tan ligera y flexible como una de las chalinas de seda tan de moda entre las jóvenes eelphi.

Los peregrinos se habían apiñado en el centro del círculo de luz, mientras Cyan se había recargado contra el sólido muro de madera y hierro que los resguardaba de la furia de los loupohz, quienes, al principio, habían descargado toda su frustración contra la puerta, sin embargo, conforme pasaron los minutos, sus feroces zarpazos y estremecedoras embestidas fueron haciéndose cada vez menos frecuentes y bastante más débiles, hasta que, finalmente, cesaron.

-¿Crees que se hayan rendido?-

La pequeña Wlrikka alzó los ojos hasta encontrarse con el entristecido rostro de Hwvart.

-No lo sé. Tal vez, pequeña-

Al escucharlos, ARaman pareció recordar algo: su deber para con los peregrinos a quienes había jurado proteger, de modo que se acercó a los seis que quedaban.

-Por favor, hermanos, únanse a mí en una plegaria de agradecimiento al MHagg OThouçç para agradecerle por la bendición de un día más y para pedirle por las ánimaii de nuestros hermanos que en estos dos días iniciaron su camino a EDehenia, la Tierra de los Bienaventurados-

Mientras, con cierta torpeza, el joven aprendiz guiaba a los fieles en su plegaria, Cyan se abrió paso entre ellos hasta llegar junto a Ozz y Jac.

La esbelta mestiza, intuyendo la pregunta, le explicó: -No. Tal vez todavía no nos atrapan, pero saben que tenemos que salir en algún momento y seguramente van a recorrer los alrededores hasta encontrar el otro extremo del túnel o a nosotros al descubierto-

-¿Tan inteligentes son? Yo creía que eran solo... bueno... bestias- comentó la rubia.

-Casi todos cometen el mismo error y casi siempre es el último- sentenció Jac, quien no había dejado de escudriñar la oscuridad, en espera de alguna clase de señal -Vámonos, ya es hora- la cual llegó justo en ese momento.

Con cierta renuencia, fruto del temor, el pequeño grupo se puso en marcha y aunque al principio no comprendieron por qué Jac había decidido apagar la antorcha, conforme fueron avanzando, al principio entre constantes tumbos y traspiés, una tenue luminiscencia comenzó a disolver la densa oscuridad, perfilando los confusos bultos negros de piedras y raíces contra un fondo ligeramente menos oscuro, hasta dar paso a una fría luz que bañó de gris el interior del pasadizo.

Conforme avanzaban, la luz se fue haciendo más intensa, al tiempo que una tenue corriente de aire enfriaba lentamente el denso ambiente del fondo del pasadizo. Del mismo modo, la pequeña mancha que había aparecido a los lejos momentos antes, poco a poco fue creciendo y definiéndose, hasta convertirse en un gran parche de una luz gris, pero lo bastante clara y diáfana como para marcar la salida del largo pasaje.

Phantasya. El camino de CyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora