II. De ratones y hormigas
Tal como lo haría un ejército de hormigas sobre un desafortunado ratón, la desarrapada banda de chiquillos se arrojó sobre el enorme ogro sin temor alguno, quizá debido a la enorme práctica que ya tenían o tal vez a causa de la inconsciencia propia de su edad. A juzgar por la cubierta de hueso que casi alcanzaba el tope de su cabeza, la bestia era un macho en plenitud; rápido, fuerte, brutal y mortífero.
El primer grupo, dividido en dos equipos de tres, ya había situado dos viejas balistas (quizá abandonadas por alguna falange älv) en extremos opuestos del pequeño claro que habían elegido para su emboscada. No bien lo tuvieron en la mira, los muchachos dispararon un par de flechas casi tan largas como una jabalina y tan sólidas como una lanza, las cuales arrastraron dos gruesas cuerdas atadas, a su vez, a grandes árboles detrás de ellos.
Sólo uno de los proyectiles dio en el blanco -el tendón de Aquiles del monstruo-, sin embargo, eso fue suficiente para anclarlo a tierra. Aterido de dolor, el ogro se vio privado de uno de sus principales recursos: los enormes saltos que podían colocarlo, de un solo impulso, en las primeras ramas de las gigantescas hayas que conformaban el nivel intermedio del dosel arbóreo de Dao Sh'atei.
Casi enseguida, un segundo batallón de "hormigas" se descolgó de los árboles más cercanos, balanceándose de cuerdas y lianas colocadas también de antemano. Los "colgantes", como los llamaba Ii-ack, dejaron caer una verdadera lluvia de pequeñas piedras, afilados guijarros, puntas de flecha y trozos de cuchillos que si bien no podían siquiera alcanzar la piel de la bestia, sí eran una molestia lo bastante grande como para distraerla de lo siguiente.
Una estridente señal con un cuerno de caza hizo salir de su escondite, en agujeros camuflados a las orillas del claro, a seis o siete chiquillos armados con hondas que hacían girar velozmente para luego disparar lo que Cyan los había oído llamar "huevos sorpresa": cascarones de huevos de diversas aves que los muchachos habían rellenado de una espesa mezcla de agua, savia de árbol, obsidiana molida de la que abundaba en los cañones de Dao Sh'atei y el jugo de un extraño fruto verde y extremadamente picante que los chicos recogían en las inmediaciones del bosque.
Tres o cuatro de los cascarones acertaron a los ojos de la bestia y eso fue suficiente para cegarla; casi al instante, el tercer grupo, el más numeroso, emergió de atrás de troncos, árboles y arbustos, algunos armados con lanzas y horquillas, con las cuales protegían a varios más que arrojaron pesados ganchos de hierro -atados a cuerdas y cadenas- contra los brazos del ogro. No obstante, la gigantesca bestia era todo menos una presa fácil y para ese momento ya había arrojado o golpeado a varios de los "lanceros", uno o dos de los cuales resultaron seriamente lastimados.
A la distancia, en una elevación del terreno, Cyan, acompañada de la pequeña Hara-pa y del joven Mai-ka, se limitaba a observar la emboscada, marginada por un ¿celoso? Ii-ack, quien no quería que "la entrometida estropeara su bien coordinada estrategia".
Pese a que el ataque, efectivamente, estaba bien planeado y ejecutado, sólo bastó un parpadeo para que todo comenzara a salir mal; no por nada los ogros eran los máximos depredadores en Dao Sh'atei, al grado que incluso dragones y wurms lo habrían pensado dos veces antes de atacarlos.
Sus piernas, adaptadas para saltar, eran demasiado torpes para correr o incluso para caminar, pero podían impulsarlos de árbol en árbol prácticamente sin esfuerzo, en tanto sus larguísimos brazos, más largos que el total de su cuerpo, les servían tanto para "caminar" en tierra como para balancearse de rama en rama o para moler a golpes a un aterrado chiquillo, quien no había podido soltar su cuerda antes de que los demás liberaran los lastres suspendidos de poleas ancladas en los árboles cercanos y que, al caer, debían colgar al ogro de sus brazos.
Pese a su urgente deseo por correr a auxiliar al pequeño en peligro, Cyan se vio impedida de entrar a la batalla por un muy atento Mai-ka, quien (pese a todo) se había "enamorado" de ella y ahora la seguía a todos lados con un eterno gesto de adoración en su rostro, y que en aquel momento se interponía entre la joven guerrera y la encarnizada contienda "para que no resultara herida".
En tanto, sin dudarlo un segundo y sin más armas que una pesada pica de unos dos y medio metros de largo, el valiente Ii-ack ya había hecho frente a la bestia. Con coraje y determinación, el joven caza-gigantes logró controlar el brazo derecho del ogro el tiempo suficiente para que sus desesperadas tropas recuperaran el control de las cuerdas y por fin consiguieran soltar y anclar los lastres que elevaron al monstruo apenas un metro por encima del suelo.
Primero, la enorme bestia se revolvió desesperada entre sus ataduras, pero en cuanto vio acercarse al muchacho, se irguió, desafiante, en todos sus cuatro metros de estatura ante un extenuado Ii-ack, quien no retrocedió un ápice pese a que las cuerdas y poleas apenas podían soportar las tres toneladas de ira y poder bruto que se encontraban frente a él.
Aunque, al lado del ogro, el joven guerrero lucía diminuto, la férrea determinación en su gesto y la chispa de odio en el fondo de sus ojos cafés lo hacían lucir incluso más temible que la enfurecida bestia.
Pese a ser los más pequeños de los titanyans, los ogros eran los más temidos de aquella raza maldita; gigantes y trolls podían ser más grandes y más fuertes, pero la sed de sangre y la oscura astucia de los ogros los hacían mucho más peligrosos y también, como lo evidenciaba la mirada de Ii-ack, mucho más odiados.
Sin arredrarse ante los fúricos rugidos de la criatura, el cazador se acercó hasta ella, lanza en mano, y dirigió la acerada punta directo a su garganta, el único punto donde el áspero y grueso pelaje era lo bastante "suave" como para permitir la entrada de un arma pesada.
Con una fría determinación, que Cyan no había visto ni siquiera en los más experimentados D'ltax del ejército älv, Ii-ack hundió, no sin trabajos, la enorme lanza en el gañote de la criatura, privándola de la vida.
No bien el ogro exhaló su último aliento, la turba de mozalbetes prorrumpió en sonoras ovaciones, mientras, todavía esperando en la pequeña colina, Cyan escuchó a Mai-ka susurrar: "ya estamos listos. Ya podemos ir tras la Gran Perra". Sin saber por qué, la rubia se estremeció al escuchar al jovencito, mientras Hara-pa dirigía una mirada llena de angustia y temor en dirección a su adorado Ii-ack.
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Phantasya. El camino de Cyan
FantasíaHuérfana, esclava, guerrera, ángel guardián o demonio de venganza; eso y más ha sido Cyan D'Rella en un mundo que se desgarra desde sus cimientos, víctima de fuerzas oscuras que amenazan la existencia misma de una tierra que solía ser una utopía, pe...