El camino rojo. Parte II

123 30 12
                                    

El inclemente frío de la noche en Wünderlant había aumentado considerablemente con el feroz viento que soplaba desde el norte. Helado y cortante como el juicio de Badb, el aire podía matar a cualquiera que sorprendiera al despoblado sin un buen fuego y una adecuada provisión de mantas.

Cyan había asado el último trozo de carne fresca que le habían obsequiado los aelfs y ahora se deleitaba con un buen trago de aguamiel, regalo de Gad, entibiado sobre las brasas y que le calentaba el cuerpo como la mejor de las cobijas.

En la soledad de la noche, oculta de miradas extrañas por uno de los pocos afloramientos rocosos de aquellas planicies, alrededor del cual crecían algunos arbolillos, la rubia volvió a sacar la cajita de su padre y la contempló durante algunos segundos, preguntándose cómo podría abrirla... sin dañarla.

No obstante, poco a poco, sus pensamientos se transformaron en recuerdos y, tercamente, volvieron a la noche en que fue arrancada de su familia y de aquella vida, la única, de entre todas las que había vivido, por la cual habría valido la pena morir.

En realidad, la primera noche pasó sin más problemas, los soldados se limitaron a encadenarla a una línea de esclavos, en la que ya habían por lo menos otras cuatro chicas y dos o tres muchachos.

La caravana avanzó lentamente por algunas horas y finalmente arribó a un gran campamento, donde se alzaban una buena cantidad de tiendas y a donde, según alcanzó a ver, ya habían llegado varias comitivas parecidas a la suya.

El grupo de Cyan fue arrojado, casi con brutalidad, a un corral improvisado con gruesas ramas, cardos y ortigas, y rodeado por un nutrido grupo de capataces, los cuales, pese a que toda la noche estuvieron recibiendo más prisioneros, no estuvieron sobrios por demasiado tiempo.

Los sollozos y el llanto de los cautivos, todos ellos jóvenes, algunos incluso más jóvenes que Cyan, hicieron de la noche una pesadilla, sin embargo, aquello era sólo la antesala del infierno que vivirían en los días por venir.

Los soldados regresaron no bien se asomó el sol y a golpes y jalones obligaron a salir al nutrido grupo y lo condujeron hasta un gran claro, donde los alinearon y repartieron a cada uno un mendrugo de pan duro y un cuenco con agua; no pocos, debido a la brusquedad de los guardias, fueron los que perdieron una u otra cosa, sin embargo, no había piedad y quien perdiera su ración del día, no volvería a ver otra hasta la mañana siguiente.

No bien terminaron la frugal comida, fueron encadenados en otra larga fila; entre el chasquido de los látigos y los golpes de capataces y soldados, Cyan fue esposada junto a una adorable niña pelirroja, cuyas lágrimas habían dejado largos surcos a través de la tierra y la mugre acumulada en sus blancas mejillas.

Poco a poco, la hilera fue creciendo, hasta rebasar fácilmente la centena de almas; los capataces, fusta en mano, ocuparon su lugar a lo largo de la fila y los soldados formaron un amplio cerco de escudos y lanzas alrededor de la caravana, que sólo entonces se enfiló con rumbo nor-noroeste.

Le llamaban "El Camino al Corazón", La Voie du Coeur, en el lenguaje de la Antigua Dinastía, sin embargo, desde el violento ascenso de Kwiin O'Jartz al poder y con el inicio de aquellas sangrientas caravanas todo había cambiado y ahora era mejor conocido como el Rhedd Päth o "El Camino Rojo", la vía cubierta de sangre que cimentaba del poder de Coeur Rouge.

La brutal marcha continuó hasta el filo del atardecer y justo cuando los prisioneros comenzaban a pensar que el martirio no acabaría nunca, la caravana llegó a otro campamento, preparado de antemano, donde, de nueva cuenta, fueron arrojados dentro de un corral cual bestias.

Aquella misma rutina se repitió día tras día, durante lo que a los cautivos llegó a parecerles casi una eternidad, sin embargo, cuando, años más tarde, la rubia pudo hacer algunos cálculos, llegó a la conclusión de que la ruta debió tomarles alrededor de tres semanas en total, las tres semanas más largas y crueles de su vida.

En esos 21 días, el viaje fue lento y difícil, cualquiera que cayera por cansancio o por hambre era brutalmente castigado por los garrotes de los capataces o los látigos de los soldados; no obstante, nadie murió, la destreza de sus captores para causar dolor sin herir de gravedad era mucho más que insana, era casi... impía.

Pese a la tortura que eran aquellos días, lo verdaderamente aterrador eran las noches; en cada alto que hacía la caravana, no bien los habían encerrado en el corral, algunos guardias llegaban y a rastras se llevaban a uno o dos de los prisioneros, sin importar sexo o edad.

Apenas al tercer día desde su salida de Viform I'tnaijt, Cyan estuvo a punto de experimentar en carne propia los horrores de aquellas salidas, cuando uno de los capataces llegó hasta donde ella y Louren, su compañera desde la primera mañana de marcha, se habían refugiado de espaldas contra la cerca de cardos.

El gran hombretón de pelo pajizo, seguramente de alguna de las tribus de las Tierras Ásperas, había posado su errática mirada en la cabellera dorada de Cyan desde el mismo momento en que entró al corral y con paso tambaleante había llegado hasta ellas.

Con torpeza, el guardia comenzó a tantear las muñecas de la rubia para quitarle los grilletes, su aliento apestaba a alcohol y sus ojos vidriosos eran incapaces de encajar la enorme llave en la oscura cerradura.

Por fin, su borrachera lo hizo perder el equilibrio y cayó bruscamente sobre Louren, quien de inmediato comenzó a llorar y a gritar, vencida por el horror de aquel infame cautiverio.

Los gritos de la chiquilla atrajeron la mirada de otro de los capataces, quien presto llegó al lugar, donde arrojó a un lado a su intoxicado compañero y con mano ágil y segura desencadenó a la pequeña pelirroja, a quien, mitad cargando y mitad a rastras, sacó del corral mientras otros cargaron en vilo al ebrio y, con algunas dificultades, lo arrojaron sin miramiento alguno al otro lado de la cerca de espinas.

Como todas las víctimas de aquella horrenda costumbre, Louren volvió a la mañana siguiente, justo a tiempo para volver a ser encadenada y emprender un nuevo día de marcha. El tierno rostro estaba marcado por un enorme moretón, producto de un alevoso golpe, mientras sus antebrazos y pantorrillas mostraban las brutales huellas rojas de manos y garras que la habían sujetado mientras se debatía fieramente, en un vano intento por evitar aquella infamia.

Y si alguna duda quedaba en Cyan sobre el motivo de aquellos raptos, ésta se desvaneció cuando, a la clara luz de aquella mañana de marcha, pudo ver oscuros hilillos de sangre seca marcando el frente y el dorso de las escuálidas piernas de la chiquilla, quien a duras penas y a punta de látigo, además de la ayuda de la rubia, pudo mantener el paso de la caravana.

Así, poco a poco, la horrenda verdad se difundió entre los cautivos, pastores y campesinos en su mayoría, cuya inocencia les impedía reconocer el verdadero alcance de la maldad de sus captores y, por lo tanto, no alcanzaban a entender el motivo de semejante crueldad.

Pese al corto tiempo en que se vieron sometidos al horrible maltrato, llegó el momento en que algunos de los prisioneros, todos jóvenes y, por lo tanto, adaptables, aprendieron a aceptar aquel hecho como parte de su nueva vida hasta que por fin una mañana, al reemprender la marcha con las primeras luces del alba, pudieron ver las elevadas torres de K'Rokket Feelt saludándolos a lo lejos.

El enorme palacio de Kwiin O'Jartz resplandecía en carmesí y dorado sobre la cima de la colina cuyas faldas albergaban a la ciudad que la mayoría aún conocía como Coeur Rouge, en el lenguaje de la Antigua Dinastía, pero que la nueva reina había rebautizado como Rhedd Hrt, que en saxlish puede significar tanto "corazón rojo" como "herida abierta".

Poco a poco, el sueño fue venciendo a la hermosa rubia, obligando a sus recuerdos a fundirse y entrelazarse con la materia de la que están hechos los sueños, y justo en ese momento algo empezó a ocurrir: el relicario alrededor del delicado cuello emitió una tenue, casi imperceptible, luminiscencia y la caja respondió con un intrincado patrón dibujado en delicadas líneas plateadas en toda su superficie.

No obstante, el hermoso espectáculo duro poco,el coral-cuarzo de la daga bajo su almohada muy pronto dispersó aquel primeratisbo de un poder que en las manos correctas podría salvar su mundo, pero enlas equivocadas...

Phantasya. El camino de CyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora