La noche del cazador. Epílogo

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La pequeña fogata crepitaba dulcemente en aquella fría mañana en la ribera norte del Ahnydr-ýo, mientras la empapada ropa de los sobrevivientes colgaba en ramas clavadas alrededor del fuego, en el húmedo suelo del pequeño claro.

El joven ARaman se concentraba en sus oraciones intentando con todas sus fuerzas ignorar la vista del hermoso cuerpo desnudo de OzzahRotecu-pac, quien se había desprendido no sólo de la mojada caperuza, sino también de la pechera fabricada con una combinación de lana, cuero y remaches de acero y del calzón de lana y cuero, dejando ver, ahora sí, las casi 10 manchas rojizas que resaltaban sobre su pálida piel, evidencia de su herencia mestiza de aelf y eelph.

Apenas hacía unos minutos que Cyan y los otros tres guerreros habían terminado de cruzar el Vado Este del río más largo y caudaloso de Phantasya para reunirse con los exhaustos peregrinos, sin embargo, Ozz y su compañero, ErroTaih-jac, ambos infatigables, se negaron siquiera a sentarse sin antes haber revisado los alrededores del improvisado campamento.

Y mientras la rubia se encargaba de encender la pequeña fogata, la esbelta mestiza, con sorprendente agilidad, había trepado al árbol más alto de los alrededores, olisqueando y escuchando la brisa, y Jac había dibujado una especie de espiral hacia afuera del claro, corriendo, saltando y, de cuando en cuando, agachándose para leer con rapidez, pero con gran cuidado, ciertos signos del terreno, invisibles para todos, excepto para el ojo experto del "perro de presa".

El aullido, largo y penetrante como una espada, taladró los oídos de los fugitivos y los hizo brincar a buscar sus armas, sin embargo, aquello no era un llamado al ataque, más bien, como Cyan comprendió más tarde, fue una especie de saludo, una señal de respeto a un enemigo al que consideraban más que digno.

En la ribera opuesta, casi al borde del agua, un hombre de corta y revuelta cabellera oscura los miraba, agazapado, con una curiosa mezcla de odio y respeto, mientras, unos pasos detrás de él, en una elevación del terreno, una alta y esbelta silueta femenina, envuelta en pieles de animales, se recortaba contra el fondo del bosque; portaba una burda lanza de cuerno de uniciervo en la mano derecha y su clara melena enmarañada contrastaba con el verde del paisaje; a su alrededor, casi una decena de loupohz, incluyendo los que habían quedado heridos tras la última refriega a las orillas del río, se reunieron durante unos breves segundos.

-Es "la jauría"- explicó Ozz con un tono tan tranquilo como si estuviera hablando de un grupo de tímidos capreces -se despiden de nosotros-

En unos cuantos segundos, el grupo desapareció en la espesura, seguramente en busca del resto de su manada.

-Tenemos algo de tiempo. Los "cola atigrada" deben estar a más de un día de distancia. De cualquier forma, tenemos que estar en camino antes del mediodía- dijo Jac al tiempo que se sentaba sobre una piedra recubierta de húmedo musgo y comenzaba a quitarse las pesadas botas de cuero, que aún chorreaban agua.

Con el fuego listo y mientras se desvestía para colgar su ropa a secar, la esbelta elvian explicó a Cyan que en cada manada de loupohz existía un grupo que se dedicaba exclusivamente a la cacería. "La jauría" era dirigida por "los cazadores", una pareja, hombre y mujer (o macho y hembra, según Jac), quienes eran los más fieros luchadores de la manada entera y que, en su extraña jerarquía, se ubicaban sólo por debajo de "los padres", líderes de la manada y los únicos con derecho a "reproducirse".

Cyan también se había despojado de sus prendas, ante la atónita mirada de ARaman, quien no dejaba de murmurar algo acerca de "pudor" y "pecado", pero, más modesta que la cazadora, la rubia había conservado el sostén y las bragas hechos de anchos listones de blanco algodón, a la usanza de Coeur Rouge, que daban varias vueltas a su cuerpo, atados por discretos nudos y que cubrían bien sus partes privadas, pero que resaltaban, sin querer, la perfección de sus curvas.

Las musculosas y exuberantes zndaory también se despojaron de sus coloridas blusas y chalecos profusamente adornados con cuentas y aplicaciones de madera coloreada, quedando en diversos grados de desnudez, que el joven eelph consideró incluso más ofensivos que los de Ozz y Cyan, debido a su calidad de "creyentes", sin querer entender que aquello era estrictamente necesario si querían evitar un ataque de la temida "fiebre".

Un extraño silencio invadió el bosque mientras el disminuido grupo comenzaba a lamentar sus pérdidas: PHeilyp de UHrb ZUrozum, maestro de ARaman cuyo sacrificio les permitió entrar al alcázar thuarf; también los padres de la pequeña Wlrikka, Dhoron y su hermano menor Awvrans, y tres o cuatro más de quienes Cyan ni siquiera había podido aprenderse los nombres, aunque seguramente estaban siendo mencionados en la oración que los peregrinos hacían en aquellos momentos, liderados por el joven aprendiz de cavaler, en agradecimiento a su dios, el MHagg OThouçç, por haberlos librado del peligro.

-¿Y ahora qué sigue? ¿Hacia dónde podemos dirigirnos?- preguntó el poderoso Hwvart hijo de Vrète, una vez que la plegaria de los peregrinos hubo terminado.

-Hay una fortificación knomm a un par de días de camino hacia el este, ahí estarán a salvo y podrán conseguir una buena escolta que los saque de EttonyhTattze-rohp- explicó Jac, cuyo purpúreo y musculoso cuerpo estaba apenas cubierto por un taparrabo de tela oscura.

Ambos guerreros intercambiaron una breve mirada, la del zndaoro cargada de gratitud y la del älv de un enorme respeto. Después de eso, no volvieron a hablar entre ellos, ni siquiera cuando, días más tarde, llegó el momento de despedirse.

-Creo que esto es tuyo- dijo Phàmke, la mayor de las zndaory sobrevivientes, a la vez que le entregaba a Cyan la cajita de su padre, que había guardado entre sus alforjas.

-Gracias, mil gracias- alcanzó a balbucear la joven guerrera mientras intentaba, con todas sus fuerzas, contener las lágrimas que asomaban a sus ojos mientras apretaba contra su pecho el preciado objeto, que creía perdido, junto con su caballo, desde la primera emboscada de los loupohz.

Aunque con un evidente gesto de satisfacción, la centáuride se limitó a asentir y de inmediato se alejó para atender a los pequeños, cuya mente maravillosa ya había empezado a olvidar los horrores vividos y habían comenzado a juguetear a lo largo y ancho del claro.

Horas más tarde, luego de una frugal comida, provista por las habilidades de Ozz y Jac, el disminuido grupo emprendió el camino al este, en busca de la seguridad que tanto habían añorado en los últimos días.

Phantasya. El camino de CyanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora