o n c e

32 11 4
                                    

-Christian... ¿Te encuentras bien?- Preguntó Ángela despertándome de mi profundo sueño.

-Emmm, ¿por qué?-Pregunté aún dormido.

-Creo que estabas teniendo una pesadilla.-Afirmó.

-Ni idea, aún así gracias por despertarme.

Miré hacia mis lados y me acordé de lo que había pasado. En el todoterreno estábamos Saray, Tamara, el señor Smith, Iñigo, Ángela y yo. Recordé que Rubén ya no estaba con nosotros y eso hizo que una lágrima me recorriera la mejilla izquierda.

-¿Qué tal estás?-Me preguntó Ángela.

-Bien.- Mentí. Después de esta semana que llevamos jugándonos la vida cada cinco minutos y perdiendo a seres queridos no tengo ganas más que de morirme. Puedo fingir sonrisas, mentir diciendo que estoy bien y aún que no cambie mi forma de pensar, los que me rodean no tendrán que preocuparse por mí.-¿Y tú?

-Bien, supongo. Al fin y al cabo los dos estamos vivos.

-Buenos días chicos.- Dijo Saray, que se despertaba estando sentada en el asiento del copiloto.- ¿Os parece si páramos a bañarnos en un lago que no esta muy lejos de aquí? Llevamos varias horas de viaje con la peste de los caminantes.

-Suena bien.- Dijo el señor Smith satisfactorio.

Varios minutos después, el señor Smith, que conducía el coche, aparcó enfrente de aquel hermoso lago del que nos había hablado Saray. Era bastante grande, con agua cristalina y rodeado de montañas y bosque. A la orilla del lago había una tienda de campaña, un hoguera apagada y dos bancos a su alrededor. Parece que cuando todo esto pasó, alguien estaba disfrutando de una acampada en familia.

Todos nos bajamos el coche y nos estiramos. Respiramos fuertemente, pues el aire en plena naturaleza siempre sabe mejor. Nos dirigimos a la tienda de campaña para ver si había algo útil y no nos equivocamos, recogíamos una lámpara de acampada, dos sacos de dormir, una nevera portátil llena de comida y varios cómics para leer en caso de que nos aburriéramos. También había una pequeña maleta de color verde con ropa limpia que podría servirnos para cambiarnos. Llevabamos muchos días con la misma ropa y sin ducharnos.

-Podríamos pasar la noche aquí.- Propuso Tamara.- Este lago me trae grandes recuerdos.

-Yo lo veo seguro, creo que podríamos hasta llegar a vivir.- Dijo el señor Smith.- Sólo necesitaríamos vallar un poco la zona para asegurarlo más, porque por la zona del lago no creo que venga ninguno.

-Pero... ¿Y mi familia?- Preguntó Iñigo- ¿No íbamos a buscarlos?

-No te preocupes por eso, si Dios quiere que os rencontreís lo hará en el momento que encuentre adecuado. Podría ser hoy, mañana o en unas semanas.- Animó el señor Smith a Iñigo, aunque tanto él, como yo, sabíamos que la familia de Iñigo estaría muerta, al igual que la nuestra.

-Me encargaré de hacer una hoguera.- Dijo Saray.- Tamara, si no te importa acompañame a por leña y todo lo que nos pueda ser útil.

-Sí claro, cariño.- No hacía ser muy inteligente para haberse dado cuenta de que Saray y Tamara son pareja. Me alegra que Ángela y yo no seamos los únicos.

-Yo vallaré el campamento con estos hilos.- Dijo mientras me los mostraba.- Ataré unas cuantas latas vacías para que cuando un caminante lo toqué, haga ruido y sepamos que esta ahí.

En una hora y media más o menos, tuvimos el campamento acabado, donde podríamos quedarnos un par de días para descansar y recargar energías.

Al caer la noche, nos sentamos todos al calor de la hoguera.

-Me pregunto si Amaya habrá encontrado a su familia.- Dijo Iñigo.

-¿Quién?- Preguntaron Saray y Tamara, que no la conocían.

-Una profesora con la que huimos del instituto al ver caminantes por primera vez.- Informó Iñigo, yo sólo asentía.

-Supongo que habrá llegado a su casa, habrá encontrado a su marido y a su hijo, y juntos sobrevivirán.- Animó el señor Smith.

-Señor Smith, no nos intente engañar más.- Dijo Ángela.- Dudo que Amaya encontrara a su familia y si lo hizo, morirían al llegar a Atlanta.- Ángela miró a Iñigo.- Y lo siento Iñigo, pero tanto tu familia como la mía y la de todos habrá muerto.- Comenzó a llorar.- Nunca jamás volveremos a verlos, ni a nuestros queridos abuelos que tanto nos enseñaron. No veremos más a nuestros amigos, primos o tíos, ni si quiera a nuestros mayores enemigos. Mirarme, ahora mismo sólo estamos nosotros, no sabemos si hay más, pero por el momento sólo estamos nosotros. Dependemos de nosotros seis. Nadie más.

-Ángela, mi familia esta viva.- Dijo Iñigo.

-¡No! No lo está.- Gritó Ángela.- Abre ya los ojos, que vas de fuerte por fuera pero por dentro eres un mierdas. ¡Nadie a sobrevivido!

-Ángela, tranquila.- Dijo el señor Smith.

-No, no lo estoy. Quiero morirme.

-No, mi amor, no digas eso.- Hablé por primera vez.

-Cielo, no soy feliz en este mundo.

-Pero algún día lo seremos, cuando pase esta pesadilla, te lo prometo.

-Si me lo prometes... Seguro que no te equivocas.- Dijo acurrucándose en mis piernas, y al parecer, la había calmado.- Te amo muchísimo.

-Y yo, mi vida.- Dije dándola un corto beso en sus labios, contemplando su sonrisa y como sus párpados iban cubriendo poco a poco sus brillantes ojos.

-El resto podremos dormir tranquilos y turnarnos cada unas horas para vigilar.-Propuse.- Yo lo haré por Ángela, quiero dejarla dormir.

-De acuerdo.-Dijo el señor Smith.-Os despertaré en unas horas.

Dicho esto, nos tumbamos todos y dormirmos tranquilamente, aún que, como no, con un ojo abierto por si acaso, nunca se sabe lo que puede pasar.

The Walking DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora