v e i n t i u n o

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El día siguiente comenzó normal, relajado y sin presiones de ningún tipo. Cenamos una gran hamburguesa como esas que hacía tanto tiempo que no comía. Dormimos encima de las mesas del restaurante, tapados con unas mantas que teníamos en el coche. Otro de los propósitos del día era encontrar ropa, debido a que con la invasión perdimos la maleta. Para desayunar tomamos un vaso de leche con galletas, algo suave. Cogimos toda la comida posible y la guardamos en el maletero, junto con los armas y el resto de provisiones que Saray y el señor Smith habían recogido de la cafetería de los bungalows. Mientras lo colocábamos todo en el interior del coche, una voz nos interrumpió:

-Eh... ¿Hola?- Todos nos giramos rápidamente para encontrarnos con un hombre y una mujer. El hombre era más bajito que la mujer y llevaba unos vaqueros rotos y un gorro en la cabeza. En cambio la mujer llevaba un abrigo largo y una bufanda alrededor del cuello. Saray los apuntó sin dudarlo.

-¿Quienes sois?- Preguntó el señor Smith, que también optó por apuntarles.

-Mi nombre es Alex.- Dijo el hombre.

-Y yo soy Ingrid.

-¿De donde venís?- Preguntó Saray.

-Venimos de una pequeña calle en la que, cuando todo esto empezó, los vecinos optamos por levantar muros. A partir de ahí nuevas personas se han ido incorporando y el campamento aumenta progresivamente.

-¿Queríais algo en especial?- Preguntó Iñigo.

-Veniamos a por provisiones al restaurante, pero veo que alguien se nos ha adelantado.- Respondió Alex.

-¿Acaso eran vuestras?

-No, pero las necesitamos.- Respondió Ingrid.

-¿Y eso por qué?- Preguntó Saray.

-Somos alrededor de cincuenta personas, entre ellas niños y ancianos, y necesitamos comer, en cambio vosotros sólo sois cuatro.

- Pero aún así necesitamos comer.- Defendió el señor Smith.

-Si, pero no tanto como nosotros.- Dijo Ingrid.- Además teneís más de la que necesitáis.

-Ni si quiera sabéis cuantos somos.- Dije ganándome la mirada de todos. Odiaba cuando todos me miraban y mi color de la cara pasaba a estar rojo como un tomate y mi visión dirigida hacia el suelo.

-Entonces, ¿cuántos sois?- Dijo Alex.

-Somos siete.- Respondió el señor Smith mencionando a Carles, Juan y Freddy.

-Oohh,- Dijo Alex poniéndose las manos en las mejillas.- ¡Son siete!

-Demasiados, no podremos competir.- Añadió Ingrid con un tono irónico.- Ja, ja, ja. Dadnos las llaves del coche.- Nos ordenó mientras cuatro hombres salían armados hasta los dientes apuntándonos con unos microfusiles.

-Venga, bajad las armas.- Mandó uno de ellos.

Saray, el señor Smith e Iñigo los hicieron caso.

- Ahora de rodillas y las manos en la cabeza.- Nos obligó Ingrid poniéndose de pies.

- Las llaves del coche, por favor.- Nos pidió Alex extendiendo su mano derecha hacia nosotros, con la palma abierta, esperando que se las posáramos allí. El señor Smith metió su mano en el bolsillo y de ahí sacó las llaves del coche. Se las entregó como nos lo habían pedido.

-Muchas gracias. Podeís quedaros con las armas.- Dijo una chica a la que sólo veíamos los ojos.- Y tomar,- Añadió lanzándonos siete latas de refresco.- Para vosotros y los otros tres.

Ingrid, Alex y la chica se fueron en nuestro coche, mientras que los otros hombres marcharon en su furgoneta llena de más comida, situada en la parte de atrás del Diner. Nos levantamos todos, yo como siempre, con ayuda de mis fieles muletas.

The Walking DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora