v e i n t i d o s

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Hacía buen día para ser invierno. A pesar de las nubes que abarcaban gran parte del cielo, algunos rayos de Sol se dejaban ver. La temperatura del ambiente era más bien baja, lo que hizo que Iñigo y yo nos tuviéramos que tapar las tres piernas que sumábamos entre los dos durante el trayecto que estábamos recorriendo en coche. A los lados de la carretera sólo veíamos árboles y más árboles desnudos. La carretera estaba llena de hojas secas y gracias a ello, podíamos seguir sin dificultad al coche de Ingrid y Alex. El señor Smith, quien conducía el coche, nos puso un disco de los años ochenta que había encontrado en la guantera, y conducía encantado silbando (porque no le dejábamos cantar). Saray tenía la mirada pérdida en el paisaje e Iñigo y yo nos mirábamos el uno al otro poniendo caras graciosas para matar el tiempo.

—Ahí hay una muralla.— El señor Smith señaló al frente de la carretera. Efectivamente, había una alta muralla hecha de ladrillos. Unos soldados se veían en lo alto defendiendo el lugar.— Voy a bajarme a mirar.

—Te acompañamos.— Dijimos el resto sonriendo.

—¿Seguros?— Preguntó y nosotros asentimos.— Pues venga, vamos.— Todos nos bajamos del coche y nos dirigimos a donde se encontraban los soldados.

—Buenos días.— Saludó Saray levantando la mano.

—Buenos días señorita y compañía.— Dijo uno de los dos soldados.— Bienvenidos a Competray.

—¿Competray?— Me preguntó Iñigo al oído riendo.

—¿Desean algo?— Preguntó el otro soldado.

—Llevamos varios días de viaje,— Mintió el señor Smith.— Se nos hace algo raro ver más personas con vida, usted me entiende, creíamos que éramos los últimos supervivientes.

—Pues se equivocaban, en Competray vivimos alrededor de cincuenta personas, y la cifra aumenta por momentos.

—Wow, eso es increíble.— Dijo Saray fingiendo sorpresa.

—La verdad es que nosotros estamos cansados,— Dije suspirando.— Bueno, yo más que ellos, porque como puede ver me falta una pierna.

—Mi amigo tiene razón,— Dijo Iñigo.— Me preguntaba si podríamos pasar a descansar unos días y luego continuar con nuestro viaje.

—Lo siento,— Dijo el soldado.— Eso lo decide Madalen, quien se encarga de todo esto.

—Buah, esta muy bien organizado.— Dijo Saray.— ¿Podríamos entrar a verla?

—Si claro.— Dijo el soldado mientras ordenaba que nos abrieran la puerta.— Pasad.

El enorme vecindario de Competray quedó perfectamente a la vista y en verdad, era un lugar encantador. Entramos los cuatro confiados, bueno Saray sujetaba su pistola cautelosamente. No era un sitio muy grande, pero estaba muy bien ordenado. Las casas tenían carteles en los que ponían cosas como "Lavandería", "Escuela", "Armería" o "Cafetería". Por la calle se veía gente pasear y algún soldado patrullar cargando enormes pistolas.

—Busquen la casa en la que pone " Bienvenidos", y allí encontraréis a Madalen, quien os dirá si podéis quedaros o no.

Caminábamos lentamente hacia nuestro destino, veíamos ancianos leyendo el periódico, niños jugando e incluso madres paseando a sus bebés en carritos. Era lo más parecido a la civilización que habíamos visto en los últimos meses. Cuando por fin llegamos a la pequeña casita, con el cartel de "Bienvenidos", llamamos a la puerta y escuchamos una voz gritando <<Adelante, por favor.>>

—Hola... Buenos días.— Saludó el señor Smith.

—Pase, pase.— Nos invitó la mujer.

—No vengo solo.— La informó dejándonos pasar a todos.

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