d i e c i o c h o

29 8 4
                                    

Deje unos segundos de silencio y me dediqué a contemplar el bonito paisaje antes de contestar. La cabaña que se había quemado había quedado completamente destruida, el resto seguía parecido. Los árboles había perdido todas sus hojas con la llegada del invierno, a excepción de algunos abetos que se encontraban a lo lejos.

-Pero Ángela... -Me decidí a hablar.

-Lo siento Christian.- Dijo mientras se abandonaba el porche de la cabaña.

Como consecuencia, cogí mis muletas y me dirigí lo más rápido posible por detrás suyo, no me iba a quedar de brazos cruzados. Nunca antes había utilizado muletas, y tengo que reconocer que cansan mucho más de lo que parece, los brazos duelen y la única pierna tarda en avanzar debido a que tiene que cargar todo el peso del cuerpo.

-¡Christian!- Gritó Saray que salía de su casa.-¿Qué haces corriendo en tu estado?

-Lo siento, tengo que seguir a Ángela.

Ángela que se encontraba a tan sólo unos metros de mí se giró al oírnos y se fue corriendo hasta quien sabe donde.

-Mierda, se ha ido.- Me dije a mí mismo.

-Venga, vamos a tu habitación.- Dijo Saray mientras me cogía de un brazo.

-No, suéltame.- Contesté.

-Christian... Espera unos días para poder salir a correr.

-No, será demasiado tarde.

-¿Qué dices? Venga, circula.

-Ángela se quiere suicidar...- Dije finalmente, a pesar de que quería guardarlo en secreto.

-¿¡Qué!?- Dijo al respecto.- ¿Cómo se va a suicidar? ¿Por qué?

-No quiere seguir viviendo, venga, dejáme ir a por ella.

-No, lo siento, vuelve a la cabaña, Ricardo y yo nos encargamos de tu chica.

-Entendido...

-Así me gusta, Christian.

-Por cierto Saray, muchas gracias.

-¿Por qué?

-Por haberme salvado de aquel caminante que se estaba alimentando de mi pierna.

-Oh, no fue nada.

-Saray, ¿cuando hables con Ángela, ¿podrías venir a mí habitación y me cuentas?

-Hombre, ¡por supuesto!

Me dirigía a mi cabaña, sin prisa y llenando mis pulmones del limpio aire, que, a diferencia del de mi habitación, estaba fresco y limpio. Cada pocos pasos posaba las muletas y me sentaba en el suelo, aún que después me costara mucho levantarme. Una de las veces en las que me encontraba sentado se acercó Juan, el hombre que acababa de unirse a nosotros.

-Hola Christian.

-Buenas tardes Juan...- Saludé tímidamente, ya que siempre he sido algo antisocial y me cuesta abrirme a desconocidos.- ¿Qué tal?- Pregunté por cortesía, no me interesaba ni lo más mínimo saber como se encontraba ese señor.

-Bien, hijo, bien. Agradecido de estar con vosotros.

-No es nada...

-Si, me temo que si es algo. Sin vosotros ahora mismo estaría muerto.

-Pero quienes te encontraron fueron Saray, el señor Smith y...

-Si, y Tamara lo sé. Pero es gracias a todos vosotros que esté aquí, ahora, hablando contigo.

The Walking DeadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora