Estación de tren

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Habían pasado dos semanas desde que mi abuelo se fue, pero ya estaba mucho mejor, además, a él le gustaría verme feliz porque el mundo sigue girando. Aún así, siempre lo llevaría en lo más profundo de mi corazón.

A Kai tampoco lo había vuelto a ver y me estaba volviendo loca. Necesitaba hablar con él, sentía que tenía un asunto pendiente con él y quería solucionarlo. Pero, me daba vergüenza llamarle por si pensaba que era una pesada, aunque al final me armé de valor y acabé llamándole, total, él fue quién vino a consolarme. Tardó un montón en coger el móvil, aunque puede que a mi se me hiciera larga la espera porque estaba muy nerviosa, me temblaba todo el cuerpo, tenía frío y estaba sudando a la vez, todo muy normal.

Cogió el móvil:

-¡Ei, Wendy!, ¿Qué dices?- dijo, me quedé en blanco, se me olvidó hablar, parecía tonta, pero es que su voz me ponía de los nervios.

-Tenemos que hablar- respondí.

-Bien, paso a recogerte- dijo y colgó. La verdad es que me extrañó su reacción. No tardó ni cinco minutos en llegar a mi casa. Cuando salí, estaba sobre una moto, llevaba unos pantalones negros, una chupa negra y una camiseta blanca y a mi se me caía la baba, pero por la moto que tenía, me dio una envidia y encima su chupa molaba más que la mía, estaba indignada.

No me dijo nada, me puse el casco, me agarré por detrás porque si no me iba a caer y nos fuimos. No tenía ni idea de adonde me llevaba, pero ya estaba oscureciendo y nos habíamos alejado bastante del centro. Llegamos a un bosque y me resultó un poco raro, me empecé a preocupar.

-¿Qué es esto?, ¿Dónde estamos?- pregunté.

-Calla y sígueme- respondió, iba a contestarle pero sabía que iba a pasar de mi así que lo seguí. Fuimos a parar a una vieja estación de tren, era muy antigua, llena de grafitis alucinantes, era preciosa la estación, tenía mucho encanto, había un silencio sepulcral y el techo era de cristales. Me tumbé en el suelo, tenía algo de polvo, pero merecía la pena tumbarse para ver el cielo estrellado. Sentía como si la noche me abrazará y me sentía libre y en paz.

-¿Pero que haces?- preguntó entre risas Kai. A mi se me había olvidado que estaba allí y me mosqueó un montón que se riera de mí.

-¿Qúe pasa?, ¿tienes algún problema?- le pregunté con un tono borde, me arrepentí un poco.

-Túmbate y me entenderás- le dije con un tono más normal.

-Después, ven que te quiero enseñar una cosa- dijo, refunfuñé un poco pero accedí. Me llevó a una habitación, tuvo que ser un despacho o algo por el estilo porque había muchos libros, una mesa y también un colchón, cosa que me resultó rara porque no pegaba ahí.

Me acerqué a la estantería que había y cogí un libro, le quité el polvo y era uno de mis libros favoritos, Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne. Me senté en el colchón y me puse a leerlo. Kai empezó a reírse pero pasé de él.

-Sabes que la gente viene aquí a fo... y en ese colchón- soltó eso de repente y sin venir a cuento, yo me quedé traumatizada y me levanté inmediatamente.

-¡Imbécil!, ¿me has traído aquí para eso?, ¡qué te den!, yo no soy una de tus putitas- le dije y salí de allí rápidamente. Me enfadé un montón, ¿en serio se pensaba que yo era una fulana de esas?, estaba muy equivocado.

-¡Wendy, Wendy!- gritaba, pero yo seguía corriendo, el problema fue que el corría más rápido que yo y me alcanzó, me cogió el brazo y yo intenté soltarme, le empujé, le pegué una patada pero no había manera, estaba más fuerte que yo.

-¡Quieres parar ya!- gritó, me asustó un poco porque lo dijo muy serio.

-No te he traído aquí por eso, ni loco haría eso- dijo más tranquilo, me miraba fijamente a los ojos y estábamos muy cerca, podía sentir su respiración y a mi el corazón me iba a cien por hora.

-Entonces, ¿por qué me has traído aquí?- dije sin aliento y me aparté un poco de él.

-Quería enseñarte este sitio, es mi favorito, me gusta venir aquí cuando quiero estar solo- me dijo y yo ahora me sentía un poco culpable por todo lo que le había dicho antes.

-Lo siento, es que...- le dije, pero no me dejó acabar, empezó a reírse, seguramente sería de la cara que tenía porque me estaba muriendo de vergüenza.

-Bueno, dime, ¿de que querías hablar?- preguntó, a mi se me había olvidado que lo había llamado yo para hablar.

-Ah, es verdad, ¡se me había olvidado ya!, vamos a tumbarnos en el suelo y mientras vemos el cielo hablamos- le dije y fuimos a tumbarnos.






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