CAPÍTULO 4: NUEVA MANIOBRA

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Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.

"No nos retiramos: avanzamos en otra dirección"

Douglas MacArthur.


—Creo que la he cagado...

Tendido sobre el sofá más amplio de su sala con ambos brazos bajo su nuca, algo amodorrado por la cómoda posición en que se encontraba y la agradable brisa que llegaba desde la ventana, Gilbert cavilaba sobre las repercusiones de su más reciente ocurrencia.

La noche que decidió dar inicio a su muy brillante plan, pensó que era muy buena idea llevarse al señorito a beber para así sonsacarle algún secreto escabroso o lo que fuera; sin embargo, llegado el momento decisivo, todo se volcó en su contra e, inesperadamente, terminó cargando a Roderich por la cintura hasta su casa. Su rival no estaba inconsciente, pero sí daba unos bamboleos que le hacían pensar que estaba a punto de dar contra el suelo; entonces, ya frente a la puerta de los Edelstein, le llegó el correspondiente castigo a su fechoría: Elizabetha, al ver que su esposo tenía que ser cargado, pensó de inmediato lo peor, por lo que corrió a la cocina –según supuso Gilbert– y en un soplo estuvo de vuelta con una sartén, la cual se convirtió en un arma poderosa en sus manos. Gilbert recibió un certero golpe que lo desmayó casi en el acto. Pero, aunque no podía estar completamente seguro del hecho, se atrevería a decir que escuchó a alguien gritar su nombre con desesperación, preocupado por su estado, seguramente.

A la mañana siguiente despertó en la sala de los Edelstein, aún algo adolorido por el golpe, y lo primero que vio al abrir los ojos fue precisamente al causante de sus pesares: Roderich. Este se hallaba sentado frente a él, con las piernas cruzadas y, para variar, bebiendo algo en una de sus diminutas tazas. Al percatarse de que había despertado, depositó la tacita en la mesa y se cruzó de brazos.

—¿Qué? —espetó Gilbert, algo incómodo. Se sentía un poco vulnerable al hallarse en terreno enemigo estando aún débil por el alcohol y el golpe, además de estar a merced del señorito.

—Me parece que estoy lidiando con un infante. Veamos... —Roderich resopló, separó sus brazos y elevó una mano en el aire con el índice levantado, imitando los ademanes de un profesor—. Repite después de mí: "Bue-nos dí-as, se-ñor E-del-stein" —deletreó—. No es difícil. Sospecho que hace falta volver a educarte.

—Me largo de aquí —masculló, rechinando los dientes. Ya tenía bastante con el dolor de cabeza como para lidiar con sus estupideces. Se puso de pie despacio, se sacudió el polerón y se dispuso a salir.

—Elizabetha vendrá en un momento —dijo Roderich, algo deprisa—. Creo que quiere decirte algo.

—¿Qué es?

—¿Cómo esperas que yo lo sepa? Es asunto de ella, no tengo forma de saberlo.

—Esperaré entonces, supongo... —refunfuñó, volviendo a sentarse. Y, tan pronto como lo hizo, apareció la muchacha en el umbral de la entrada.

—¡GILBERT BEILSCHMIDT! —vociferó ella, y a Gilbert le dio la impresión de que sus uñas estaban descascarando las paredes por la fuerza con que se clavaban en ellas. Tembló, y de puro miedo fue fundiéndose en el sofá—. NO TE ATREVAS A MOVERTE UN SOLO MILÍMETRO —volvió a exclamar, y él no hizo más que aferrarse a los cojines—. ¡¿CÓMO TE ATREVISTE A EMBRIAGAR A RODERICH?!

—¡Yo no lo embriagué! —se defendió, pero más sonó como si estuviera clamando por su vida—. ¡Él bebió solo, yo no hice nada! ¡Además, ni siquiera estaba fuera de sus cabales, estaba consciente! Y... Y... ¡Y yo fui muy genial y bueno al ayudarlo a pesar de que no lo necesite! Mujer, deberías estar agradecida... —Su último comentario no le sentó nada bien a Elizabetha, por el contrario, vio que iba acercándose con paso amenazante en dirección a él. Solo le quedaba su último recurso—: ¡Pregúntale al señorito!

Sind wir freunde? (PruAus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora