CAPÍTULO 20

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Me despierto confundida, sin saber muy bien donde estoy, y luego lo recuerdo. Anoche me estiré en la cama nada más llegar y me dormí profundamente. Pero el problema es que hoy no quiero ir a la escuela. Me abrazo fuerte a la sábana para así intentar apaivagar mis preocupaciones. No quiero volver a sentir el dolor que causan las personas, y yo ya estoy harta de que no se me trate como merezco, pero en cambio sí como los demás quieren.

De repente, escucho la puerta que se abre.

-Nina, llegarás tarde, otra vez -avisa mi padre mirando su reloj de pulsera. Yo gimoteo débilmente y procuro que mi esencia para el teatro surja efecto.

-Papá, no me encuentro bien. Estoy muy mareada... -digo levantándome. Una vez de pie finjo hacer que me caigo para atrás, y me apoyo en la pared.

-De acuerdo, descansa, ya si a caso ve después de almorzar, o sino por la tarde -me propone mi padre.

-Vale, a ver cómo estoy -le respondo mientras me adentro de nuevo en ese mar de sábanas. Él mira de nuevo su reloj, y luego a mí.

-Yo tengo que ir a trabajar, te quedarás sola en casa hasta entonces -me anuncia.

-Sola no, tengo a Chincho -añado con una sonrisa mientras paso la mano por el pelaje de mi mascota, que descansa justo a mi lado. Mi padre se acerca y me da un beso en la frente, y luego se retira sin dejar de mirarla

-Qué es eso -me pregunta seriamente. No deja de fijar su mirada penetrante a la herida de mi frente, y luego me mira com preocupación. Me paso la mano por encima, y me doy cuenta que tiene una robusta crosta.

-No es nada... me caí, simplemente -pronuncio con una cierta dificultad. Mentir me pone nerviosa, y es un defecto que tengo des de siempre: no saber mentir. Mi padre me mira extrañado, como si supiera lo que está pasando exactamente.

-Hablaremos cuando vuelva. Te quiero -me dice dirigiéndose a la puerta para después ajustarla. Finalmente escucho como se cierra la puerta principal, y la libertad se apodera de mi ser.

Mi primo y el odioso de su amigo están en la universidad, y la solitud es la reina de la casa. Abro la puerta, y me dirijo a la cocina para comer algo, aunque mi estómago me ordena lo contrario. Y me doy cuenta de lo que realmente necesito: aire fresco. Me visto rápidamente con un atuendo informal y salgo por la puerta principal, pero no sin antes despedirme de Chincho.

Camino por la calle, sin rumbo fijo. Mis pensamientos estan en otro lado, mientras mis ojos observan las deportivas blancas que he decidido llevar hoy, caminando lentamente por la calle. El hecho de que esté pensando en todo a la vez hace que me choque con algunas personas, emitiendo unas débiles disculpas. Finalmente, mis piernas han encontrado un destino: el parque.

Voy caminando hacia esa dirección, y para llegar hasta ahí debo pasar delante de un cementerio, ya que es una extensión de hierba alejada de la urbanización. Están ambos apartados, un lugar de paz y tranquilidad. Casi nunca me han gustado los cementerios, los encuentro muy tétricos y con malas vibraciones. Pero al fin y al cabo, el cementerio es un lugar de descanso, así que lo único que puedo hacer es alejarme lo máximo de él.

Voy subiendo colina arriba. Estoy fuera de la ciudad, en una urbanización en la que me encantaría vivir, si no fuese porque se encuentra demasiado lejos del centro escolar. Voy subiendo la carretera, hasta terminar la cuesta, y me adentro en una calle. Mis piernas flaquean por el esfuerzo, nunca he sido deportista y probablemente nunca lo seré, y esa es una de las razones por las cuales me ahogo tan fácilmente y me canso tan rápido.

Al doblar la siguiente esquina consigo recuperar el aliento, y se perfilan unos barrotes negros que determinan el final de las viviendas, y donde se encuentra el cementerio. Me hubiese gustado ignorar el recinto, pero me ha llamado la atención una persona que está de pie delante de una lápida. Me resulta familiar aquel que la observa, así que me decido entrar con sigilo. El hecho de esa persona esté de espaldas me resulta mucho más fácil pasar desapercibida. Entro medio de puntillas, y hasta que no estoy a unos cinco metros de distancia no me doy cuenta de quien es.

PERDIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora