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Roschel dejó el coche metido en el pequeño garaje del que disponía.
Yo esperé en el porche a que aparcara bien, para poder entrar. Cargué con el libro todo el viaje. Realmente no pesaba nada, tenia 578 páginas.
Era un libro muy curioso... No tenía editorial, ni autor o autora, no tenía ningún tipo de información. Aquel libro era simplemente una portada de tapa dura, una página en blanco y texto directamente. Si mi profesora del colegio hubiera visto ese libro, habría estallado en cólera.

Roschel se puso a mi lado, sacó las llaves y abrió la puerta de aquella casa en la que me sentía tan a gusto, tan relajada... Y ahora más que nunca.
Prendió la chimenea y aquella casa se inundó de calor volviendo a ser de nuevo un hogar.
El libro descansaba sobre mis muslos mientras la anciana preparaba un té caliente con galletas. En la calle no hacía frío, pero teníamos la necesidad de sentir calor. Mientras ella hacía aquello, yo miraba fijamente el fuego como si quisiera de alguna manera, perderme en él. Nunca me había parado a pensar en el poder que puede ejercer el fuego en la mente de una persona... Siempre he sabido el daño físico que puede hacer, pero la atracción mental hacia el fuego me resultaba un verdadero peligro ahora que tenía la oportunidad de observarlo de cerca, de sentir su calor directamente.
Aparté la vista del fuego cuando vi que Roschel entraba al comedor con una bandeja llena de galletas y dos tazas de té caliente. Adoraba esos momentos con ella, pero aquel no era para estar tranquila. En cualquier momento empezaríamos a leer y solo Dios sabía lo que nos esperaría después de ello.
Lo ojeó durante unos minutos mientras yo guardaba silencio y comía muy agradecida, lo que había preparado. De vez en cuando asentía con la cabeza y se mojaba los labios pasando la lengua por ellos. A mí empezaba a picarme la curiosidad cuando de repente, mi móvil nos sacó de aquel trance. Era mi madre.

-¿Mamá?

-Mine, hija... ¿Está tu hermano contigo? Poco después de que salierais de casa, ha cogido la pelota y ha dicho que iba para casa de Roschel. He estado llamando para saber si había llegado, pero nadie lo cogía el teléfono. -dijo con una voz realmente angustiada.

-¿Cuánto hace de eso?

-Si os habéis ido sobre las 16;30, él ha salido a eso de las 17:15... Y llevo desde las 17:45 hasta hace cerca de media hora que he dejado de llamar,  y te he llamado... Sin saber nada de él. -lloriqueaba como si diera a mi hermano por perdido.

-Mamá, parece mentira que aún no sepas como es Erik... Nosotras hemos estado en el pueblo de al lado paseando hasta hace aproximadamente media hora, por eso nadie te cogía el teléfono. Erik habrá salido a jugar con los otros niños al ver que aquí no estábamos. Eso es todo.

-Mine... -parecía que perdía la voz.

Mi cara debió cambiar de golpe después de eso, ya que la de la anciana lo hizo.

-Vamos para allí. -dijo muy seria.

Asentí con la cabeza. Ella dejó el libro encima de la mesita que había delante del sofá, se bebió su té de un trago y yo engullí la última galleta. Nos dirigimos nuevamente hacia el coche y salimos en dirección a mi casa. ¿Qué estaría pasando? ¿De nuevo un sueño?

Eran las 19:23 y ya estaba oscureciendo. Si realmente mi hermano había desaparecido, no tendríamos mucho más de una hora para encontrarlo antes de que fuera oscuro.
Conducía a toda velocidad por la sencilla carretera que conectaba nuestras casas. A una velocidad normal habríamos tardado cerca de 10 minutos, pero conduciendo de aquella manera, en alrededor de los 3 ya estábamos allí paradas frente mi casa.

La sensación que me había aturdido aquella mañana, aquel malestar, volvió tan solo de pensar en que debía meterme en esa casa donde compartiría metros cuadrados con un ser que no sabía lo que era, ni de donde venía, ni que quería de mí. Me mareé.
Cogí fuerzas, respiré profundo, miré a Roschel y me dirigí a la puerta.

-Recuerda; no le temas. Estaré aquí, si me necesitas... Grita. No me iré.

Aquellas palabras me llenaron de valor y me adentré en casa.

SucesosWhere stories live. Discover now