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 Durante la mañana todo estuvo tranquilo. La pasé dando vueltas con Erik por el hospital.


Nos recorrimos desde los jardines, hasta las 2 cafeterías de las que disponía el gran edificio. Pudimos curiosear hasta dentro de las habitaciones de algunos pacientes con los que al final hicimos amistad, como por ejemplo Jordan y Loren.
Eran hermanos y ella, teniendo 13 años siendo la menor, parecía mucho más espabilada que él, que tenía 15. Mi hermano hizo muy buenas migas con ellos (a pesar de ser dos años más pequeño que ella), cosa de la que me alegré pues estaba pasando muchas horas allí sin saber qué hacer.
Loren tenía cáncer de pulmón, el cual no le diagnosticaron a tiempo y la posibilidad de cura era del 0%, estaba terminal, por lo que se hermano se pasaba todo el día con ella, instalado en una camilla en su misma habitación para que pudiera pasar las noches allí.

En un momento charlando a solas con Jordan por la mañana, me contó que su madre había fallecido 12 años atrás, cuando él tenía tan solo 3 años y su hermana 1. Las causas no las sabía ya que su padre siempre cambiaba de tema cuando alguno de los dos preguntaba sobre ello. Cuando supe eso, no sé por qué, pero me extrañé bastante.
Después de todo lo que andaba sucediendo, una muerte sospechosa en ese pueblo no sería nada raro, por muchos años que hubieran pasado.

-Siempre he pensado que podría hacerme policía cuando cumpla los 18 años, de esa manera podré buscar en los archivos e intentar encontrar la ficha de fallecimiento de mi madre. Allí deben estar redactadas la causa de la muerte, el día exacto, etc. No comprendo porque mi padre se niega a hablarnos de ello... Supongo que le duele demasiado recordarla y por eso prefiere mantenerse callado. –suspiró.

-¿Has podido verla alguna vez? ¿En fotografías, algún vídeo?

-Sí, tenemos una caja llena de fotografías de ella y con ella cuando éramos bebés. Si puedo, la traeré para que la veas... Era realmente hermosa... ¡Y no lo digo porque sea mi madre! –rió.

Sonreí y me quedé pensando. Si yo hubiera tenido que pasar por todo eso, el hecho de crecer sin madre, sin saber porque no está conmigo, conservando las fotografías y además teniendo que cuidar a mi hermana enferma de cáncer terminal, dudo mucho que hubiera sido capaz de enfrentarme a todo aquello con la misma madurez y seriedad con la que él lo hacía. Tan joven y tan maduro, realmente digno de admirar.

-Jordan, una pregunta... ¿dónde está tu padre? No le he visto en ningún momento.

-Llevas en el hospital 2 días, ¿verdad? La última vez que pudo venir fue hace 4, es imposible que le hayas visto. Se pasa el día fuera del pueblo, trabaja en la ciudad. Se pasa el día trabajando para cobrar extras y seguir pagando el tratamiento de Loren. Realmente no sé para qué, si ya está el diagnostico fijo. –dijo en un tono muy serio.- Debería estar aquí, cuidándola y abrazándola todas las noches. Hasta la última de ellas.

Sus comentarios me helaron la sangre. Por un momento pensé que iba a echarme a llorar, pero me contuve como pude. También recordé que mis padres seguían desaparecidos y todo el ánimo que creía que había recuperado, se esfumó.

-Pues mis padres han desaparecido. Desaparecieron el día que entré en el hospital. Todavía no se ha encontrado pista de ellos. Han encontrado cosas movidas en casa, como si hubieran estado allí tomando café y después hubieran desaparecido de nuevo. Absurdo, ¿no crees?

Se quedó mirándome fijamente durante unos instantes. Su cara cambió. Pasó de una mirada rabiosa, supongo que se la dedicaba a su padre y a la situación en general, a una cara de lástima al más no poder.

Definitivamente, estar sin padres era de lo peor en la vida.

Después de estar charlando de más cosas, durante más de hora y media, decidimos volver a entrar del jardín e ir a ver a Loren y Erik, que se encontraban en la cafetería desayunando.

Esta vez no se me olvidaron las muletas en la habitación. El dolor de aquella herida era realmente horrible y tenía más que decidido que no iba a abrirse más.
Caminamos tranquilamente hasta llegar a la mesa donde estaban sentados. Reían como los niños que eran.

Loren, a pesar de su difícil situación, reía muchísimo. Su sonrisa destacaba en abundancia en la piel pálida. Unos ojos verdes rodeados por un morado intenso y un pañuelo rosa que hacía que se viera preciosa igual, con o sin melena. Su fuerza la hacía realmente hermosa. Tan pequeña que era... La vida era muy injusta.


La situación me había puesto algo sensible, así que dejé a los hermanos y a Erik allí y yo me marché a mi habitación, con la excusa de que me dolía el pie y quería descansar.

Una vez dentro de mi cuarto, tiré las muletas al sillón y llegué hasta la cama saltando a la pata coja. Cuando la alcancé, salté sobre ella como pude y me tapé con las sábanas hasta el pecho, con únicamente la esperanza de sentirme acogida.
No sé cómo pasó, pero sin darme cuenta mis mejillas comenzaron a humedecerse y mi vista se nubló por completo. Lloraba. Empecé a llorar desconsoladamente como todavía no lo había hecho. Quizá porque hasta ese momento no pude estar sola emocionalmente hablando. Siempre había alguien conmigo aunque no me sirviera de consuelo.
Sentí como mi corazón se aceleraba más de lo normal y mi respiración se entrecortaba. Me asusté. Intenté calmarme pero solo conseguí que todo aquello aumentara. Estaba sufriendo un ataque de ansiedad y no tenía como avisar a nadie para que viniera a ayudarme. Cada segundo se hacía eterno y la situación empeoraba por momentos.
Por si la ansiedad no fuera suficiente, los recuerdos de todo lo que estaba pasando me inundaron  y como una ametralladora que no deja de disparar, pasaban todos por mi cabeza.  

Intenté levantarme para pedir ayuda y el resultado fue una herida abierta de nuevo y un golpe en la cabeza.
Cuando mi yo más exagerado pensó que ya estaba, que allí se acababa todo, la puerta se abrió y oí una voz familiar.

-¡Mine, estás aquí! ¡Dios, Mine! ¿Qué ha pasado?

-Chris... -desfallecí.

Noté como me agarraba por las piernas y la espalda, me levantaba y me ponía encima de la cama otra vez. Se me cayó la zapatilla dejando a la vista mi calcetín blanco manchado de sangre caliente.

-Por el amor de Dios, ¿otra vez?

Estaba muy serio.

Me desvistió los pies y con el mismo calcetín me tapó la herida. Comprobó mi pulso, el cual ya se había calmado, para seguidamente tomarme la temperatura.
Cuando me repuse y pude explicarle que me había pasado, me abrazó muy fuerte y me confirmó que había sufrido un ataque de ansiedad.

-Mine, va siendo hora de que me cuentes que narices está pasando. Ya no lo hagas por mí, no lo hagas para quitarme la preocupación. Hazlo por ti, para quitarte ese peso de encima y dejarme que te ayude... Por favor, Mine. –suplicó.


SucesosWhere stories live. Discover now