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De todas las noches que llevaba durmiendo fuera de casa, aquella fue sin duda alguna, la mejor.
Abrí los ojos y me quedé mirando al techo por unos instantes. Me sentía feliz. Supongo que aquella situación daba lugar al dicho ese de 'no hay mal que por bien no venga'.   
La luz entraba por la ventana, de una manera muy cálida.

Miré hacia el costado en el que había dormido Chris y ahí estaba, plácidamente dormido y desnudo, cubierto por la sábana que horas antes fue testigo de nuestro momento.

Levanté un poco la cabeza para fijarme en la hora que era y el reloj marcaba las ocho y cuarto. 
No quise despertarlo, así que cuidadosamente me levante de la cama, recogí mis braguitas, la camiseta y vestí para poder dirigirme al baño. El sujetador lo dejé a parte, pues ir sin me resultaba muchísimo más cómodo. 

Cuando volví del servicio, Chris ya no estaba en la cama. Debo confesar que me sobresalté un poco, pero en aquella situación de mi vida era de lo más normal. Cualquier cosa me ponía en estado de alerta. 
Miré a un lado y a otro del pasillo, pero no estaba.
Bajé las escaleras y asomé la cabeza por la puerta de la cocina. Tampoco estaba allí. ¿Me había dejado sola? 
Justo cuando empezaba a hacerse un nudo en mi estómago, entró por la puerta que daba al patio, con un gran bol donde le servía la comida a Bola. 

-Buenos días, marmota.

-¡Habló! Me he despertado antes que tú. - contesté.

-Sí, pero también te dormiste antes.

-Hombre, no suelo cansarme tanto antes de dormir... -dije con un tono pícaro. 

Me acompañó de una carcajada y seguidamente me señaló la cocina. 

-¿Café y tostadas?

-Si, por favor. -nos encaminamos hacia la cocina. -¿Cuándo iremos de vuelta al hospital? ¿Podré hablar con Roschel, sobre el diario de tu abuela? 

-Me gustaría que se tratara con discreción. Todo el mundo aquí tiene buena imagen de mi difunta abuela, no me gustaría que empezara a tener fama de loca una vez fallecida.

-Entiendo...

-Pero sí, confío en que Roschel no dirá nada. Si eso puede ayudarte a ti y a tu familia, adelante. 

Cuando terminó de hablar, me tiré a sus brazos y le besé.

Tras ese agradable desayuno juntos, me propuso ducharme allí. 
Realmente las duchas del hospital son muy tristes, tenía ganas de ducharme en un sitio donde pudiera relajarme.

-Está bien. No tardaré nada. -dije mientras agarraba la toalla que Chris me tendía. 

Recogí mi ropa y me dirigí al baño.

-¡Mine! Te dejas algo... 

Asomé la cabeza por la puerta para ver a qué se refería y el sujetador me golpeó la cara.

-Eh... ¿gracias? -reí y de nuevo me encaminé hacia el baño.


Tardé aproximadamente 10 minutos en estar lista. Cuando salí del baño él estaba allí, sentado en la cama mientras se calzaba. Yo sacudía mi pelo con la toalla para que me quedara lo más seco posible. Solo faltaba que me pusiera enferma. 

Salimos de la encantadora casa y nos pusimos de camino al hospital.
Mientras estábamos en el coche, Chris tuvo un par de detalles que me volvieron loca. Los trazos de carretera que eran tranquilos, sujetaba el volante con una mano y la otra la ponía sobre mi muslo. 

Me contó alguna historia que sabía sobre su abuela. Se llamaba Morgana Melvin y falleció en el 1992 a la edad de 70 años. A pesar de haberse casado con el abuelo de Chris, jamás tomó su apellido. Se negó rotundamente a perder el apellido que había recibido de su padre, así que en vez de ponerse Larden, se quedó con el de Melvin.
En la fotografía que Chris tenía colgada, se veía una mujer de piel delicada, muy risueña y feliz. Transmitía una calma impresionante, parecía que su energía aún brotaba de aquel cuadro y se esparcía por toda la casa.

SucesosWhere stories live. Discover now