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-¡Erik! ¿Qué haces aquí solo? -pregunté frunciendo el ceño. -¿Dónde están papá y mamá?

-No lo sé, salí a jugar al bosque y cuando llegué estaba la puerta abierta pero dentro no había nadie...

-De acuerdo, no importa. Vámonos de aquí. -lo cogí en brazos y empecé a caminar cuando forcejeó y me pidió que lo dejara, que iba a buscar una cosa. Le dejé ir.

Se adentró en la cocina y salió con aquella pelota que había rodado por las escaleras. Me alivió mucho pensar que fue el quien la tiró.

Salimos caminando de allí, lentamente. Roschel seguía donde me dijo que iba a esperar, la única diferencia era la cara. Recuerdo haberme alejado de una anciana de lo más sería y ahora me acercaba a pasos agigantados hacia una anciana con cara de susto.

-Hola, pequeñín. -le saludó despeinándole el pelo -¿Y esa pelota? ¡Que azul más chillón!

Al oír esas palabras salir de su boca, algo se cruzó en mi mente revolviéndome el estómago y haciendo que las galletas que comí con Roschel vieran la luz del sol otra vez. La anciana corrió a buscar una botella de agua y el pañuelo dentro del coche, mientras mi hermano me sujetaba el pelo.

-Mine, ¿estás bien? ¿qué te pasa? -preguntaba.

-No es nada, enano. He comido muchísimas galletas en casa de la Sra Roschel y me ha sentado mal. Venga, sube al coche.

Subimos al coche los tres y nos encaminamos a la finca de la anciana. Aquella pelota azul me resultaba ligeramente familiar.
Erik no la soltó en ningún momento hasta que llegamos a la casa. Una vez allí nos pusimos a llamar a casa, pero no había respuesta. ¿Dónde podrían estar? Ellos nunca salían más tarde de las 19:00 para no dejarnos solos cuando oscurecía, todo aquello era particularmente extraño.
Encendimos de nuevo la chimenea y el libro seguía donde Roschel lo había dejado.

Sentados en el sofá los dos, yo con el teléfono en las manos y Erik con su pelota azul, esperábamos la cena que nos preparaba la anciana. No tenía nada de apetito, pero sabía que si no comía mi hermano tampoco lo haría.
Cuando la cena estuvo lista, entre los dos preparamos la mesa para cenar.

-Esto ya está listo, chicos. -dijo Roschel con su dulce voz.

-¡QUÉ BIEN HUELE! -exclamamos a la vez.

Sorprendidos por haber coincidido de esa manera, reímos conjuntamente.
Una vez acabados de cenar, recogimos todo y nos pusimos cómodos en el sofá.
Yo seguía llamando a mis padres pero no había señal alguna de ellos. Al final, como última idea, opté por contactar con la policía cuando mi hermano estuviera durmiendo.
No era normal que la gente desapareciera en aquel pueblo y menos mis padres que llevaban viviendo aquí toda la vida.

SucesosWhere stories live. Discover now