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Aquí estoy nuevamente.  Justo enfrente de la puerta del "Café Leo".  No ha pasado ni un solo minuto en el que no desee volverla a ver.  Pero, aquí estoy dudando.  Las personas me pasan por el lado y no me importa, quizá ella me esté mirando desde adentro, y sigue sin importarme.  Espera, ¿si me importa? Yo solo sé, que soy un perfecto pendejo. 

            –Jared tu puedes– me digo. 

Miro a todos lados porque he hablado en voz alta.  Por suerte creo que nadie me ha escuchado, y si lo hicieron me han dado por loco.  Quizá lo este.

            Las manos me sudan, el corazón me late a mil por hora, y mi estómago parece tener una fiesta. 

            Visto una camisa de botones azul claro, y unos jeans.  Me veo casual.  Supongo que es la vestimenta adecuada, según Javy luzco bien.  Aunque, yo no me siento muy cómodo, quizá debí ponerme una camisa más elegante y traer flores.  ¿Qué demonios?  ¿Enserio flores para pedirle que salga conmigo?  Debería traérselas el viernes, si es que acepta.  Sí, si acepta.

            No debería esperar más y entrar. Tengo que dejar de hablar conmigo mismo y actuar.

            Inhalo y entro conteniendo el aliento.  Exhalo justo cuando miro al mostrador y veo que ella no está.  Miro alrededor y tampoco la encuentro sirviendo en las mesas.

            Vuelvo a mirar al mostrador.  Hoy, un hombre mayor está atendiendo.  Debe tener unos cuarenta y tantos, incluso podría tener unos cincuenta, bien conservados.  Tiene el cabello lleno de canas, aunque aún le queda un poco de cabello castaño de su juventud.  Es de tez blanca, alto y algo delgado, más bien esta en un peso ideal.  El hombre viste lo que al parecer es el uniforme del café.

            No puedo creer que haya llegado hasta aquí solo para no encontrarla.  Quizá pueda venir mañana.  O quizá pueda tomar un café y ver si llega.  Es una mejor idea.

            Me acerco al mostrador, donde solo está el hombre, quien está haciendo apuntes en una libreta.

            –Buenos días– digo. 

Son las nueve de la mañana.

            El hombre deja de escribir y me mira.  Al parecer no se había percatado de mi presencia.

            –Bonjour– dice mientras cierra la libreta con el lápiz puesto justo donde se había quedado.  Me sorprende su acento, es francés –¿Qué deseas?– su amigable sonrisa me tranquiliza un poco.  Pero su pregunta me provoca nostalgia, ya que no he conseguido lo que deseaba.

            Quizá deba preguntarle si esta.  No, no es una buena idea.  ¿Y si esta?  Ya vi que no está.  Podría estar en el almacén, o lavando trastes, incluso podría estar en su casa, dijo que vive aquí mismo.

            Entonces las palabras salen por mi boca antes de darme cuenta, justo como cuando le dije a Alice que sus ojos eran bonitos.

            –Busco a Alice.  ¿Se encuentra?– al terminar de hablar frunzo los labios con miedo a que me diga que no está, y porque me he arrepentido de haberlo dicho.

            –Sí, un momento– dice y luego se voltea y va hasta una puerta que hay cerca del mostrador.  La abre y se asoma.– ¡Alice!  ¡Te buscan!

            –¡Voy papa!– su melodiosa voz sale por la puerta, la cual aún esta media abierta con el hombre entre ella.  Un momento... ¿Él es su padre? Creo que sí.

Rosas Blancas y CaféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora