Diario de Juan

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"Grabo en este cristal de información porqué presiento que esta va a ser mi última batalla. Mi hermano está fuera, comprobando el perfecto funcionamiento de todo el sistema de defensa. Dentro de unas horas la decimoséptima división de la clase alfa del Imperio Sutra se nos va a echar encima. Más de diecisiete millones de Instructores de Combate de primer orden van a arrasar este lugar, y nosotros somos la última línea de defensa para evitar que lleguen al único bastión de libertad humana que queda en la Tierra.

El problema, es que sólo somos dos, aunque uno de nosotros sea la "Bestia Negra".

Pero no quiero precipitarme, todo lo que ha acontecido en este último año lo tengo escrito en cartas para mi mujer, que he convertido en mi diario personal. Se lo he dado a leer al cristal, para que la información no se pierda, tan fácilmente, como pudiera pasar con mi cuaderno. Si muero en esta contienda ruego, al que lo encuentre, que lo envié a mi esposa Justine, en Moscú, a la dirección que aparece en la caja de seguridad.

Todo comenzó hace casi trece meses en el barrio de Kitai Gorod, en la parte oriental del Kremlin, donde nos habían trasladado después del "Éxodo". Gracias a Dios todas las familias habíamos logrado que nos alojarán muy cerca unos de otros. Mi madre, los padres de mi mujer Justine, sus hermanos y la esposa e hija de mi segundo hermano, desaparecido durante la invasión y dado por muerto.

Mi hermano pequeño servía al ejército ruso de resistencia, en la ciudad fronteriza de Tashkent, era el capellán de la guarnición. Ahora sé que está muerto. Yo había sido destinado al séptimo regimiento de blindados, con base en la ciudad libre de Piotrkow, en la extinta nación de Polonia, en primera linea. La decisión de enviarme allí fue debido a que, en mi país de origen, hice el servicio militar en blindados. Lo que no me dejaron explicar es que yo estaba en el departamento de limpieza.

Me despedí de los míos con grandes muestras de dolor. Piotrkow era uno de los puntos con mayor índice de mortandad de toda la "Linea".

Salimos temprano de la estación del ferrocarril y llegamos a nuestro destino ya avanzada la noche. Mientras nos acercábamos escuchábamos, con más frecuencia, los disparos y explosiones de los enfrentamientos.

En nuestro vagón viajaba un veterano del lugar, que volvía de un permiso de unas semanas. Según nos contó, la franja fronteriza aguantaba debido a que los extraterrestres no ponía ningún empeño en conquistarla. Más bien, parecía que les divertía darnos por el culo de vez en cuando, haciendo escaramuzas sangrientas entre nuestras tropas, a modo de entrenamiento.

Todos escuchábamos atentamente sus comentarios sobre "ellos". Durante los dos meses que había pasado allí no había visto nunca claramente a ninguno pero, durante los servicios de exploración nocturna, los había observado de lejos, junto a sus gigantescos aparatos mineros. Por lo que había podido ver y a juzgar por el tamaño de sus huellas, calculaba que medían entre dos y tres metros de altura y que su peso era, por lo menos, cinco veces mayor que el de un hombre adulto.

Este veterano nos explicó que las fotos tomadas con teleobjetivo no ayudaban gran cosa. Hasta ahora nadie había visto a uno de "ellos" de cerca, sin armadura, y quién lo había visto no estaba vivo para contarlo. Sólo sabíamos que su forma era humanoide, con dos brazos, dos piernas y todo lo demás, y que su portentoso tamaño nos hacían desear no encontrarnos, jamás, con uno de cerca.

Nos dijo que cuando los vigilaban, "ellos" detectaban a los comandos inmediatamente, por muy alejados, o bien camuflados que estuvieran. Siempre esperaban un rato, observando, para luego comenzar a disparar con una puntería endiablada.

Nos habló de lo que podían hacer sus municiones en un cuerpo humano. Nos describió, con todo lujo de detalles, como estás se comían lo que tocaban. Como, cuando uno de sus disparos alcanzaba un cuerpo o un objeto, desaparecía una porción de éste, formando una esfera perfecta de diferentes tamaños: pero que normalmente medían entre diez y treinta centímetros de diámetro. Casi siempre mortales. No había forma de detener la hemorragia.

El veterano pensaba que vivían en naves en el espacio, pues no habían divisado nunca una de sus bases en tierra firme, o bien, que las ocultaban perfectamente. (Sin saberlo se acercó mucho a la verdad)

Lo que nos recordó, a todos, es que no tenían ninguna intención de invadir la zona libre, pues en caso contrario ya nos hubiesen aniquilado. Según nos dijo, sólo disparaban contra los nuestros para divertirse de vez en cuando. Si no les molestábamos, comentó cansado, a lo mejor nos dejaban en paz. El grueso de los allí presentes asentimos con murmullos, después de todo lo que había sucedido, era indudable su superioridad militar, y nosotros preferíamos estar con nuestras familias, que intentando defender un mundo indefendible. (Por entonces, no sabía cuán equivocado estaba)

Cuando apenas faltaban unos kilómetros para llegar a la estación, fuimos atacados por una pequeña lanzadera extraterrestre que destruyó el vagón contiguo al nuestro. Si alguno no comprendió lo que podían hacer sus municiones, ahora lo entendimos a la perfección.

La parte central del coche desapareció completamente, todos los hombres que viajaban en él, y que estaban dentro de la circunferencia del impacto, desaparecieron también. Desde mi sitio oía los gritos de los hombres mutilados por la detonación. La mitad trasera del coche, intacta, chocó con la parte delantera, haciendo descarrilar el convoy. Caímos hacia el lado derecho del camino. Todo era confusión y miedo, había sangre por todas partes, los hierros del tren se confundían con los trozos de carne, y entre todo ese maremágnum de gritos y humo, se veían los fogonazos de los disparos de la lanzadera. Me arrastré hasta los arbustos más próximos, la noche era clara, la luna estaba en todo su esplendor, y se había provocado un incendio en la parte delantera del ferrocarril que iluminaba, más de lo deseado, el terreno.

Podía ver como mis camaradas pedían ayuda a gritos. Algunos tan sólo estaban atrapados por los hierros del tren, a otros, sin embargo, les faltaban trozos del cuerpo y no se habían dado cuenta. La nave no dejaba de dar pasadas sobre nosotros, unas veces habría fuego y otras no, buscando siempre el mejor ángulo para hacerlo. Por cada impacto desaparecían más soldados junto a los hierros retorcidos del tren. Nunca había visto una cosa así, todo era engullido por si mismo. A cada batida de la aeronave el silencio se iba adueñando del escenario. Los gritos de los moribundos se iban acallando cuando desaparecían bajo el fuego salvaje del extraterrestre. Al final, sólo podía oír mi propia respiración y los latidos aterrados de mi corazón.

Después de hacer una pasada sobre el convoy, esta vez sin disparar, la aeronave sobrevoló mi escondite. La seguí con la mirada hasta que se perdió de vista, supuse que, sin duda, se preparaba para realizar su último ataque. Estaba tan asustado que no me atrevía a moverme y sólo deseaba que se hiciera de día, lo recuerdo perfectamente, como si con esto consiguiera que desaparecieran los monstruos de la noche.

La aeronave apareció por mi flanco derecho como si de un espectro se tratase y se dirigió directamente hacia mi posición. La luz que proyectaba la luna se reflejaba en su plateada estructura hexagonal. La belleza de su forma, unida a su vuelo, delicado y sin esfuerzo, contrastaban con la fiereza devastadora de su ataque.

La observé fijamente en sus perfectas maniobras, pensando que era lo último que iba a ver en mi vida, cuando de pronto, una figura humana a dos metros de mí apareció de la nada. Su uniforme era de corte militar, pero no pude verle la cara ya que estaba de espaldas. Levantó ambas manos en dirección al aparato que se acercaba, ahora, sin ninguna duda, hacia nosotros. Con ella sujetaba un revolver de aspecto futurista, con el que apuntó a la lanzadera. Tras breves segundos de gran tensión, que a mí se me antojaron eternos, el desconocido abrió fuego y un segundo más tarde la nave explotó en el aire, formando una esfera azulada que se engulló a sí misma sin dejar rastro. Acto seguido el desconocido se acercó a mí y me llamó. Yo estaba aturdido por lo que acababa de presenciar y no me moví del sitio. Entonces, se acercó más y me llamó por mi nombre.

Mis ojos escudriñaron la oscuridad para poder fijarme en su rostro, lo primero que sentí fue sorpresa, luego alegría y después le abracé con fuerza. Mi salvador, era mi hermano desaparecido, Ícaro.

Así fue como contacté con mi hermano, al que todos llamáis la "Bestia Negra". Al principio pensé que la suerte me sonreía, luego, con el tiempo, me fui dando cuenta que no era así.

Mi diario comienza, seas quien seas, el veintisiete de enero del segundo año de ocupación. Te ruego encarecidamente que lo entregues como te he indicado.

Ahí viene mi hermano. Todo debe estar en orden, le veo muy relajado. Jamás he conocido a nadie como él, pero me sigue dando miedo.

—¡Juan! Ya están aquí. ¿Preparado para morir?

Estoy preparado."

HISTORIA DE LAS GRANDES GUERRAS. "G - 2° Gran Guerra"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora