Diario de Juan

138 49 6
                                    

6 de septiembre del 2° año de ocupación.

Querida Justine:

Ya he superado los doscientos días sin verte. No comprendo como Ícaro puede soportar la ausencia de Laura y más la de su hija. Yo no he podido conocer a Juan, pero sueño con él muy a menudo: con su cara, con sus gestos, con su niñez... Los sueños es lo que tengo de vosotros y los recuerdos tuyos lo único que conservo.

Hablando de sueños. He vuelto a tener el mismo que las otras veces. Todo se ha repetido de la misma forma, sin embargo, en esta ocasión he ido más lejos. Soy consciente de que sueño y eso me da miedo. No sé lo que voy a ver ni tampoco si esto me puede hacer daño de una forma o de otra. Mi curiosidad lucha con mis temores, porqué en el fondo sé que la mano que agarro no es la de mi padre y te juro, por lo más sagrado, que me da un miedo atroz mirarle y ver quién es.

El caso es que viajamos en un coche que hemos tomado en la ciudad que, por otro lado, está desierta. Es una ranchera roja muy amplia y está totalmente cargada de víveres, uno de esos edredones que llevan los excursionistas, y una escopeta de caza de repetición de cinco postas.

En mi sueño, se supone que yo lo he cargado todo, más no lo vivo, es decir, no tengo memoria de como lo he hecho y si lo he hecho efectivamente. Hay fluctuaciones te doy por sabidas pero, que en mi consciencia, me pregunto porqué no las recuerdo. ¿Comprendes mi temor?

Yo conduzco y soy consciente que me acerco a los Pirineos, sé que hay que dirigirse al este, a Rusia, no comprendo por qué lo sé, supongo que lo he oído en los mensajes que la emisora libre de Moscú envía, por todo el Globo, ininterrumpidamente. Lo curioso es que no sé qué a pasado, no soy consciente de haber visto a ningún Sutra, ni siquiera de saber que existen. Sin embargo, sé qué es lo que ha acabado con toda la vida en el planeta, quizás también sea el reflejo de las noticias de la emisora, ni lo sé, ni en ese momento me importa.

Durante el camino no me encuentro con ningún ser vivo, ni hombre, ni bestia. Lleno el depósito manualmente cada vez que se me acaba el combustible, ya que los surtidores de gasolina funcionan con energía eléctrica y ésta no existe. Ningún ruido, sólo el ronroneo del motor de mi coche hasta que, de improviso y casi a punto de oscurecer, una luz en la lejanía, en medio del campo, me sobresalta.

En este punto estoy solo, mi presunto padre ya no está, sin embargo, sigo sintiendo su mano aferrando la mía, proporcionándome seguridad. Ahora mi consciente tiene miedo y no sé si deseo continuar, pero prosigo. Lanzó el coche campo través. La noche se está echando encima y quiero llegar antes de que se cierre totalmente. Debo evitar asustar a quien quiera que esté en esa presunta fogata. La luz me guía como un faro. Me estrelló al clavarme en una zanja que, por las prisas, no he visto, me golpeó la cabeza contra el volante, por no llevar el cinturón, y pierdo el sentido.

Cuando lo recupero ya es noche cerrada, el coche se ha calado, las luces siguen encendidas iluminando el suelo de la zanja. Noto que hay sangre reseca en mi cara. Me limpio con el pañuelo lo mejor que puedo, no deseo asustarlos. Voy andando hacia la luz. Cojo la escopeta y la cargo, no sé si serán amistosos y me preparo, tengo miedo, aunque la mano del viejo sigue conmigo. Cuando me acerco escucho voces, esto hace que ralentice mi marcha, y al no entender el idioma y estar aún en mi país, hace que extreme las precauciones. Me acerco sigilosamente, lo más que puedo, tratando de dilucidar cuál es su lengua. Mientras me aproximo me doy cuenta que ellos están en una depresión del terreno, y que no pueden verme. Así que me echo al suelo y me arrastró hasta el borde. Cuando ya estoy muy cerca me doy perfecta cuenta que no hablan nada parecido a un idioma humano. Empiezo a temblar, me orino encima y reculó todo lo deprisa que puedo, la mano de mi padre me aferra con fuerza, la curiosidad hace mella en mí, llegó al borde del terreno y descubro una luz cegadora.

Aquí me despierto, la luz me ciega y no puedo siquiera abrir los ojos, la angustia me envuelve, no he podido ver más allá. No me avergüenza admitir que estoy aterrado, lo que no me ocurre en combate, en la vida real, me sucede en un sueño. Nada más estúpido.

En cuanto a mi vida, en este plano de la realidad, no ha ocurrido nada de especial mención en este mes pasado. Hemos mantenido una presión constante en todo el Globo, moviéndonos de un lado a otro sin parar. Sé positivamente, aunque él no me lo diga, que Ícaro realiza incursiones de combate sobre objetivos enemigos mientras yo duermo. Ahora ha surgido entre nosotros un lazo de unión psíquico que me permite intuir algo más.

Un ejemplo muy concreto es que dormido como estaba, le escuché hablar sobre mí, cuando él creía que no podía oírle. Estábamos en el centro de una nave industrial, no importa donde, en cualquier lugar de la zona ocupada. Yo estaba dormido, como te he dicho, tumbado cerca de una bola de energía que teníamos en el suelo para calentarnos a iluminarnos, y él estaba de pie, frente a mí, detrás de la esfera. Miraba hacia arriba y le decía a la nada algo como: "no comprendo Maestro, no comprendo porque no ha despertado, ya tengo a mi Afín y aún no ha despertado". Se lo comenté en el cambio de guardia y se extrañó un poco, aunque no demasiado, pero no me contestó. Adujo que estaba muy cansado, cuando sé que no duerme nunca, y dio por terminada la charla.

Los bichos se están volviendo mucho más cautelosos últimamente. Sus naves nodrizas permanecen el tiempo mínimo necesario para la carga en el planeta y enseguida salen a órbita. Hemos tenido que salir con ellas en seis ocasiones para poder derribarlas, y lo hemos conseguido con dieciocho cruceros. Esto les demostrara que lo que tienen que hacer es dejar el planeta totalmente, sin ningún control, ni terrenal, ni orbital.

Sabemos que bajo el mar no tienen ninguna base, salvo la que permanecía semioculta en la costa occidental de la India, pues aún no han terminado con su trabajo en tierra. Esto nos conviene, pues el Imperio se mueve como una gran corporación. No sólo deben tener en cuenta las bajas tan graves que le hemos infligido sino, del mismo modo, deben tener en cuenta la pérdida económica que les ha supuesto el retraso en el reaprovechamiento del planeta.

A veces creo que vamos a ganar, que es difícil, que son más, pero no más fuertes, que son muchos, pero no más valientes, y otras, sin embargo, creo que somos dos hormigas contra un elefante.

En fin, mi vida, es tarde y yo sí tengo que dormir.

Dales un abrazo a todos, y para tí el mejor y más fuerte beso del mundo... libre.

Os quiere: Juan

HISTORIA DE LAS GRANDES GUERRAS. "G - 2° Gran Guerra"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora