Libro de la Resistencia

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Capítulo 1

"En un comunicado de última hora, remitido a esta redacción, el Estado Mayor del Ejército de Resistencia ha confirmado la destrucción de un caza extraterrestre en las inmediaciones de la ciudad libre de Piotrkow.

El coronel Nicolaiev Alexandrovich Nevski, jefe del gabinete de prensa del Comandante en Jefe Andrey Saljam, ha convocado una rueda de prensa, apresuradamente, esta mañana a las nueve horas.

En ella, el coronel Nicolaiev ha dicho textualmente:

—Ayer, veintisiete de enero del segundo año de ocupación, a las veintitrés horas, tuvo lugar la destrucción de un módulo extraterrestre del tipo caza, mientras efectuaba un salvaje ataque contra un convoy militar de traslado de tropas en Piotrkow, Polonia. Aún, no sabemos, con certeza, cuál ha sido la causa de la desintegración de la nave enemiga. Un superviviente del ataque comunicó, antes de fallecer, a los equipos de rescate, que observó como un hombre abrió fuego contra el aparato derribándolo, para luego desaparecer e internarse en la zona ocupada junto a otro ser humano. La importancia del hecho es enorme, tanto en cuanto, es la primera vez que tenemos conocimiento de la destrucción de una nave enemiga por parte de un ser presuntamente humano.

Hasta este momento es todo lo que ha llegado a esta redacción. Les mantendremos, en todo momento, informados de cualquier comunicado que se produc..."

Laura, desconectó la radio con una mano, entretanto, con la otra, cogía el bolso que estaba sobre el sofá. Mientras bajaba las escaleras del edificio de viviendas que le habían asignado, pensaba que esa noche, en el hospital, no se hablaría de otra cosa que no fuera la destrucción de la dichosa nave extraterrestre. Sin embargo, ahora su mayor preocupación era no llegar demasiado tarde a la enfermería. Como de costumbre, su pequeña hija Alexia, había tardado un montón en dormirse y si no se daba prisa, esta vez la bronca de la jefa de enfermeras iba a ser de campeonato.

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Quince minutos tarde —pensó—, eso era todo lo que se había retrasado, en parte, gracias, a que había cogido el metro en el último segundo. Cuando entró por la puerta de empleados, saludó al guarda con la mano sin detenerse siquiera a decirle buenas noches. El viejo Jhefrey, miró su reloj y contoneó la cabeza con aire contrariado. Al llegar a la cuarta planta, se escurrió sigilosamente hasta la parte de atrás de la recepción y llamó la atención de Michelle tirándole un papelito arrugado.

—¿Por qué has tardado tanto?, te la vas a cargar otra vez —la interpeló su amiga.

—¡Chist!, no grites —dijo agitando la mano—. ¿Me ha descubierto el ogro?

—¡Sí! —una voz gruesa, entre femenina y masculina, resonó a su espalda—. El ogro la ha vuelto a descubrir.

Laura se dio la vuelta repentinamente y sujetó su corazón, que del susto amenazaba con irse por su propia cuenta e independizarse, sólo para ver el rostro cuadrado y lleno de arrugas de Nivana Androphovich, exlanzadora de peso soviética y jefa de administración y enfermería de la sección militar.

—Cuando acabe su turno, por la mañana —dijo conteniendo las ganas de pegarle un puñetazo—, preséntese en dirección al doctor Maurice: tiene una sorpresa para usted.

Ni siquiera se intentó excusar, no valía la pena, se dijo a sí misma. Esta mujer había nacido bajo el antiguo régimen soviético, y tenía menos sentido del humor que un cangrejo hervido.

—¿Ha vuelto a tardar en dormirse Alexia? —preguntó curiosa Michelle.

—¿Qué va a ser si no? —contestó a su amiga mientras se sentaba en su puesto—. Es muy pequeña todavía y no se acostumbra a los cambios de horario a los que nos tienen sometidas. He pedido turno fijo, lo menos, veinte veces, pero ¿tú crees que nos tienen en cuenta? Yo creo que no.

—¿Has oído lo de la nave derribada? —Michelle bajó más la voz. Una bronca era más que suficiente.

—Sí, lo he oído en la radio —respondió en el mismo tono—. Se supone que es la primera que han destruido ¿no?

—Así es.

—Pues ya era hora —puntualizó Laura.

—No lo entendéis —la voz de Sergio la sobresaltó. Había estado escuchándolo todo, disimuladamente, desde la puerta de entrada—. No la ha derribado el ejercito de Saljam, sino un desconocido, que se ha internado en la zona ocupada. Ahora están tratando de averiguar quién es el desconocido y como la desintegró. A propósito Michelle, ¿con quién vas a cenar?

—Con Laura, pesado —contestó burlonamente mientras sonreía con picardía.

—Vale, ella también puede venir —respondió Sergio, que nunca se daba por vencido.

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Al finalizar su jornada laboral, sin más sobresaltos que el ocasional paseo de inspección de la gruñona, Laura se encaminó a la décima planta del edificio donde estaban situadas las oficinas del director. Golpeó la puerta con los nudillos, a la vez que hacía girar el picaporte y asomaba la cabeza por el quicio.

—¿Se puede? —preguntó tímidamente.

Maurice, que estaba sentado detrás de un enorme escritorio repleto de archivos y papeles, ni siquiera levantó la cabeza. Con un gesto de su mano le indicó que se sentará donde pudiera. Laura retiró unos portafolios de una de las sillas y tomó asiento en silencio.

El ambiente reinante allí la acongojaba. Maurice, era un doctor atractivo y muy inteligente. No sólo había terminado el doctorado con óptimas calificaciones, sino que, además, había sido uno de los héroes del éxodo que se produjo durante la invasión. Oriundo de Francia, unía a su talento, un porte digno de un atleta. Pese a su juventud era el encargado del Hospital Central, el mayor de Moscú, y también el jefe de la sección de bacteriología alienígena de la zona libre.

Pasados unos minutos, alzó la vista y miró fijamente a través de sus lentes a la visitante. Después de un rato, en el que mantuvo una mirada estúpida preguntó cargado de dudas:

—¿Qué hace usted aquí?

—La señorita Nivana me dijo que viniera cuando acabara mi turno —respondió sorprendida, y por si no lo recordaba aún, añadió—. Soy Laura Nehivia, de archivos.

—¡Ah, sí! Usted es la del "ogro" —exclamó el doctor reclinándose en su silla y sonriendo abiertamente—. Tengo muchas quejas de usted por parte de la jefa de enfermeras, supongo que ya se imaginará por qué la he llamado.

—De algo estoy enterada —replicó molesta.

Tal como había empezado la entrevista, Laura se relajó para poder soportar uno de esos sermones sobre la valoración e importancia de su trabajo qué tanto la contrariaban. Pero para su sorpresa no fue así.

—Realmente —dijo tajante Maurice quitándose las gafas y guardándolas en el bolsillo de la camisa—, es una mujer insoportable, aunque eso sí, muy eficaz. La he llamado, porque tengo por aquí —revolvió los papeles del lado derecho del escritorio—, unas cuantas peticiones suyas para pedir turno fijo, y como tiene usted una... ¿niña? —Laura asintió con la cabeza—, bien, pues he decidido concedérselo. La semana que viene empezará su nuevo horario, de dos de la tarde a doce de la noche, ¿le parece bien..?

Laura tardó un poco en reaccionar, se esperaba una reprimenda, y en cambio obtenía una recompensa.

—¿Y bien? —repitió Maurice.

—¡Oh, claro! —exclamó despertando—. Me parece genial. Muchas gracias.

—¡Pues nada! Como estamos los dos de acuerdo, reunión terminada. Hasta luego, Laura.

Se levantó y la estrechó la mano. Laura, todavía atontada, le devolvió el saludo y salió del despacho con la cara iluminada. Desde que desapareció su marido durante la invasión, hacía ya un año, no había conocido a ningún hombre que le hubiese llamado la atención como el doctor Maurice.

Tenía que contárselo todo a Michelle.

HISTORIA DE LAS GRANDES GUERRAS. "G - 2° Gran Guerra"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora