Diario de Juan

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31 de marzo del 2° año de ocupación.

Querida Justine:

Tengo mucho que contarte. Sin duda, en estas semanas me han ocurrido más cosas que en el resto de mi vida.

Que Ícaro ya no es el mismo no es precisar mucho, lo más acertado, sería decir que es otro. Es absolutamente magnífico, increíble, fabuloso y un largo etcétera que voy a dejar, para luego, por no eternizarme.

Discúlpame si me aturullo un poco, es que no sé cómo empezar.

Después de Heilbronn nos trasladamos a Sión, en los Alpes suizos. Allí nos refugiamos en un pequeño albergue de montaña para escaladores, que estaba en un gran valle a los pies de los Alpes Berneses y junto al Ródano. Si alguna vez esto termina me encantaría celebrar nuestro aniversario en un lugar tan idílico cómo ese.

Creo que era miércoles, no estoy seguro, me desperté al atardecer. Había dormido doce horas y aún estaba cansado. Comí algo de los víveres que teníamos y salí de la casa. Mi hermano estaba sentado, en las escaleras de la entrada, haciendo guardia. El día era verdaderamente hermoso, el cielo estaba claro, el sol aún relucía con fuerza, cosa rara por estas fechas y más tan al norte de Europa, y le daba al paisaje un tono natural de tranquilidad que no existía.

Me senté junto a él y al hacerlo, vi frente a nosotros, lo que parecía una pequeña antena clavada en el suelo, en la que no había reparado hasta ese momento. Se componía de un grueso tallo, de no más de un metro de alto. La parte superior iba coronada por la antena propiamente dicha, con forma hexagonal, de veinte o treinta centímetros de diámetro. Al interrogarle sobre el extraño artefacto, me comentó, como si fuera algo normal, que era un dispositivo para evitar que nuestras ondas cerebrales nos delataran, lo que "ellos" llaman "psicosenia". Me confirmó su procedencia extraterrestre.

A nuestros pies había un enorme baúl, que reconocí como parte del material que cargábamos en el jeep. Lo abrió y empezó a sacar, de su interior, multitud de armas y artefactos que no había visto en mi vida. Algunas de las cosas no eran de manufactura humana, ya me entiendes.

Se levantó, cogió unos prismáticos del suelo y me los entregó. Me pidió que seleccionara algo que se encontrara a bastante distancia y que me costara distinguir, aún, con los binoculares. Yo elegí una piña que colgaba de un pino, ya sabes, una de esas que se encuentran a menudo en el campo, resecas y que parece que no sirven para nada más que para darle patadas. La piña estaba a dos mil ochocientos metros según el medidor de campo. Incluso con los anteojos se veía extremadamente pequeña. Entonces, cuando hube escogido el blanco cogió un rifle del cajón de armas, un Remington Featherweight de cañón flotante, sin mira telescópica. Apuntó durante unos segundos, disparó y la reventó en mil pedazos. Le dio de lleno, Justine, a una distancia inverosímil. Ni siquiera estoy seguro de si ese arma puede disparar tan lejos.

Me levanté de un salto y me quité los prismáticos de la cara, ya sé que no tengo muy buena vista pero, te juro por lo más sagrado, que no se distinguía ni el árbol.

Le miré atónito, sin saber qué decir. Él se limitó a devolverme la mirada y a sonreír. Se volvió a sentar en las escaleras. Yo cogí el rifle y lo estudié con detenimiento, necesitaba comprobar, por mis propios medios, que no había truco.

Me quedé allí, en pie, con el rifle en los brazos, mirándole como un idiota.

"Esto que has visto es una nadería -dijo mirándome fijamente a los ojos-, comparado con todo lo que te puedo enseñar sobre el arte del "Na", para que seas un buen soldado, si así lo deseas."

Como te imaginarás no lo dudé ni un instante, con una puntería así y sus conocimientos sobre los alienígenas, sería el tipo más importante del ejército de resistencia.

HISTORIA DE LAS GRANDES GUERRAS. "G - 2° Gran Guerra"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora