9. Bienvenida en el norte

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Los vientos soplaban fuertes y fríos, dibujando líneas difusas en la nieve, el paisaje desolado desprovisto de vegetación y a penas tocado por los tenues rayos del sol, es contemplado por uno de los caballeros

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Los vientos soplaban fuertes y fríos, dibujando líneas difusas en la nieve, el paisaje desolado desprovisto de vegetación y a penas tocado por los tenues rayos del sol, es contemplado por uno de los caballeros. Sus cabellos celestes y largos se deslizan contorneando su rostro mientras la brisa choca con las escamas que sobresalen de su armadura. Es Albafica de Piscis.

A sus espaldas, el campamento de los santos de Athena, y el resto de los santos dorados, listos todos para partir cada uno a uno de los cuatro pasos entre las montañas, en busca de Morrigan.

Los santos dorados abandonan el campamento, a excepción de Albafica y Sísifo. Éste último, da las instrucciones a los caballeros de plata y bronce antes de partir, y todos le escuchan atentamente y cumplen sus órdenes.

-¿Partimos ya? –le pregunta al caballero de piscis.

-Te he dicho que yo iría sólo.

-Lo siento, es que no lo recordaba, pensé que cómo no te habías ido...

Albafica da la vuelta y se marcha, mientras Sísifo sonríe y se pone en camino. –"Ya me alcanzará" –susurra para sí mismo.

-Mira, allá va el Señor Sísifo –dice el joven Leander.

-Y nosotros aquí, como verdaderos inútiles, esperando a que regresen los dorados –reniega Cástor, agitando sus cabellos verdosos y oscuros.

-Ya, no sean negativos, por lo menos estamos acá. –La voz era de Dohko de Dragón que llegaba para unirse a los otros dos.

-Cierto, no puedo imaginarme al pobre Evan allá en el santuario, debe estar muerto de aburrimiento.

-Venga, síganme santos de plata, verán cómo podemos encontrar algo de aventura mientras los dorados vuelven –y dicho esto, Dohko se puso en pie y empezó a caminar siguiendo las huellas que había dejado el Santo de Sagitario.

Tal como habían dicho, en Grecia, Evan moría de aburrimiento, había pasado buena parte del día entrenando y perfeccionando sus técnicas, se imaginaba intentando golpear al Muro de Cristal de su maestro Haru y exigía más y más recordando el inmenso poder del cazador que los derrotó a él y a sus amigos.

Cuando pensaba en esto, se llenaba de ira pero intentaba canalizarla y conseguía potentes ataques. En una de esas, golpeó un peñasco, provocando un derrumbe. Las piedras y rocas caían por montón mientras volaba el polvo a su alrededor e intentaba no ser aplastado por la inmensa fuerza del alud. Cuando la tierra y las rocas estuvieron asentadas en su suelo, apareció de entre ellas, increíblemente ileso.

-La noche, por más estrellas que tenga, ¿no deja de ser oscura, cierto?

Evan volvió su mirada, se alegró al ver que aquellas palabras venían nada más y nada menos que de Asmita. Habían empezado a gustar de la compañía de los caballeros dorados, le parecía que podía aprender mucho de ellos, además de que, según él, sus conversaciones siempre eran entretenidas.

Saint Seiya: El Invierno Final -La Saga de Morrigan-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora