10. Campos de Sangre

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Una capa blanca ondeaba orgullosa e imponente sobre los hombros resplandecientes de una armadura de oro

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Una capa blanca ondeaba orgullosa e imponente sobre los hombros resplandecientes de una armadura de oro. Los cabellos de su portador, de un hermoso tono de celeste, caen difusos y rebeldes formando ondas, mientras él sostiene una rosa en su mano y la acerca a su nariz para olerla. Su sonrisa es orgullosa, llena de altivez e incluso quizás, prepotencia.

-Así que tú traes la muerte... bueno, ¡hora de morir!

Albafica de Piscis se lanzó al aire arrojando un gran número de rosas al mismo tiempo que fueron nuevamente destrozadas por las alas de Bardo de Buitre.

-Las alas sagradas de los mensajeros de la muerte no pueden ser destruidas por nada, son el escudo perfecto, ninguna de tus rosas podrá atravesarlas jamás, ya ríndete Caballero.

-¿Rendirme? Si estoy comenzando a divertirme...

-Eres un insolente, ¡ahora recibe el castigo del cielo!

Pero algo extraño sucedió, Bardo lanzó sus Garras Sangrientas, pero éstas no estuvieron ni cerca de golpear a Albafica. -¿Pero qué...?

Albafica rió alegremente –Vaya debo felicitarte, aunque esperaba más de quien presume poder matar a tres santos dorados. Para la mayoría, el sólo aroma de mis rosas demoníacas reales es mortífero, al parecer, a ti sólo te han afectado la puntería.

-¡Maldito!

Y mientras vociferaba un feroz bramido de guerra, se lanzó a una vertiginosa velocidad contra Piscis que apenas fue consciente de que Bardo se apareció tras de él y lo golpeó fuertemente, lanzándolo lejos.

-¡Voy a matarte Caballero de Athena!

Y mientras un combate se desarrolla entre ellos dos, en otro lugar en medio de las desnudas tierras bañadas por la nieve, está en curso otro encuentro...

-Cynan, ¿cómo puedes traicionar a Athena? –preguntó Leander con indignación.

-Los problemas de los dioses no son asunto mío, ¿qué ha hecho Athena por mí?, Morrigan me ha dado ésta Mortaja, y con ella, ¡te mataré!

-¿Tanto me odias?

-Sí, te odio, porqué tú vistes la armadura que iba a ser mía... me robaste mi lugar entre los caballeros.

-Yo no te robé nada, yo me gané justamente mi armadura.

-Dejen ya de pláticas absurdas –dijo el cazador del Zorro- ustedes caballeros de Athena morirán aquí y ahora.

Esus de Zorro se lanzó contra Leander, pero fue detenido por Cynan -¡Déjalo, él es mío, quién ha de matarlo soy yo!

Y diciendo esto se abalanzó sobre Leander con una rapidez increíble, dándole un fuerte golpe que derribó al santo de Plata.

Cástor corrió a asegurarse que su compañero estaba bien.

-Tranquilo –le dijo Leander- yo me ocupo de Cynan, tú ve por el otro.

Saint Seiya: El Invierno Final -La Saga de Morrigan-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora