15. Las garras de los hielos

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El resplandor de su armadura dorada iluminaba la nieve, los vientos fríos agitaban su larga y elegante capa y removían sus cabellos. Albafica, el Caballero Dorado de Piscis, se mostraba sonriente y altivo desde una alta pared de hielo.

-¿Creíste que podían lastimarme con técnicas tan lentas?

-Maldito, ¿cómo has escapado? –Le reclamó Jormund- ¡No descansaré hasta matarte!

El cazador se lanzó contra Albafica y su cosmos formó una lanza que arrojó contra Piscis -¡Colmillo mata-dioses!

Con un leve movimiento, Albafica detuvo la técnica con una sola de sus rosas negras. La lanza impactó contra la rosa y se destrozó al contacto. -¿Ése es tu poder?, ahora te mostraré lo que puede hacer un Caballero Dorado...

El cosmos de Albafica se encendió, su brillo dorado se elevó mientras él alzaba su brazo y con voz potente exclamó: ¡Rosas Pirañas! El caballero lanzó una lluvia de mortales rosas negras y en un instante, Jormund había caído derrotado.

Albafica observó los trozos restantes de las mortajas volverse cenizas y sintió un gran número de cosmos que se acercaba. –Parece que los guerreros de Morrigan vienen hacia acá –murmuró y una sonrisa se dibujó en otro rostro.

Mientras tanto, en Grecia, Manigoldo de Cáncer observaba el avance de los cazadores que se dirigían contra el santuario.

-Niño, vete de aquí –le dijo el Cid a Evan.

-Ni lo sueñes, yo también soy un Caballero de Athena y me quedaré hasta el final.

-Déjalo que se quede –exclamó Manigoldo- después de todo, el final no tardará mucho más.

-Nosotros, el destacamento de la Astucia, ¡arrasaremos el Santuario! –los cazadores se lanzaron contra los Santos. A su vez, Manigoldo extendió su brazo, apuntando al cielo, los cazadores iban dando saltos por los aire e iban cayendo en picada hacia dónde él estaba. Manigoldo cerró sus ojos y sonrió más abiertamente... ¡Ondas de Inframundo!

Una red de ondas azules salió del índice de Manigoldo y todos los cazadores fueron lanzados con fuerza hacia los cielos, precipitándose y estrellándose contra el suelo. –Fue muy sencillo –dijo Manigoldo. Y se disponía a darse la vuelta, cuando uno de los cazadores se levantó y pronto el resto lo siguió.

-¿Cómo es posible?, ustedes deberían haber sido enviados al inframundo.

-¿El Inframundo?, nosotros los cazadores, servimos a la muerte misma, no puedes enviarnos al mundo de los muertos...

-Entiendo –dijo el Cid- es igual que con las sapuris del reino de las tinieblas, Manigoldo.

-Eso no importa –se jactó Manigoldo- morirán de todas formas.

Los cazadores embistieron contra Manigoldo, pero él, extendiendo su mano, usó sus ondas infernales e hizo aparecer una pequeña esfera de luz azul. A continuación, la esfera se expandió y otras más salieron de ella, esparciéndose por todas partes como pequeñas luciérnagas, en el momento que los cazadores estaban por alcanzarlo. -¡Fuego Fatuo!

Saint Seiya: El Invierno Final -La Saga de Morrigan-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora