11. Descensión del iluminado

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-Sígueme

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Y atendiendo a las órdenes del santo dorado, Evan iba tras de él. Atravesaron ocho de las doce casas, y salieron de la casa de Escorpio, ascendiendo por las escalinatas en dirección a la casa de Sagitario, pero se detuvieron a medio camino. Más bien, Asmita se detuvo.

"Vaya que éste sujeto es complicado" –pensó Evan para sí mismo, al ver al santo dorado de Virgo, sentarse en una piedra plana, con posición de meditación, mientras juntaba sus manos.

-El camino que te falta por recorrer, empieza aquí –dijo Asmita.

-¿A qué te refieres?

Asmita sonrió –Evan, Evan de la constelación de Ofiuco. ¿Alguna vez te dije que había una leyenda sobre tu signo, no es así?

Evan en realidad no recordaba, pero tenía la ligera impresión de que así había sido, así que asintió con un movimiento de cabeza.

-Sí, ofiuco, el portador de la serpiente, el treceavo signo.

-¿Treceavo signo?, ¿de qué hablas?

-Mira Evan, ofiuco fue una vez uno de los trece signos que rodeaban al sol. Si diriges tu mirada curiosa al cielo nocturno en una noche despejada, y prestas atención a las estrellas, justo entre las constelaciones de Escorpio y Sagitario, está Ofiuco.

-Pero, no lo entiendo, eso ¿qué significa?

-Significa, que en la antigüedad, habían no doce, sino trece caballeros dorados.

-¿Pero qué dices?, ¿Trece caballeros dorados?

-Así es. Observa, aquí, entre la octava y la novena casa, estuvo alguna vez la casa de Ofiuco.

Evan no entendía aquello que Asmita intentaba explicar, principalmente porque para él siempre habían existido únicamente doce caballeros dorados.

-¿Pero qué sucedió?

-El Santo Dorado de Ofiuco era uno de los más bondadosos de todos los caballeros de Athena. Su carácter gentil y sus poderes de sanación con los que ayudaba y curaba a los seres humanos de toda enfermedad, hicieron que los hombres empezaran a considerarlo un dios. Su carácter entonces, se volvió arrogante, y en castigo a su soberbia, los dioses lo condenaron al olvido. La armadura antes dorada, se volvió de plata, degradada en castigo al atrevimiento de su portador, y la casa de Ofiuco, que había sido su residencia, fue convertida en ruinas, de las que no queda rastro alguno. Todo se preparó para que nadie recordara a Ofiuco, así sería borrado de la historia y estaría condenado al olvido, ese es el castigo de los dioses.

-¿Pero, cómo es que tú sabes estas cosas, si su condena fue el olvido?

Asmita sonrió de nuevo y extendió su mano hacia Evan. El santo de virgo aguardaba en silencio, y en la espera, Evan decidió estrechar su mano. Al hacerlo, una potente luz nubló sus ojos. Fue como si entrara a un mundo distinto, sintió que su cuerpo no pesaba, que flotaba en el aire, en un vacío cósmico tan inmenso que sólo pudo describir como propio de los dioses. Luego, sintió que aterrizaba y cayó al suelo, pero el golpe no le dolió.

Saint Seiya: El Invierno Final -La Saga de Morrigan-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora