14. El ejército de la Muerte

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Dos siluetas oscuras caminando apresuradas, el eco metálico de sus armaduras llamó la atención de aquel hombre de ojos como brazas ardientes que los esperaba

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Dos siluetas oscuras caminando apresuradas, el eco metálico de sus armaduras llamó la atención de aquel hombre de ojos como brazas ardientes que los esperaba.

-¿Qué ha pasado?

Ellos se inclinaron frente a él –Señor Munin, lamentablemente, uno de nosotros, los generales de la muerte, Skoll de Lobo, del Destacamento de la Ferocidad, ha muerto.

-¿Cómo es posible? –su tono reflejaba su indignación y su ira.

-Fue vencido por un caballero dorado.

-Parece que los santos de Athena están avanzando más de lo previsto –resonó una potente voz y su eco se escuchó por toda la habitación, profunda e implacable. Los generales bajaron la cabeza y aquel frente a ellos, volvió su mirada atrás. Apareció, materializándose desde las sombras, una silueta con ojos azules y afilados. Su túnica ondeó caprichosa al colocarse frente a ellos.

-Señor Astur, nosotros... hemos tomado medidas, los destacamentos de la Astucia y la Fuerza han partido hacia Grecia, ahora que el Santuario está desprotegido.

-Ager de Onza y Drustan del Oso Polar, me parecen adecuadas sus acciones, nuestra diosa Morrigan estará complacida cuando el Santuario haya caído. Ahora, generales de la muerte, regresen a sus pasos en las montañas antes de la llegada de los Santos de Athena.

Ellos afirmaron y cumplieron la orden en el acto.

-Astur, ¿no crees que los santos han avanzado ya demasiado?

-No hay porqué preocuparse, con nosotros cuatro basta para destruir a todo el ejército de Athena, además, los soldados de Skoll permanecen cerca de uno de los pasos.

-¿Y el último destacamento? –preguntó Munin.

En ese momento, Zagan irrumpió en el salón, las puertas se cerraron tras de él y se quedó de pie frente a Munin y Astur. –Mi destacamento se encuentra en los alrededores del Castillo y mis espías están esparcidos por toda la región, no tardarán en avisarme cualquier avance de los caballeros.

-¿Y tú Zagan?

-Yo permaneceré aquí, hasta que sea necesaria mi presencia en el campo de batalla, mientras tanto, no tengo porqué perder mi tiempo, mis soldados acabarán con cualquiera que se acerque a mi paso en las montañas.

Zagan, alzando la mirada, dio media vuelta y se retiró. Al salir del salón, se dirigió por un largo pasillo hasta unas escaleras y ascendió hasta una recámara brillante y reluciente con columnas de hielo y cristal y un enorme techo abovedado. En el centro, había un suntuoso trono de diamantes con cristales de color azul, y en él descansaba la silueta de Morrigan. Zagan se inclinó ante ella.

-Mi diosa Morrigan, mis hombres custodian su castillo, nada evitará que cubra éste mundo con sus hielos.

Morrigan sonrió –Siempre es un gusto verte Zagan, el más leal de mis generales, dime, ¿a dónde ha ido el resto de mi ejército?

Saint Seiya: El Invierno Final -La Saga de Morrigan-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora