Eran alrededor de las diez de la mañana en un día frío y gris. Ella estaba en su habitación, terminando de doblar la ropa y colocarla en su respectiva caja, para dar por concluida la tarea de empacar en la segunda planta de su casa. Se detuvo y echó un vistazo a su habitación, con la sensación de que algo le faltaba.
Le faltaba calor, el calor que la había acogido y visto crecer durante años. Este calor la había acompañado en momentos de sufrimiento y risas junto a su familia y amigos. La calidez que la había recibido en los mejores y peores momentos se había ido, parecía haber perdido su característico color azul vibrante y se había vuelto completamente gris. Suspiró para sí misma y continuó su camino por la casa, para finalizar con la cocina y otras partes de la planta baja.
Mientras cruzaba el largo pasillo sobre las tablas de madera, tocaba las paredes con la punta de los dedos, como si quisiera retener la sensación y tener un recuerdo más vívido de su primer hogar. A menudo se preguntaba por qué sentía tanta nostalgia por el lugar, algo que siempre le pareció curioso, la nostalgia. Era el apego que las personas desarrollan hacia ominosas estructuras u objetos inanimados que se vuelven personales. Quizás sea la necesidad humana de atribuir sentimientos a todo, depositando en los objetos lo que sentimos, a veces más que a seres queridos.
Escuchó por última vez el rechinar de los tablones al bajar las escaleras, suspirando de manera nostálgica mientras descendía.
- Alcánzame las tijeras, por favor - exclamó su papá desde el otro lado de la sala, sosteniendo cinta adhesiva y una caja, con cara de tener sus pensamientos revueltos, pero sin intención de preocuparla. Ella le entregó las tijeras y él le sonrió.
- Te veo contento - dijo, mientras ella le alcanzaba adornos que estaban encima de la mesa donde se encontraba el televisor, desempolvándolos con su camiseta.
- Puede ser que lo esté, ¿sabes? -
- ¿Y eso a qué se debe? -
- Pues comenzar de nuevo siempre da esperanza, supongo. –
Lo observó incrédula.
- En realidad, estoy feliz por ti –
- ¿Por qué? -
- Vas a poder conocer personas nuevas, explorar otros ambientes, nuevos aires... - siguió, deteniéndose a mirar por la ventana sosteniendo un florero. Esto le pareció poco natural, su papá nunca mostró particular interés por cosas adicionales a lo esencial, comida, techo y ropa. Pero quizás sentía culpa.
Culpa de hacerla pasar por todo esto: una nueva casa, una nueva escuela y una nueva persona con la que iba a tener que lidiar de manera habitual y a la fuerza: su nueva esposa. Y es que no era una mala persona; ese no era el problema. Simplemente sentía que nunca encajó con ella y su papá, y la dinámica que habían formado juntos desde hace muchos años, además de que se rehusaba a creer que él fuera capaz de demostrarle amor a alguien de ese modo, algo tan fuerte como para abandonar todo lo que tenía y empezar de nuevo en otro lugar. Carter lo miraba sin decir nada, solo se miraban los dos.
- Creo que te buscan afuera, hija.
- No quiero ver a nadie ahora - dijo sobre un suspiro mientras se volvía hacia la puerta.
Ojeando por la mirilla de la puerta, se dio cuenta de que era Max, su compañero de clases. Al darse cuenta de que era él, su semblante cambió por completo.
- ¿Qué haces aquí? –
- ¿En verdad pensaste que iba a dejar que te fueras sin despedirme? –
Carter solo lo miró y sonrió para sí, bajando la mirada.
- ¿Por qué no le dijiste a nadie que te ibas hoy? –
- Porque precisamente quería evitar las despedidas, siempre duelen. -
Se miraron. Entre tanto, Max sacó una cajita de su bolsillo y se la entregó a Carter.
- ¿Puedes prometer no abrirlo hasta que estés en tu nueva casa? -
Lo miró, dándole su promesa con un gesto hacia su dedo meñique.
Cuánto dolor le causaba a Carter dejar ir a Max. En una despedida, nada está prometido; la promesa de volver a verse es vacía y no significa nada.
Carter sintió un nudo en la garganta mientras aceptaba la pequeña caja. Max le dio un abrazo, un gesto que expresaba más de lo que las palabras podrían transmitir. Era como si intentara sellar en ese abrazo todos los momentos compartidos, todos los secretos y risas que habían compartido a lo largo de sus cortos meses de amistad.
- Cuídate, Carter. Nos veremos de nuevo, lo prometo - dijo Max, mirándola con determinación antes de soltarla y dar un paso atrás.
Carter asintió con gratitud y se despidió con un gesto de la mano. Max se alejó, pero antes de desaparecer por completo de su vista, volteó una vez más para sonreírle. Carter cerró la puerta y se quedó allí, sosteniendo la caja en sus manos.
El sonido de la cinta adhesiva resonaba en la sala mientras su papá continuaba empacando. Se acercó a él y le ayudó con las últimas cosas. Aunque las palabras no fluían entre ellos, compartían un entendimiento silencioso.
Después de empacar la última caja, se quedaron en la sala vacía, observando el espacio que una vez estuvo lleno de recuerdos. Era el final de una era, pero también el comienzo de algo nuevo.
Mientras se dirigían hacia la puerta, echó una última mirada a la habitación vacía, sintiendo la pérdida de algo que ya no estaba.
La mudanza fue un proceso rápido, y pronto se encontraron frente a la puerta de la nueva casa. Carter inhaló profundamente, preparándose para lo desconocido. Aunque no sabía qué depararía el futuro, estaba lista para enfrentarlo.
Al abrir la puerta, la caja que Max le había entregado llamó su atención. La tomó con cuidado y la abrió lentamente. Dentro encontró una nota escrita a mano y un collar dorado.
"En cada nuevo comienzo, lleva contigo los momentos que te hicieron feliz. Nos vemos en el próximo capítulo de la vida. - Max."
Carter sonrió a pesar de las lágrimas que amenazaban con caer. Se puso su collar y se dispuso a bajar algunas cosas restantes del camión de mudanza.