Capítulo 4: Caperucita Roja

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Los niños en aquella cocina aguantaban la respiración mientras aquella bruja los miraba pensativa, sin duda no era el tipo de magia que esperaban ver cuando fueron a verla, pero a decir verdad había sido una experiencia entretenida el poder meterse en una historia y deseaban continuar.

- Bueno, acepto su trato niños – dijo finalmente la bruja y todos soltaron un enorme suspiro de alivio.

- ¡Sí! Jack se dejó caer del cielo y se sentó junto a Chimuelo.

Los chicos se volvieron a tomar sus chocolates y galletas, entonces Hipo pensó "Cual era el punto de darles golosinas si al estar saliendo y entrando de las historias no iban a tener tiempo de comerlas" y por mientras pensaba aquello los demás se comieron una o dos galletas y él no tuvo tiempo.

- Nuestro siguiente cuento se llama Caperucita roja – dijo la bruja mientras volvía a abrir el mágico libro.

-Había una vez una casita en el bosque donde vivía una pareja que tenía una hermosa e impulsiva hija llamada Mérida, pero como ella tenía una melena tan rizada y roja que parecía una capucha sobre su cabeza todo mundo la apodaba Caperucita roja.

Tan pronto como la bruja volvió a narrar, la ropa de Patapez y Astrid se volvió ropa de leñadores, y Mérida, obtuvo una capa roja. La cocina se desvaneció de nuevo y en su lugar apareció una bonita y hogareña cabaña

- ¡Hey! ¿Cómo es que Patapez y yo volvemos a ser los padres de la historia? – se quejó Astrid.

- Huy Astrid, ¿será que sientes algo por Patapez? – se burló Brutacio ganándose un golpe de su rubia amiga.

-La niña también tenía una abuelita a la que quería mucho y que vivía en medio del bosque, su abuelita se llamaba Brutilda.

- Espera ¿Qué? – Brutilda se encontró vestida con una capa marrón y un bastón en sus manos - ¿Por qué me toca a mí ser la anciana?

- Quizá porque eres la única otra mujer que queda – dijo Hipo alejándose a una prudente distancia del bastón antes de que Brutilda notara su potencial como arma.

- Sí Brutilda es obvio – le reprochó su hermano – aunque hay algo que no entiendo.

- ¿Qué cosa? – pregunto Jack.

- si Brutilda, Astrid y Patapez son rubios, ¿Cómo es que Mérida es pelirroja?

El silencio y varias miradas de desconcierto fueron la primera respuesta que tuvo Brutacio.

- Hay hermano ¿eres tonto o qué? ¡Es obvio! ¡Ella es adoptada!

- Brutilda ¿Qué tal si te vas a tu casa en el bosque antes de que arruines la infancia de Mérida? – dijo Jack divertido con las ocurrencias de ese par – ella no sabía que era adoptada.

- ¡Ups! – dijo Brutilda con una mueca apenada – lo siento.

La chica se marchó de la cabaña no sin antes golpear a su hermano con su nuevo bastón.

-Un día la abuela de Caperucita enfermó, y su madre la mando al bosque a llevarle una canasta llena de pastelillos, sopa y jugo, y le dijo que no se saliera del sendero ni hablara con extraños.

Mágicamente una canasta llena de pastelillos apareció en la cabaña y los chicos olvidando que eran para la enferma abuelita se los comieron todos.

- ¡Estos pastelillos están deliciosos! – exclamó Patán.

- ¡chicos! se supone que eran para Brutilda – les recordó Jack.

- Que Brutilda se busque sus propios pastelillos – se quejó Brutacio.

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