Todo comenzó un lunes 16 de febrero, alrededor de las 5 p.m. Me llamo Javier, y para ese entonces tenía 11 años. Bueno, ese día estaba jugando a las escondidas con dos de mis mejores amigos, Jorge y Erick. Todo iba bien, nos divertíamos, comíamos lo que mamá nos había dejado preparado, descansábamos y volvíamos a jugar, hasta que de pronto se escuchó un golpe que hizo temblar el suelo durante unos segundos.
— ¿Qué fue eso? —dije, aún inmóvil por lo sucedido, creyendo que fue un pequeño temblor y que tendría réplicas.
—Parece que un tractor pasó por la pista, eso debió de ser —dijo Jorge mientras cogía una galleta de las que estaban en la mesa.
—Eso vino de tu patio, Javier —me dijo Erick, que por la expresión de su rostro, noté que no podía comer por el miedo a una réplica.
—Iré a ver —dije, siendo lo más lógico, yo era el mayor de ellos, además, era mi casa.
Mientras me iba acercando al patio trasero de mi casa, una luz se iba haciendo cada vez más potente. Enseguida lo vi: era un ser sumamente brillante, de tez blanca, algo pálida. Estaba herido, tal vez por la caída; ¿cómo lo sabia? Bueno, lo supuse por la sustancia que se escurría por sus heridas, una sustancia gris que a mi parecer era sangre.
Este ser se estaba arrastrando a la par que hacía ruidos, gemidos como de queja, de dolor, y lo que era imposible no captar eran las dos enormes alas que tenía en la espalda, una de las cuales estaba totalmente cortada a la mitad.
¿Darme miedo? Cómo me iba a dar miedo un ser tan hermoso. Rápidamente corrí para auxiliarlo, pero el ángel habló:
— ¡No me toques! —gritó, y se arrastró solo hasta mi sofá, en donde se echó cómodamente y descansó.
Llamé a mis amigos para que le trajeran comida y lo asistieran; esperé a que dijera algo, pero sólo bebía el agua y se mantenía callado, creo que ni siquiera me miraba a los ojos. Mis amigos estaban como yo, estupefactos. No me dijeron nada, pues sacaron sus propias conclusiones.
Salimos de la habitación para dejarlo descansar y nos dirigimos a la cocina. Seguíamos callados, hasta que Erick rompió el silencio.
—Es un ángel —dijo.
—Creo que eso es obvio, pero aun así, ¿un ángel? ¿Qué hace un ángel aquí? —se cuestionó Jorge, quien seguía comiéndose las galletas sin guardarnos ninguna.
—Seguro el ruido que escuchamos fue el sonido que hizo al caer de... arriba —dije, quitándole el plato de galletas a Jorge.
— ¡Sólo una más! ¡La última! —me rogó.
En eso, vimos al ángel parado en la puerta de la cocina, mirándonos. Por un momento nos quedamos congelados, él nos miraba con una mirada penetrante, aunque en parte era muy relajante, el brillo de su cuerpo no se iba y podría decirse que era más brillante que dos potentes focos en una habitación oscura.
— ¿Puedes darme un poco más de agua, por favor?
No titubeé, se la di enseguida mientras le jalaba un silla para que se sentara. Sus heridas todavía no se curaban, y no pude evitar notar un corte realmente grande que tenía en el pecho, un corte seguramente hecho por un cuchillo o por una espada. Hubo silencio una vez más, algo incómodo. Esta vez fue Jorge quien rompió el silencio.
— ¿Te duele? —le dijo, señalándole el pecho.
El ángel sonrió antes de contestarle.
—Gracias a sus asistencias, ya no mucho. Sanará para mañana, lo sé...