estatica

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Rinaldi Thurston ya había cumplido muchos años en la policía de Santa Mónica. Para ese momento, ya habría cumplido con creces la cuota que un oficial de policía debe atestiguar durante sus años en activo, y aún así, suelo imaginar que nada le habrá robado tanto la tranquilidad de sus noches como el caso de Juliana Redding.

Temprano, esa mañana, Thurston recibió la orden de revisar el departamento de Redding. Uno de sus amigos había llamado a la policía, después de no lograr localizarla durante más de dos semanas. Thurston esperó por refuerzos en su carro, afuera del domicilio. Se encendió un cigarrillo y reclinó un poco el asiento. Mientras exhalaba la primer bocanada vio estacionarse el carro de McCaferty por el retrovisor.

McCaferty había estado en la fuerza al menos cinco años menos que Thurston, pero aún así era superior en rango. Era el clásico retrato de un lamebotas. Thurston desprendió la la braza del tabaco con los dedos y devolvió la mitad de la colilla a su cajetilla. Dio un vistazo a su aspecto desaliñado e imaginó a McCaferty burlándose de él en cuanto bajara del carro.

Como siempre, McCaferty fingió estar en comunicación con el Presidente por medio de su radio, mientras Thurston se acercaba a su vehículo. No fue sino hasta que Thurston se acercaba diera algunos golpecitos en el cristal de su ventana, que el chico presumido notó su presencia. Salió del carro, hizo algún comentario idiota sobre la ropa con la Thurston había dormido durante dos días (en realidad, había dormido con la misma ropa durante tres) y finalmente ambos se acercaron a la puerta del domicilio. Llamaron por tres ocasiones, nadie atendió. McCaferty se dispuso a patear la puerta, Thurston lo detuvo con una mano en el hombro, la puerta estaba emparejada.

Algunos diarios reportaron el caso en su sección de nota roja, y nada más. Podría suponerse aquí un acto de discreción por parte de los medios delante de un caso de homicidio con algunos elementos extraños, he incluso podría pensarse, en uno de estas confusiones entre la cinematografía y la realidad, que la policía había retenido deliberadamente dichos rasgos, con la finalidad de no alarmar a la opinión pública; pero lo cierto es que no existían detalles extraños en el caso, a excepción quizá, de la causa de defunción.

McCaferty la encontró. Posición fetal y rigor mortis. Su rostro mostraba, por la apertura de la boca y los ojos abiertos, un gesto de miedo; las pupilas se habían escondido debajo de los párpados, no había ninguna herida visible. Tras la primer inspección, no se encontraron señales de allanamiento. McCaferty regresó al carro para reportar, Thurston dijo que lo alcanzaba.

Examinó el cuerpo de nuevo. Tras mirar a la chica por unos instantes, sus ojos se detuvieron en una handycam sobre el buró, junto a la cama. Estaba conectada a la corriente y un puntito rojo parpadeaba por encima de la lente. El viejo se sentó sobre la cama, abrió la pantalla de display, rebobinó la grabación y la reprodujo. Durante los primeros minutos, el video parecía capturar alguna clase de fiesta en la casa, luego cortaba a una toma conseguida desde la posición en que había encontrado la cámara, sobre el buró. El encuadre era muy oscuro, pero podía escucharse una respiración acelerada que provenía de algún lugar de la habitación.

Para ese momento, Thurston ya sospechaba que este se trataba de uno de esos lindos souvennirs muy personales y también amateurs que tal vez no deberían ser examinados con detenimiento, y tal vez por ello fue que dejó correr la cinta un rato más. La luz de la habitación se encendió y Juliana apareció de pronto, nítida, abrazada de sus rodillas, justo en el lugar en el que ahora yacía su cadáver. Balbuceaba, mientras se columpiaba hacia atrás y hacia adelante, y miraba hacia algo o alguien que se encontraba fuera del encuadre; en la dirección de la puerta del cuarto.

Thurston acercó la pequeña pantalla de display a su rostro, esperando que quien fuera que estuviese amenazando a la chica apareciera enseguida, resolviendo el caso. Thurston terminaría deseando, por el resto de sus solitarios días, que nada hubiera aparecido. Una silueta enorme, tendría que haber medido, al menos, tres metros, de complexión simiesca, apareció en una de las orillas de la grabación. Avanzaba encorvada por el techo. Sus ojos brillaban, el contorno de su figura parecía fluir, como si estuviese envuelta en una llama de opalina

La criatura avanzó lentamente hasta el rincón de Juliana. Avanzaba con la velocidad de un caracol, pero la víctima no intentaba escapar, no hacía ademanes, siquiera de levantarse; apenas y había atinado a gritar, conforme los pasos de la criatura le cerraban lentamente cualquier posibilidad de escape. Cuando ya le cubría casi por completo, abrió sus fauces y dejó escapar un sonido que en el video se había captado como una aguda estática. El grito continuó por cerca de cinco segundos, después la grabación terminó.

Thurston apagó la cámara, justo cuando McCaferty entraba de nuevo en el departamento y se tropezaba con un adorno cerca de la entrada. El viejo policía sacó la cinta del aparato y se la guardó en el bolsillo interior del saco. No estaba seguro de lo que había visto, pero algo en el fondo de sí mismo le decía que debía guardar la cinta, y nunca mostrársela a nadie.

La bestia capturada en la grabación nunca antes había sido registrada en video. Thuston murió el 19 de Agosto de 2009. Sin ningún familiar o conocido de confianza, sus pertenencias fueron rematadas en una subasta pública, en el intento de saldar un crédito que pidió y nunca pagó. El video venía incluido en el lote que reunía las películas y las fotografías que resguardaba en una gaveta con llave. Dentro de su estuche, había una nota describiendo el día en que encontró la cinta y lo que parece ser el bosquejo de la criatura, dibujada mucho tiempo después; la nota al pie del bosquejo dice: en mi ventana.

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