calabazas

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Érase una vez, en un alejado y lúgubre barrio de aquella gran urbe, un barrio pobre, he de decir, sombrío.
Donde los marginados encontraron finalmente un hogar luego de rodar durante mucho tiempo. Sucedió en aquel lugar un hecho escalofriante, extraordinario y poco creíble, pero de hecho, sucedió.

Así lo señalaron los diarios que posteriormente cubrieron la noticia, cuando las evidencias sólo se redujeron a testigos de dudosas confiabilidad, todo por ser vagabundos y borrachines.
La comunidad de aquel rumbo quedó marcada para siempre en las fechas de Halloween, como han quedado marcadas muchas otras.
Porque, es menester decir que aún el más escéptico de los científicos tiene que aceptar el hecho de que suceden cosas inexplicables en esas fechas. Y no se puede negar que esa época del año es importante para muchas culturas, separadas incluso por continentes.

Y sucedió pues, lo que a continuación les comentaré. Uds. decidirán si me creen o no. Aunque eso es algo que en realidad no es importante.

En aquel rumbo, situado en las afueras de la gran metrópolis, la niñez florecía, tal como lo hacen las flores silvestres en las grietas del crudo concreto. Y tal como sucede cuando hay muchas grietas y las flores silvestres crecen al mismo tiempo, una pandilla de niños, aproximadamente de la misma edad, crecía.

Todos de entre 11 y 9 años, y como siempre, se dedicaban a dar problemas a sus ya de por sí, atribulados padres, corriendo de acá para allá, robando cosas, haciendo travesuras. Todos sin embargo, carecían de la malicia de los adultos. No habían sido corrompidos por la vida, todavía no. Y ellos mantenían un código de lealtad absoluta
Cinco eran esos pequeños granujas, como les decían todos sus vecinos. Pablo, el más pequeño, Gary y Michael los de 10 años y Mario y Josh de 11 Y como es usual en todas las asociaciones el líder es el que tiene más experiencia, en este caso, Josh, que era un mes más grande que Gary.

En aquel paraje sombrío, miserable, lleno de casuchas de cartón, madera y láminas metálicas. Aquellos niños eran felices estando juntos. Viviendo una vida plena de compañerismo y de amistad.

Pero la maldad es envidiosa y siempre quiere ver sufrir a aquellos que son felices. La maldad usa muchas de sus herramientas y la perversión es una de ellas. Sembrada en el corazón o la mente de los adultos es su arma más efectiva.

Un perverso vecino nuevo, se fijó en los niños, que andaban por todos lados sin la supervisión adecuada de los adultos.

Aprovechó eso y con artimañas se hizo su amigo. Los fines de aquel despreciable hombre eran los más comunes entre gente de su calaña: el abuso.

Se las arregló para, uno por uno, hacerlos víctimas de sus malsanas intenciones. Aquellos niños murieron por las lesiones que sufrieron víctimas de aquel ser de podrido corazón y los enterró a todos en la lejanía. En un desolado terreno que servía de tiradero de basura.

Toda la comunidad buscó a los niños, pero fue en vano. El asesino fue el más activo en la búsqueda, quería guardar las apariencias para que no sospecharan de él.

Las familias de los niños, desoladas, muertas en vida, renunciaron a la esperanza. Pasaron 2 meses, toda la comunidad quedó sumida en la más profunda miseria, ya ni siquiera tenían a aquellos chicos que alegraban sus corazones con sus ocurrencias, con sus risas frescas, cristalinas. Todos veían en ellos aquella inocencia que perdieron muchos años atrás y que ahora, les habían arrebatado repentinamente.

A finales de septiembre, uno de los vecinos, encontró un huerto floreciendo en el terreno-basurero. Se asombró al verlo. Nunca había crecido nada en esa tierra estéril.

Pequeñas calabazas se desarrollaban en aquel inhóspito sitio y como ustedes saben, las calabazas usan guías, ramas para seguir avanzando y prosperar en el suelo, sobre el terreno. Normalmente las guías van al azar y buscando las mejores condiciones para seguir avanzando.

En este caso no era la excepción. O al menos así parecía. Las guías avanzaban directamente hacia la marginada vecindad. Día tras día, noche tras noche, los vecinos veían incrédulos cómo las ramas se movían y crecían sobre un suelo totalmente árido. Con todo en contra, las guías llegaron a aquel barrio miserable .

Las ramas avanzaban en línea recta y de pronto en el corazón del vecindario comenzaron a separarse, a tomar diferentes rumbos. a mediados de Octubre, las ramas llegaron a las casas de los padres de aquellos niños desaparecidos.

Nadie podía explicarse lo que estaba pasando, pero no todos le daban tanta importancia.

5 calabazas comenzaron a florecer y crecer rápidamente en cada una de las casas. Un crecimiento anormal, pero nada exagerado. Y las guías siguieron creciendo tomando otras direcciones.

Amigos, el día 30 de octubre, aquellas calabazas ya estaban maduras, con su color naranja típico, listas para ser cosechadas. Sin embargo nadie se atrevió a hacerlo. Y el 31 de octubre desaparecieron por la mañana. Todos pensaron que fue un robo de uno de los vecinos, pero nadie vio nada. Las calabazas simplemente desaparecieron

Lo más extraño sucedió por la noche de aquel 31 de octubre.

El vecino nuevo fue encontrado estrangulado en su casucha con las guías de las calabazas; y 5 calabazas fueron encontradas ahí mismo y dentro de ellas, se hallaron 5 cráneos de niños de entre 9 y 11 años.

Y esa es la historia, amigos, una más de entre tantas que suceden en esta época del año.

(un reto¿ quien adivina de donde soy?)


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