En el atardecer rosado que se presentaba ese día, entre las copas de los árboles esmeraldas y la negrura del bosque, aparecía una criatura muy... peculiar.
Esa "cosa" (si le podemos llamar así) tenía un rostro muy raro, no se sabía dónde estaban sus facciones, tenía una capa negra como el carbón, y ésta poseía muchos hoyos, casi podíamos decir que nada más eran pequeños hilos. Los hoyos de esa capa representaban a cada ser vivo en el mundo a punto de morir; sí, era La Muerte. Tiene... una actitud muy... parecida a la de una Valkiria. Les daba una muerte respetuosa a los héroes, y una muerte terrible frente a los "villanos de la historia".
Corrompía las almas de las personas hasta dejar algo parecido a un cascarón vacío y sin facciones, pero solo durante una fracción de segundo, y a esas almas las guardaba en su guarida secreta... el reino de la oscuridad; donde es amigo de Dios... o a veces del mismísimo Diablo. Esa cosa no tiene bando fijo.
Todas las enfermedades o caídas o sufrimientos que has pasado, eran los mensajeros de La Muerte, anunciando tu llegada p-o-c-o a p-o-c-o.
Esa era su rutina: matar, matar, matar. No hacía nada más; al parecer... le gustaba.
Él o ella iba de casa en casa, queriendo descubrir quién moriría ese día. Podía ser un inocente niño, un robusto hombre, o un pobre... anciano. A ese monstruo le gusta matar, y si lo haces enojar, sufrirías una muerte horrible, sanguinaria y monstruosa.
¡Oh! Querido amigo, perdón, si tan solo supieras que a "eso" le enoja que vean qué le gusta hacer...
Y ahora... Viene por ti.