Capítulo once

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Me aterroriza poner un pie fuera del departamento de Tate. Una vez más siento la sensación de espanto recorriendome el cuerpo, helandome. Me vuelvo una cobarde, o creo que nunca deje serlo.

Quiero realmente armarme de valor y poder enfrentar todo lo que me está pasando. Pero ¿cómo tener valor cuando al primer rastro del mismo fallé?

El demonio que me persigue lleva la cara de James, y jamás tuve la fuerza de enfrentarlo, de decirle basta. Solo huí de él, y aquí estoy... con miedo de salir al exterior, otra vez.

—No tienes que hacerlo —me dice Tate al verme observar la puerta con total atención.

—Tengo que...

—Ava, prefiero que te quedes aquí.

En mis ojos las lágrimas pican, pero me niego a llorar. Ya no quiero hacerlo, quiero que las lágrimas dejen de salir, de mojar mi rostro con tristeza.

—No quiero estar sola, Tate. Cuando estoy sola... todo duele más.

—¿Quieres que me quede contigo? Los chicos lo entenderán.

Niego con la cabeza.

—De alguna manera quiero estar en contacto con la gente. Quiero perder el miedo a eso. Se que si hago caso a todo lo que está dando vueltas en mi cabeza volveré a encerrarme. Y no quiero eso.

Tate me abraza y apoya su cabeza sobre mi hombro. Ahora somos dos las que observamos la puerta con atención, y yo con temor.

—Eso te hace valiente.

Suspiro y niego con la cabeza.

—Esa palabra no me define en absoluto.

—Claro que si, Ava. No quieres el mismo encierro, eso te vuelve valiente.

—James me debilita.

Tate se para frente a mí y noto la preocupación en sus ojos. Jamás nadie me dio esa mirada.

—Él no te va a encontrar y de hacerlo, haremos algo. James no volverá a agredirte. No estás sola como antes, amiga. Ahora todos luchamos por ti.

Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas, pero esta vez se que no estoy llorando de pesadumbre. Ésta vez lloro por la amabilidad que noto en Tate, por la sinceridad que sentí al llamarme amiga y por su protección.

—Es lo único que espero, Tate.

Digo casi en un susurro y mi amiga me envuelve en sus brazos, en aquellos que sellan su promesa en las palabras que dijo.

—Ahora vamos a ir al restaurante, y te vas a olvidar de todo, aunque sea por un momento. Te hará bien —hace que la mire— Si ves algo extraño o fuera de lo común, quiero que corras a mi despacho y de ahí buscaremos una solución, ya sea llamando a la policía o algo por el estilo ¿de acuerdo? —asiento.

Correr. Es lo que hice una vez, y me volví a tropezar. Las piedras me lastimaron, y me está doliendo el hecho de volver a ponerme de pie. Estoy sangrando, probablemente muriendo, pero aún así estoy a punto de salir a enfrentar a mi temor. Aunque el miedo más grande es James.

Me pregunto si ya está aquí en la ciudad, dando vueltas, buscándome. Me pregunto cómo habrá sido su reacción al enterarse en donde estoy. Me pregunto cosas que me dañan sin nisiquiera tener una respuesta.

Cuando salimos del ascensor, me encuentro con la puerta principal del edificio. Las personas que pasan caminando fuera del mismo lucen como demonios que esperan a que salga para atacarme. Cierro los ojos y suspiro.

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