Capítulo veintiséis

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Y por primera vez, luego de largos días, me encuentro en mi oficina. En la habitación del escritor. En mi pequeño lugar en esta enorme casa donde no siento el silencio, donde solo me encuentro con los personajes que habitan en mi mente, y se reflejan en mis historias.

Las palabras siempre llenan el vacío de este lugar que alguna vez fue un hogar, ya no lo puedo considerar como tal porque estoy viviendo solo. Cuando me siento a escribir, no me siento solo. Mi imaginación es una fiel compañera, este lugar es mi pequeño refugio.

Cuando escribo, me desconecto de todo y simplemente me adentro en aquel mundo que estoy creando, junto a personajes que más que ficticios son reales. Siempre son reales, un secreto que pocos conocen.

El escritor siempre deja un poco de su vida, de su entorno, de su persona, de su todo en sí cuando escribe. O al menos la gran mayoría lo hace. Cuando es así, se llega mucho más al lector porque te encuentras con quien te comprende, te apoya, o simplemente el escritor logra que una persona se sienta menos solo y eso hasta ayuda.

A decir verdad, siempre ayuda que te hagan sentir menos solo. Y si vamos al caso, si hablamos sobre este tema, puedo decir y hasta asegurar que Ava logro eso en mi. La llegada de su presencia a mi vida, la sentí como un impacto, de la misma manera que ella me sintió y siente a mi. Luego, para mi, ese impacto se transformó en sorpresa.

A medida que nuestros acercamientos eran más frecuentes, al igual que nuestras palabras, o momentos, algo se despertaba en mí. Y cuando me di cuenta, estaba sonriendo. Ava me devolvió las ganas de sonreír sin fingir, sin sentir que detrás de esa sonrisa se esconde un corazón roto.

Aquel corazón roto, siente la necesidad de unir cada pieza. Una fuerza interna se despertó en mi interior, y siento unas inmensas ganas de vivir más que de morir. Con sus labios sobre los míos, con su sabor, con su beso, y con la sonrisa que me regaló al separarnos, sentí todo esto: sentí las ganas de seguir. Y jamas habia sentido tantas ganas de seguir.

Tal vez todo esto le quite demasiado crédito a mi familia que siempre estuvo para mí, incluso cuando yo los mandaba al diablo por eso. Amo a mi familia y agradezco su constante apoyo. Pero Ava no solo me brindó su apoyo, sino que también, sin antes haber conocido mi pasado, me supo comprender. Y eso mi familia no podía hacerlo, siempre me exigian mi bienestar, pero no entendían cuanto me costaba eso. Ella lo supo comprender, y ahora, que conoce mi pasado, sé que lo comprende a la perfección. Ya lo dije antes, y lo repito, ya no me siento solo.

Sonrío y niego con la cabeza. Es hora de dejar de divagar en mi mente, y usar ese tiempo para escribir. Para quitar todas estas emociones de mi interior y reflejarlas en la hoja en blanco.

Antes de iniciar mi escritura, saco mi cuaderno donde vuelco cada idea, y me detengo a leer las últimas. Los últimos momentos que allí reflejé pasan de tristeza a bienestar. La tristeza que sentí por la ausencia de Ava, la manera en que me sentí debilitado cuando la recuperamos, y el bienestar que sentí con su beso.

Suspiro profundamente y leo lo último que escribí. Justamente me quede en la parte en que el personaje masculino volvía de un viaje laboral, para saber que a la noche se encontraría con ella.

Entonces, simplemente, coloco música para que me inspire aún más a escribir y deslizo mis dedos sobre el teclado a una velocidad un tanto sorpresiva para mí. Claramente la inspiración llego a mi, y lo hizo de manera potente, ya que no puedo parar.

Escribo, leo, borro lo que no me gusta y vuelvo a escribir. Me detengo, pienso, camino por la habitación, me siento y vuelvo a escribir. Vuelvo a leer y me siento satisfecho por cómo va todo. Y entonces, me pierdo en mi mente, me pierdo en las letras.






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