EPÍLOGO

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Mi padre una vez me dijo que la belleza del todo incluso está en los colores oscuros.

Hubo una tarde en la cual nos sentamos en el patio trasero de mi hogar de la infancia para pintar. Mi padre puso música clásica, y nos dispusimos a crear.

El arte que mi padre había creado, le tomó varias de las pinturas alegres, dejándome sólo las oscuras. Estaba enojada con él por no dejarme aunque sea un poco de mis colores favoritos.

Quería pintar un hermoso atardecer en las montañas, y sólo tenía colores tristes, enojados, apagados.

En eso, mi padre apagó la música, se sentó más cerca mío y colocó su mano encima de la mía, en la cual sostenía el pincel.

—Dime, cariño, ¿qué hace mamá cuando llueve?

—Nos prepara chocolate caliente, y hornea galletitas de vainilla.

—¿Y luego?

—Votamos por una película, o juego de mesa.

—¿Eso te gusta?

—Sí, me divierte mucho.

—Entonces, ¿no crees que hay un poco de belleza incluso cuando se presenta un día con lluvia? Además, la lluvia en algún momento va a cesar.

Mi padre guió mi mano para crear una pintura. Ya que estábamos hablando de lluvia, y días nublados, lo que estaba pintando con su guía iba asociado.

Comenzó a tararear una canción, mientras yo continuaba observando maravillada sus movimientos.

—La niña de esa casa en la montaña, seguramente está compartiendo un chocolate caliente con sus padres.

Dijo mi padre y sonreí.

Ese recuerdo se hizo presente ahora que me encuentro pintando. Benjamín hizo un lugar para mi en la habitación del escritor. Ahora en más llamada la habitación mágica del arte.

—¿Puedo pasar? —pregunta tras haber golpeado la puerta.

—Claro.

Benjamín entra a la habitación, y en una cuestión de segundos, un agradable aroma llega a mi nariz. Cuando me volteo a ver, lo veo cargando una bandeja con dos tazas.

—Creo que el día lluvioso exige un chocolate caliente.

En cuanto lo escucho decir esas palabras, el recuerdo con mi padre se presenta como caricia.

—¿No te gusta? —pregunta al ver que no respondí.

—Me encanta —sonrío.

Por un momento sentí la presencia de mi padre en los ojos de Benjamín, y la de mi madre en el aroma del chocolate caliente.

Sin darse cuenta, este hombre revivió uno de mis recuerdos más hermosos.

—Entonces, ¿por qué me miras de esa manera?

Sonrío.

—Te miro como toda persona mira a alguien que ama mucho.

Benjamín sonríe y se acerca con la bandeja hacia donde estoy. Observa el cuadro, y puedo ver sus ojos maravillados.

—Es una pintura muy bonita.

—Dices eso de todos mis cuadros.

—Dices lo mismo cuando te comento las ideas que se me ocurren para escribir.

—Pero digo la verdad, son bonitas.

—Tus cuadros también.

Nos regalamos una sonrisa sincera, para luego besarnos con el sonido de la lluvia de fondo. Creo que nunca nada me pareció tan perfecto.

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