Capítulo diecinueve

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Me siento dentro de un torbellino, no dejo de girar. Cuanto más giro, más siento cosas. Reconocí que Benjamín me gusta, y creí que todo iba a terminar ahí. Pero por supuesto que no, jamas pasa eso. Siempre pasa que el sentimiento se hace cada vez más potente e incontrolable. Llegando al punto de sonreír al recordar algo de esa persona, o al escuchar su nombre.

Todo cambia cuando dejamos que una persona llegue tanto a nosotros, y surge sin querer, sin esperarlo. Sentir no se planea, solo pasa. Y cuando es así, pasa de todo en nuestro interior. Es una danza constante de sentimientos, y emociones. Una danza que no tiene pausa, solo continuidad. Entramos en un constante movimiento interno.

Estoy aterrada. Tengo miedo y muchas dudas. Pero ya no puedo huir de esto, a veces simplemente hay que hacerse cargo de lo que pasa. Y lo dice alguien que huyó de su pasado. Aunque ese fue un caso especial, ya no pude soportarlo, ya no quería hacerme cargo.

Cuando de sentimientos se trata, inconscientemente nos entregamos en cuerpo y alma. Y cuando nos damos cuenta, ya estamos sintiendo más de lo esperado.

La otra noche, marcó un antes y un después respecto a lo que siento por Benjamin. Ya no puedo simplemente decir que me gusta, porque lo que siento es mas potente que eso. No puedo calificarlo como un enamorada, pero se acerca.

El abrazo de Benjamín, fue mucho más diferente que el dia en el bosque. Lo sentí más cercano, sentí su apoyo, su contención. Para ser franca, sentí que los pedazos de mi roto corazón, se volvían a unir. Con su abrazo sentí que me reparaba, fue mi medicina ante la enfermedad de mi vida pasada. Y no todas las personas tienen ese poder.

Que nos guste alguien, puede ser complicado y hasta hermoso. Pero que te guste alguien como Benjamin, hace de ese complicado, mucho peor.

Este hombre es cerrado. Más allá de que me haya dado el pase que no a todos le da, sigue siendo cerrado en sí mismo. Tiene miedo, está lleno de fantasmas aterradores. Siente culpa, dolor, amargura. Puede regalarte la sonrisa más hermosa de todas, pero luego, esa sonrisa desaparece y vuelve el ceño fruncido. Cuando hace algo que demuestra que tiene un corazón, frunce el ceño y vuelve a ser el hombre frio. Eso paso cuando nos separamos del abrazo.

Me adapte a su forma de ser, a su sonrisa seguida del ceño fruncido. Pero más allá de la adaptación, no puedo saber lo que me espera ante algo que diga o haga. Tal vez quiera hacer algo de bondad, y reciba su ceño fruncido. Entonces, no me quiero ni imaginar si le digo que me gusta, que está siendo más que un simple gustar. Si, lo sé, el tipo desaparece.

Y no me gusta pensar en la idea de Benjamin desapareciendo de mi vida. Me acostumbre tanto a su presencia, que simplemente no puedo imaginar un día donde él ya no esté. Uno de los errores de los humanos, es acostumbrarse a la presencia de las personas, cuando en realidad nunca sabemos qué pasará el día de mañana. Y la ausencia duele, mucho. Es un dolor insoportable, pero aun asi, nos seguimos acostumbrando y encariñando. Es inevitable.

Estoy en un torbellino, repito. Pero, en cierta forma, me sienta bien.

—¿Le has dicho a Benjamin? —me pregunta Tate. Estamos yendo al trabajo, luego de mi visita a Camille para alcanzarle las pinturas, que por cierto, le gustaron demasiado. Fue otra persona que valoró mis pinturas, y halagó mi talento. Creo que necesito un poco de esto para volver a creer en mí.

—¿Tu pregunta va por cual de los dos caminos?

—Por mi cumpleaños, claro. No puedes decirle a un tipo como Benjamin que te gusta, asi como asi.

Me río. Una risa un tanto fingida a decir verdad.

—Aún no.

—Vas a invitarlo ¿cierto?

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