Narra Mateo
He tenido que quedarme a dormir en casa de Jesús, no podía irme sabiendo que Alejandra está enferma.
Quizá he sido demasiado protector, dándome igual si estaban sus padres o no, pero no he podido evitarlo.
Debía protegerla, se lo había prometido.Cuando me despierto, tengo que tomarme unos minutos para saber dónde estoy. Es la habitación de invitados de casa de Jesús, está amaneciendo, pero no sé exáctamente qué hora es, busco a tientas en la mesita mi reloj. Las seis y media, justo a la hora que suena mi despertador, mi cuerpo está tan acostumbrado a levantarse a esa hora, que lo hace por instinto, sin el maldito despertador molestando sin parar.
Debe estar todo el mundo durmiendo, y sé que es una locura más de todas las que estoy cometiendo últimamente, pero mi interior me dice que tengo que ir a la habitación de mi niña. Sin importarte que puedan verme y hagan mil preguntas, que seguramente harán.
Ya no puedo disimular, es imposible ocultar unos sentimientos que salen por todos lados.En silencio, cruzo todo el pasillo, y pasando por delante de la puerta donde duermen Jesús y María, un escalofrío terrible me recorre toda la espina dorsal. Estoy obrando mal, demasiado mal, apenas ya puedo controlar mis acciones. Alejandra ha conseguido cambiar todo de mí, y es una sensación que me encanta. Por primera vez desde hace muchísimos años me siento libre, incluso podría decir... feliz.
Ella es toda mi felicidad.Entro sin hacer ruido a su habitación, cerrando a mis espaldas. Me acerco a su cama en silencio, donde ya veo el bulto de su precioso cuerpo cubierto por las mantas. Me siento en la cama, pero no hago nada, al menos no todavía.
Me conformo con mirarla, porque todo lo que querría es despertar así cada día, con ella durmiendo a mi lado.- ¿Mat? - Se oye en un susurro su soñolienta voz. Mat, solo ella me llama así, solo ella quiero que me llame así - ¿Qué haces aquí?
- Solo quería ver si estabas bien... - Sonrío viendo sus ojos mirándome con sorpresa.
- Con una madre médica, un padre paranoico, unos empleados visitándome y llamándome... y mi príncipe preocupándose por mí, ¿no íba a estar bien? - Su príncipe, ¿acaso yo podía parecerme a ese tipo de hombres que hacen lo que sea por la persona amada? No lo sé, pero si no lo era, sin duda quería serlo algún día para ella.
- Me alegro que mi princesita enferma haya mejorado - Beso su frente ahora mucho menos caliente, levantándome - Me voy, antes de que tus padres se despierten.
- Ojalá todos los días al abrir los ojos tuviera los tuyos a milímetros - Sonríe, antes de volver a recostarse y mandarme un beso por el aire.
Me despido con la mano antes de volver a cerrar la puerta para dejarla descansar. La casa todavía está a oscuras, aunque Milagros no tardará en llegar.
Vuelvo a la habitación, dándome una ducha rápida y cambiándome de ropa. Por suerte, siempre tengo aquí alguna que otra muda.Antes de bajar decido pasar por la sala del piano, la sala donde Alejandra toca y me eleva al cielo. Solo tengo que cerrar los ojos mientras de sus dedos sale una melodía para que parezca que todos los problemas se han ido.
Mi niña, ella sí que es la verdadera droga, la que me tiene enganchado y para lo que no hay ningún remedio.Dos toques en la puerta me sacan del trance, enseguida voy a abrir, encontrandome a María. ¿La madre de Alejandra aquí a estas horas? Esto no me pinta bien...
- Todo bien, ¿María? - Le pregunto con una sonrisa nerviosa.
- Si... - Tuerce la boca en una mueca - Solo venía a decirte que Alejandra está mucho mejor, no hacía falta que te quedaras aquí a dormir.
- Yo no... - Piensa, Mateo, piensa - Me he quedado porque tenemos una reunión temprano, nada más. - Disimulo todo lo bien que puedo - Pero si Alejandra está mejor, me alegro muchísimo.
- Oh, vamos, Mateo. - Sonríe moviendo la cabeza a ambos lados - Nos conocemos desde hace, ¿cuánto? ¿Quince o dieciséis años? Te conozco demasiado bien y no sabes mentir.
Me quedo callado, prefiero no decir nada, porque cualquier palabra puede ir en mi contra.
Ella sigue cruzada de brazos, observándome con una ceja alzada. El silencio comienza a volverse incómodo.
- ¿Te has enamorado de ella, verdad? - Pregunta por fin.
- Lo... lo... siento - Casi no me sale la voz. Me escruta con sus ojos, muy parecidos a los de Alejandra. Estoy esperando a que grite, o me dé una bofetada, pero no hace nada.
- No te culpo, Mateo. Alejandra se encaprichó por tí y ambos sabemos que hasta que no consigue lo que quiere, no para, ¿pero tú?
- No es eso, María, de verdad. Créeme que lo siento, muchísimo. - Me paso las manos por el pelo - Pero me he enamorado de ella igual que ella está enamorada de mí. Sé lo que te prometí, pero no he podido evitarlo.
- ¿Qué haréis? - Pregunta un poco más bajo - Jesús no puede saberlo. Os quiere a los dos, muchísimo. Pero ella es su hija y tú su mejor amigo, nunca comprenderá esto, al igual que no lo comprendo yo.
- A mí me costo asimilar que me había enamorado de una niña de diecisiete años, María, intenté alejarla, te lo prometo. - Suspiro - Pero cuando la tenía lejos solo quería tenerla cerca, y cuando la tengo cerca solo quiero que no se vaya nunca de mi lado.
- No le hagas daño, por favor. Aunque ella crea que es toda una mujer, todavía no sabe lo que es sufrir, ni lo que es tener el corazón hecho pedazos. Si no estás dispuesto a luchar contra todo por ella, deja esta locura ahora antes de que Jesús pueda enfadarse.
- Esperaré a que tenga los dieciocho años - Pienso en las palabras adecuadas - Pero el día que sea mayor de edad se lo diremos a Jesús, y... que sea lo que tenga que ser. - La miro a los ojos, con toda mi infancia dando vueltas en mi cabeza - Alejandra se ha convertido en mi felicidad, no quiero rendirme ahora que rozo con la yema de mis dedos todo lo que un día quise tener. No quiero.
***
Bueno, al fin y al cabo, no ha ido del todo mal con María. Supongo que lo asimilará con el tiempo, igual que lo hice yo... pero la conozco, quiere lo mejor para Ale, y todo lo mejor lo tendrá cada día a mi lado.
No la haría sufrir, solo llorar... pero de alegría. Y sobretodo, le diría cada día que la amo, tal y como ella quiere que haga.- ¡Buenos días, Mateo! - Saluda mi mejor amigo al entrar en la cocina, donde ya lo esperaba - ¿Cómo has dormido en la cama de invitados?
- De lujo, Jesús - Contesto bebiéndo de mi café. - He estado como en mi propia casa.
- Hablando de eso... ¿tienes ya alguna respuesta a lo que te propuse? - Sé a lo que se refiere y por ello aprieto las mandíbulas con fuerza, ¡no-quiero-irme! ¿Qué coño no entiende de esas tres palabras?
- Sigo pensando lo mismo - Doy un pequeño soplido, intentando así soltar el enfado. - No iré a dirigir esa empresa.
- ¿A qué os referís? - María se mete en la conversación entre su marido y yo. Si, encima ella también estaba ahí. Acaba de decirme que no le haga daño a su hija y yo, diez minutos después, negocio si irme o no al extranjero dejándola a ella aquí.
- A nada - Me apresuro a contestar - Jesús me ofrece algo que me es imposible aceptar. Por lo que no hay más que hablar. - Suelto seco.
- ¿Y qué es eso que te ofrece? - Insiste ella.
- Solo tendría que irse un año, quizá menos. - Explica Jesús - Para comenzar a ascender con la nueva empresa, cuando esté encaminada, podrá volver.
- No, Jesús. No me iré, es mi última palabra.
Él respira hondo, frotándose las sienes y mirando a la mesa.
- Siento mucho tener que decirte esto, pero me temo que no tienes elección, Mateo.
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Quiéreme si te atreves.
RandomAlejandra es una chica de dieciséis años con un secreto. Un gran secreto que nadie conoce, ni siquiera su mejor amigo, Raúl. Alejandra está enamorada, pero quizá no de la persona que debería. ¿Te atreves a saber lo que pasará? Portada hecha por @nat...