Capítulo Treinta y Cuatro.

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¿Qué no me enternecí, que por un momento no me ablandaron sus palabras y quise volver a sus brazos? Claro que pasó todo eso cuando dijo aquellas dos frases.

Eres mis ganas de vivir.
Lo eres todo para mí.

Eso había salido de la boca de Mateo, pero era tarde, demasiado tarde, porque ya sabía que se íba, y para eso apenas quedaban unas semanas.
No había marcha atrás, ya no.

Esa mañana, por sorpresa, me despierto mucho mejor, quizá fue el ánimo que me dió Ángel, ese chico había conseguido despertar algo en mí, pero todavía no sabía el qué.

***

Narra Mateo

¿Por qué seguiré bebiendo, quizá para olvidar? Estaba comprobado que no me servía de nada.
Al día siguiente todo era igual, incluso peor. Ni siquiera sé que es lo que dije o hice anoche, pero sin lugar a dudas me arrepentía, el alcohol sacaba en mí una valentía que no debía mostrar.

Esa mañana tomo una larga taza de café solo y amargo, sin nada de azúcar. Tenía que espabilarme, aunque ya tenía claro que había perdido a Alejandra, ella no quería sufrir más y yo tenía que entenderlo, ¿qué otra cosa me quedaba?
No quería darme por vencido, pero la única manera de arreglar esto sería quedándome, y si lo hiciera traicionaría a mi mejor amigo.

Veo a mi niña acercarse... pero al verme solo en la cocina, vuelve a ella una expresión que empiezo a odiar: dolor. Me mira, con los ojos nublados a punto de llorar, y yo lo noto enseguida. Siento miedo a que llore, a que sufra, no soporto verla de esa manera. Ella, que siempre ha tenido una sonrisa preciosa, por mi culpa se ha convertido en todo sufrimiento.

Quiero decirle que venga, que se acerque y me abrace, pero sin embargo bajo la cabeza al líquido marrón oscuro, como si eso fuera más interesante que ella. Oigo como se aleja y yo, solo, me derrumbo de nuevo.

***

Narra Alejandra.

No puedo, verlo en la cocina me remueve por dentro, siento un golpe que me dice que ahí está el hombre al que quiero, al que voy a querer siempre. Pero ignoro a mi cabeza por culpa del dolor que me invade.

- ¡Eh, cielo! - Me encuentro a papá en medio del pasillo - ¿No desayunas?

- Todavía no... no tengo ganas - Miento, deseando que no insista y poder estar en soledad.

- Quiero que hablemos, Alejandra. - Intenta que sus ojos coincidan con los míos, pero yo lo esquivo. No quiero que sepa que de nuevo tengo ganas de llorar.

- Luego, ¿vale, papá? Voy a darme una ducha.

- Bien, ven después de tu ducha a mi despacho.

Asiento y me suelto de su agarre que tenía sobre mi muñeca.

Me meto en la bañera, donde de nuevo suelto todo lo que tengo dentro, es como si todos y cada uno de los recuerdos con Mateo fueran cuchillos que me atravesaran, cada vez más, cada día con más fuerza.
Es un dolor insoportable.

Me arreglo sin ganas, y salgo. Ante mí está él, de nuevo.

- ¿Podemos hablar? - Me susurra con las manos metidas en los bolsillos, más abatido de lo que nunca lo habíamos visto. Aún así, me mantengo firme.

- No. - Me cruzo de brazos, dándome la vuelta para no tenerlo cerca. - Déjame ir, Mateo. Déjame odiarte.

- Espera, Alejandra. - Toca un segundo mi espalda y cierro los ojos sintiendo su hormigueo, creo que nunca podré olvidarme de eso. - Tanto tú como yo sabemos que una no se va a la cama enamorada y se despierta odiando a esa persona. Tú me quieres, no me odias.

- ¿Y qué si te quiero? - Exploto, gritando sin darme cuenta - ¿Para qué me ha servido quererte? ¿Para dormirme cada noche llorando, abrazando al vacio? ¿Para despertarme sabiendo que nunca te tendré? ¿Que nunca estarás en mi vida? ¿Que tengo que verte cada día sabiendo que te vas a ir en unas semanas? Es duro saber que me estoy despidiendo de tí lentamente, duele cada segundo que sé que te irás... y tú no has hecho nada para remediarlo.

- ¿Qué quieres que haga, mi niña? ¿Que traicione a tu padre, el hombre que me sacó de toda la mierda? Ojalá fuera igual que tú de valiente, pero... no lo soy.

- Entonces tú y yo no tenemos nada más que hablar. Ponme más faciles las cosas y desaparece de mi vida tanto como puedas. - Se me quiebra la voz y él lo nota, ya que sus ojos pierden el poco brillo que les quedaba.

- Pienso... - Pone ambas manos en su cabeza, revolviéndose todos sus mechones ya despeinados - En lo que me pierdo cada día sin tí, y me mata. Cada una de mis noches se resumen en un grito de dolor que no me suelta, sabiendo que hay un abrazo que no te daré y un beso que se quedará en mis labios. Tú te duermes llorando, yo me duermo dolido y aferrado a tu recuerdo, ¿no piensas que deberíamos estar juntos para ser felices? Nos necesitamos, Alejandra.

- No, Mateo - Frunzo los labios, notando ya las cálidas y conocidas lágrimas en mis mejillas. Sabiendo que lo que voy a decir me va a doler tanto o más que a él - Tú me necesitabas y me tuviste, fui como tu... remedio, pero yo no te necesito. Necesito a alguien que me haga feliz de verdad, no que me necesite para estar bien, alguien que sepa lo que a mí me hace falta. Yo te hacía feliz, pero, ¿y tú a mí?

Abre los ojos con sorpresa, quiere decir algo pero cierra la boca sin pronunciar una sola palabra. Suspira, conteniendo a saber qué, y después se va.
¿Acabará algún día todo este dolor?

***

Narra Mateo

¡Cobarde! Eres un jodido cobarde.

Es ella la que está en mi corazón, la que manda en él, la que lo hace latir a su antojo y, sin embargo tengo que ocultar todos y cada uno de mis sentimientos, soy un mísero cobarde.

- ¡Mateo! - Jesús llama mi atención, levanto la cabeza para mirarlo. - ¡Dios mío, estás horrible! - Exclama excrutándome de arriba a abajo - ¿Qué esta pasando contigo?

¡Que quiero a tu hija y la he perdido! Eso pasa.

- Mala época, Jesús - Me resigno a decir.

- ¿Por lo de siempre? - Se refiere a mis padres. Si, recaía en el recuerdo de su muerte cada poco tiempo. Menos el espacio que tuve a Alejandra y ella espantaba todo aquello.

- Supongo...

- No sé que pasá últimamente en esta casa. Alejandra se pasea como un alma en pena, tú... bueno, solo tienes que mirarte al espejo.

¿Y no deberías atar cabos y mirar más allá de tus negocios?

Mi cabeza, piensa cosas que mis labios nunca se atreverán a soltar.
Palabras que harían que todo fuera más sencillo y sin embargo se acumulan dentro de mí haciéndome daño, haciéndonos daño.

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Capítulo intenso, ¿verdad?
Amo las palabras de Mateo... <3

Os lo dejo en multimedia.

¡Gracias por leer!


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