Capítulo Treinta y Uno.

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Bajo las escaleras corriendo, saltándolas de dos en dos e incluso de tres en tres a riesgo de caerme y partirme la crisma, pero ya, ¿qué mas daría? Todo ha dejado de tener sentido, he cruzado esa puerta, la que decía adiós a Mateo. Si, puede ser una simple puerta, pero es la que he cruzado para convertir la felicidad en tristeza, las sonrísas en lágrimas y las caricias en dolor.

Eso es lo único que siento, dolor. En lo más profundo, pero sobretodo rabia por que no haya funcionado algo que creía mágico.
Me encierro en mi habitación a llorar, porque es lo único que ahora mismo puede salir de mí, lágrimas con sabor a Mateo.

***

Narra Mateo

¿Y ya está? ¿Ya la he perdido? ¿Tan pronto la he cagado?
Yo solo quería compartir todo con ella, abrir los ojos y verla, con esa dulce sonrisa que iluminaba todo aunque estuviéramos en la más profunda oscuridad.
Me gustaba despertame y saber que me estaba esperando, que mi niña no se daba por vencida por muy difícil que pudiera ponérselo, por muy complicado que yo fuera ella me hizo destrozar todos los fantasmas del pasado para ver un futuro completamente distinto.

Ahora me arrepentía de no haberle dicho claramente que la quería, de no haberlo gritado a los cuatro vientos cuando tuve oportunidad.
La había perdido, era mi culpa. Toda la felicidad que ella había hecho de mí, ahora, en esta azotea solo y hundido, estaba desapareciendo.
Ella era todo lo que necesitaba, la que me había hecho creer en el amor con su ternura, con su inocencia, con esa magia que irradiaba allá donde fuera.
Porque a su lado no parecían pasar las horas, y sin embargo íban a la velocidad de la luz.

Grito de rabia en mi interior y pego dos puñetazos al muro, intentando soltar todo aquel dolor sin ningún éxito. Solo ver mis nudillos ahora magullados y con pequeños rastros de sangre me hace tranquilizarme. Me merezco sufrir.

***

Narra Alejandra

Debí dormirme mientras lloraba, ¿no es triste? Dormir agotada de... sufrimiento.
Me duelen los ojos y todavía siento la cara húmeda. Aún así, cojo fuerzas para sentarme en la cama. Ahí inclinada veo un instante de brillo bajo mi cuello, el colgante en forma de piano. Me lo arranco con fuerza, dañándome, pero ya me da igual, no hay dolor más duro que el que ahora mismo siento en el fondo de mi corazón.
Lo observo unos segundos en la palma de mi mano, con sus dos iniciales... ¿por qué tiene que terminar? No quiero, no puedo seguir sin Mateo...

Más que andar, me arrastro hasta la sala del piano, donde dejo el colgante, no puedo seguir llevándolo.

Es de día, pero debe ser temprano ya que apenas unos rayos de sol entran por las distintas ventanas de mi casa.
O quizá sea yo, que veo todo sin color. Oigo ruido en la cocina y me asomo, solo es Milagros.

- Hola Mila - Susurro, y una voz ronca y desconocida sale de mi garganta.

- ¿Cielo? - Se da la vuelta, dejando la cafetera que estaba preparando sobre la mesa y secándose las manos en el delantal. - ¿Estás enferma, te encuentras bien?

- Si, tranquila.

- Desde luego que no, ¿y tu bonita sonrisa de cada mañana? - Se sienta a mi lado, y cogiendo mi barbilla con ternura me hace mirarla a los ojos - Has llorado, cielo.

- No he hecho otra cosa en toda la noche - La voz vuelve a salirme ahogada. He bajado pensando que podía engañarme a mí misma, pero no soy capaz de decir dos palabras sin desmoronarme de nuevo.

- Desahogate, pequeña mía. Suéltalo, no te preocupes.

Y esa simple frase me derrumba, apoyo la cabeza en mis brazos sobre la mesa y lloro desconsoladamente. Notando las caricias de Milagros en mi cabeza.

- Ya no hay nada con Mateo, Milagros. Se va...

- Pero se va solo un año - Intenta tranquilizarme - ¿Lloras porque le echarás de menos ese tiempo?

- Lloro porque he sido una ilusa. Creí en sus palabras, en que cuando cumpliera dieciocho años estaría aquí, conmigo... y no estará.

- Venga, mi niña. No llores más. - Oigo como se le quiebra la voz y levanto la cabeza, mirándola. Tiene los ojos brillantes. - Todo tiene solución, menos la muerte.

- Tienes razón... - Intento respirar, no quiero que ella llore por mí, no quiero que nadie sienta pena. Yo misma me he metido en esto, nadie nada más que yo debe sufrir. - Necesito un café, Milagros. O me desmayaré, no tengo fuerzas. - Intento cambiarle de tema, quedándome el dolor por ahora para mí sola.

- Ahora mismo te lo preparo - Saca un pañuelo, secándome las lágrimas, vuelve a guardárselo y va hacia la cafetera para hacerme el deseado café.

Unos pasos que provienen de la puerta nos hacen mirar a ambos, la persona que menos querría ver esta ante mí, Mateo abre los ojos preocupado al verme, pero yo bajo la vista a mi taza de café, la aferro con fuerza y salgo de ahí.
No puedo soportar tenerle cerca.

***

Narra Mateo

¿Cómo he podido provocarle todo ese dolor a la niña más feliz del planeta?
Solo yo soy capaz de hacerle conocer lo peor del amor: el corazón hecho trizas.
Yo, que solo quería que viviera cosas nuevas conmigo, ahora la veo salir por mi lado sin ni siqueira mirarme, ni rozarme, con la cara desencajada.
No creo que pueda sentirme peor ahora mismo.
Me siento justo donde ella estaba, quizá para poder aspirar su aroma ahora que no la tendré más a mi lado.
Milagros no tarda en servirme la taza de café, mirándone con, ¿rencor? No se lo reprocho, yo también me siento así.

- ¿Cómo has dormido, Mateo? - Me pregunta, pero no con el mismo tono amable de cada mañana.

- Apenas he dormido, Milagros. Ya te habrás enterado...

- Si - Dice enseguida - Solo tenías que hacerla feliz, querido. ¿Tan difícil era?

- Supongo que para mí, si. - Suspiro - Si yo mismo no sé ser feliz, ¿cómo se supone que hago que ella lo sea?

- Estabas haciéndolo y muy bien, Mateo, ¿es que no la veías cada día? La sonrisa se le salía de la cara de lo deslumbrante que era, y los ojos tenían puro brillo de amor... por ti.

- Lo sé. - Pongo las manos en mi pelo hoy desarreglado, ni siquiera tenía hoy ganas de peinarme, ni de nada... - Alejandra era el motivo por el que tenía ganas de despertame cada mañana, y ahora también es el motivo por el cual no quiero levantarme de la cama.

- Solo tú puedes arreglar esto. - Dice sensata.

- ¿Y cómo se supone que tengo que hacerlo? ¿Eligiendo entre mi mejor amigo y la chica a la que quiero?

- Tú sabes mejor que nadie lo que debes hacer - Sonríe, apretándome tiernamiente el hombro. - Solo tú, querido.

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Bueno, bueno, ¿qué os ha parecido el capítulo?
Quería escribir tanto con Alejandra como con Mateo, para que salgan los sentimientos de ambos después de lo que ha pasado.

¿Qué haríais vosotr@s?
Ayudadme comentando, siempre viene bien :)

¡Gracias lectores!

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